—¡Ven ya! ¿Me oyes?—grito a través del auricular del teléfono.—Angie se ha puesto de parto y yo sola no puedo con ella.—hago malabares para conducir, hablar por teléfono y a la vez acallar las maldiciones de la rubia.
—¡¿Tenía que ser ahora?!—exclama Leonardo devolviéndome el grito que casi me deja sorda.—¡Estoy en el centro de la cuidad!—de fondo, empiezo a oír ruidos de papeles, zapatos, gritos de otra gente...¿en dónde se ha metido este ahora?
—¡Como si estás en la mismísima Conchinchina!—vocifero pisando el acelerador cuando veo un semáforo en ámbar. Ni de coña freno para ganarme más golpes de la embarazada.—¡A mí no me preguntes las preferencias de tu hijo!—antes de que pueda seguir chillándole, Angie me hace señas para que le pase el móvil. Que se prepare el pobre.
—Escúchame bien, stupide.—sisea de mala leche apretando la mandíbula y estrujando los bordes del asiento. Suerte que el coche no es mío.—Tu hijo está aplastando mi vagina como el demonio y si no apareces en el hospital en cinco minutos, yo misma te voy a aplastar los huevos.—y le cuelga sin dejarle decir nada más
En otras circunstancias me reiría e incluso bromearía por la desafortunada suerte de Leonardo, pero tengo un caos desatándose en mi mente y si fuerzo un poco más la máquina, voy a explotar.
Durante todo el trayecto hago los ejercicios que hace años mi psicóloga me recomendó y nunca hice. Tomo profundas bocanadas de aire y las dejo ir lenta y temblorosamente. Parpadeo muchas veces seguidas para espantar las lágrimas que se asoman y aprieto tanto el volante que los nudillos se me vuelven blancos.
—Tiago va a estar bien, ya verás.—me consuela cuando llegamos al hospital y los enfermeros la empiezan a subir a una silla de ruedas.
—¿Qué?—el hecho de que me haya hablado bien y haya pronunciado su nombre en alto, no hace más que petrificarme en el sitio.
No me esperaba que notara mi estado y me he estado esforzando mucho para reprimirlo y esconderlo. Es como si alguien se hubiera entrometido en mis pensamientos y los hubiera escurrido como una esponja. Débiles, susceptibles.
Mientras veo como los médicos se la llevan, me quedo plantada en medio del pasillo con una mano cubriéndome la boca para no gritar de agonía y la otra tirándome de los pelos.
Me siento frágil, como un jarrón de cristal que a la mínima que alguien o acaricie, va a hacerse añicos.
Tiago no se merecía esto. Yo no me merecía esto. Solo quería darle el espacio que necesitaba. Cuando hablé con él no pensé que esa sería la última vez. Ojalá le hubiera dicho todo lo que se ha quedado atascado en mi pecho
—¡Violetta!—la súbita voz de Leonardo me saca del pozo el cual me hundo por segundos y me seco rápidamente las lágrimas.—¿Dónde está Angelique?—a través de mis nublados ojos, logro apreciar su aspecto realmente desaliñado y sus ojos inyectados en sangre.
¿Es posible que se haya enterado? No, sino ya estaría desmayado en alguna camilla.
—E-está en quirófano preparándose para el parto.—carraspeo y me esfuerzo por sonar lo más calmada posible e incorporándome para no lucir tan patética y maltrecha.
—Gracias.—asiente frenético y empieza a correr pasillo adentro, pero para en seco y vuelve a mirarme.—Tranquila, Violetta. Angelique es fuerte.
«Ya lo sé, Leonardo. No es por eso que estoy al borde del abismo.»
***
—¡Es un niño!—exclama Leonardo extasiado.—¡Es un niño!No cabe en su alegría y comienza a abrazar a todos los médicos mientras ríe de felicidad. Jamás, jamás, había visto a Leonardo tan feliz. Sus ojos brillan de emoción y cuando llega a mí, corriendo, comienza a darme vueltas en el aire riendo a carcajada abierta.
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DOBLE MENTIRA
Teen FictionHan pasado cuatro años desde que la vida de su mejor amiga Angelique cambió radicalmente, y ahora es su turno de luchar por la vida que tanto anhela. Violetta Molina no lo ha tenido todo tan fácil. Estuvo metida en una relación que no terminó bien y...