CAPÍTULO 4

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Me encantaría haber sido despertada por sus cariñosas manos rozándome y sus labios repartiendo suaves besos por mi nuca, pero la triste realidad no es más que el simple sonido del despertador.

—Cinco minutitos más.—murmura Tiago pegado como un lapa a mi espalda.

Sonrío ante ese gesto y, como puedo, me doy la vuelta de manera que quedamos cara a cara, a escasos milímetros de sus labios.

—Buenos días.—mustio ahogando un bostezo.

—Buenos días, pequeña.—me devuelve el saludo besándome la punta de la nariz.

Me lo quedo observando con curiosidad por unos segundos y él parece notarlo porque me sonríe sin saber qué más hacer.

—¿Que pasa? ¿Tengo un moco en la nariz?—se mofa ante mi escrutinio y le golpeo el pecho en respuesta.

—No, solo te estaba mirando.—me encojo de hombros como si nada.—¿Tiene algo de malo?—cuestiono entrecerrando los ojos y pretender que es un día más. Un día normal.

Tiago parece meditarlo por unos instantes, en los cuales no me quita el ojo de encima. Su mirada gris me pone nerviosa y, de forma casi inconsciente, me empiezo a remover entre las revueltas sábanas.

—Ven aquí, pequeña.—el timbre de su voz ha cambiado y ahora es más grave y sin el aire juguetón de antes.

Extiende los brazos en el colchón, de modo que quedan abiertos y me incita a refugiarme en ellos. Sin dudar, ruedo hasta su lado y escondo mi cara en su pecho. Lo abrazo con fuerza y aspiro su fragancia, puede que por última vez. Él parece pensar lo mismo, pues sus brazos hacen una cueva con mi cuerpo y me aprieta fuerte contra él.

Me acaricia el pelo, los hombros, bajando por mis manos y deteniéndose en la parte baja de mi espalda dibujando pequeños círculos que envían calambres a mis terminaciones nerviosas.

Mis manos, en cambio, suben hasta alcanzar los ricitos castaños de su nuca y juego con ellos. Nos quedamos así, tocándonos, escuchándonos, sintiéndonos. Ninguno de los dos habla, pero en este momento cualquier palabra sobra. El silencio nos protege del exterior.

No es hasta hasta que el segundo aviso del dichoso despertador nos despabila que, con una simple sonrisa y un casto beso, Tiago se levanta y se dirige al baño.

Yo me quedo un rato más tumbada boca arriba mirando el techo, pero sin ver nada. Mis pensamientos están muy lejos de esta habitación y cada minuto que pasa siento mi pecho comprimirse.

Cuando escucho el agua de la ducha rodando, decido que ya es hora de afrontar el día y sin pensar mucho, comienzo a hacer las maletas. Lo hago de forma mecánica, sin prestar mucha atención en cómo pongo las cosas, hecho que es inusual en mí.

—Tienes los champús en el baño,—habla Tiago cuando sale del baño.—¿Quieres que los coja?

—No hace falta, ya lo hago yo.—le respondo sin mucha emoción y sin dirigirle la mirada.

Después de este pobre intercambio de palabras, ninguno de los dos vuelve ha hacer es esfuerzo para entablar una conversación. Es obvio que por mucho que Tiago le haya intentado quitar hierro al asunto durante estos últimos días, estas horas finales no son ni serán fáciles para ninguno.

***
El trayecto hasta el aeropuerto tampoco es que vaya mucho mejor. Nos mantenemos en silencio con la música sonando de fondo. Normalmente aprecio los silencios, es más, los busco y aprovecho para leer un buen libro. Pero hoy, cuando abro el libro que tengo en el regazo, no puedo pasar de la primera frase sin que esos pensamientos me invadan de nuevo.

DOBLE MENTIRADonde viven las historias. Descúbrelo ahora