CAPÍTULO 38

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Mierda, mierda, mierda.

Al escuchar la voz de Christopher he colgado lo más rápido que mis dudosos reflejos me lo han permitido, pero este me ha seguido llamando y al final le he tenido con confesar en dónde me he metido.

Es por eso que ahora mismo le estoy pagando al camarero para irme a dar una vuelta o algo cuanto antes y así no tener que enfrontarlo, pero claro, el hombre parece que vuela en vez de andar porque en menos de cinco minutos ya está entrando en el bar y su expresión no luce complacida.

Veo como sus ojos recorren el lugar en mi busca y apelando a mi última esperanza de escapar libre, me vuelvo hacia la barra para fingir ser otra persona.

—Por mucho que te escondas, llevas la misma ropa que esta tarde, Violetta.—su tono grave me produce escalofríos que me recorren todo el cuerpo y de inmediato me tenso.

Me remuevo disimuladamente mientras, por el rabillo del ojo, lo veo tomar siento en el taburete de mi lado.

—¿Qué haces en este bar de mala muerte?—no habla en tono de reproche, pero tampoco suena complacido

—¿Que te parece que hago?—replico de mala gana arrastrando las palabras.—Me reúno con mis viejos amigos.—alzo la copa brindando con el aire y pego un largo trago.

Noto el escozor del fuerte licor descender por mi garganta y hago una mueca cuando el quemazón en el estómago se intensifica.

Bueno, nada con lo que no esté familiarizada.

—Vamos, estás completamente borracha.—me intenta interceptar cuando voy a dar otro sorbo.—No sabes ni lo que dices.

—¡Cállate!—nos sorprendemos cuando grito.—Y para tú información sé muy ben...bien, lo que digo.—me corrijo pasándome la mano por la frente.—Ellos son los únicos que nunca me abandonan. Son los únicos que siempre me han apoyado en los peores momentos.—lagrimeo recordando episodios no muy alegres.

El olor a ginebra me transporta a una época donde me quedaba largas horas sentada en la roca del cementerio contemplando el lúgubre paisaje con una botella de ginebra en mano. Fue mi único apoyo en ese momento, hasta que Angie me prometió sacarme de ese hollo sin fondo.

—Te estás refiriendo a una bebida alcohólica, ¿lo sabes, verdad?—ironiza elevando una ceja en mi dirección y lo miro como si hubiera dicho lo más estúpido.

—¡Claro que lo sé! No soy estúpida.—discuto chasqueando la lengua.—Al final me voy a casar con ellas.—río amarga pensando en la proposición de Tiago.

—De acuerdo, se acabó.—declara determinante quitándome el vaso de los labios y pongo mala cara, pero cuando voy a protestar se me adelanta.—Estás tan ebria que seguramente ni te acuerdas de quién soy.

—Eres Christopher Brown, el exitoso millonario dueño de la gran cadena de hoeles...digo hoteles. —recito soltando risita por debajo la nariz tratando de imitar la voz de un reportero.

—Hubiera sido más creíble si no estuvieras tan mal o si no hubieras puesto cara de asco al llamarme millonario.—me recrimina esbozando una muy tenue sonrisa que casi se me pasa desapercibida.

—¿Lo he hecho?—le ofrezco una sonrisa socarrona y este asiente asiente.—Upsi, se me ha escapado.—me tapo la boca fingiendo arrepentimiento y Christopher arruga la frente.

Vuelvo a concentrar la atención en mi amigo incondicional y, con amargura, mi mente regresa a al juramento que me hice al no volver a involucrarme con alguien aventajado económicamente hablando.

No sé por qué coño pensé que Tiago seria la excepción a la regla. ¿En que mundo creí vivir? Los ricos se casan entre ellos para conservar su fortuna. Los cuentos en los que una pobretona se casa con el millonario no existen.

DOBLE MENTIRADonde viven las historias. Descúbrelo ahora