CAPÍTULO 47

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No he podido pegar ojo en toda la noche por culpa de lo que me dijo Tiago. Mi mente se ha convertido en un torbellino descontrolado que por más que trato de calmarlo y cambiarle el rumbo, se niega ha dejar de dar vueltas alrededor de lo mismo.

¿Es cierto lo que me contó? ¿Fue presionado y aceptó para que yo pudiera seguir con mi estilo de vida? Y si eso es verdad, ¿en qué posición nos deja eso? ¿En qué posición me deja a mí? Porque está claro que pareja ya no podemos ser y me niego en rotundo a ser la segunda.

—Señorita Violetta,—la dulce voz de Camila irrumpe en la alcoba y en mis pensamientos.—el desayuno ya está listo y los invitados están llegando.—me informa desde la puerta y me incorporo de golpe.

Con el dolor de cabeza que llevo, me había olvidado de que hoy se celebra el anuncio del esperado embarazo. Dios que mala amiga estoy siendo. Tengo que dejar mis problemas a un lado, al menos unas horas y disfrutar de la compañía de mi mejor amiga.

—No me digas que llego tarde.—hablo atolondrada corriendo de un lado a otro de la habitación para encontrar algo decente que no sean mis pijamas.

—No, tranquila. De momento solo están los padres de la pareja,—me calma ofreciéndome una cálida sonrisa.—pero los demás no tardarán en llegar y esto se convertirá en un corral de gallos, así que te aconsejo que te apresures a bajar para desayunar en paz.

—Sí, sí, eso mismo haré.—aseguro enrollándome la cabeza con la maldita camiseta. Joder, no pensé que la dejé tan mal puesta la última vez que la utilicé.

—Señorita Violetta.—me vuelve a interrumpir cuando voy de salida.

Me doy la vuelta para mirarla interrogativa y ella parece vacilar un poco antes de continuar.

—No sé muy bien qué pasó ayer entre el señor Leonardo, el señorito Tiago y tú, pero puedo ver que no estás bien.—empieza con la máxima delicadeza e inmediatamente bajo la cabeza para esconder el rostro surcado por unas notorias ojeras.

—Bueno, dadas las circunstancias en las que nos encontramos...—suelto una risilla para acompañar la amargura en mi voz, pero eso no parece complacerla.

—Hoy es un día muy especial para Angelique,—empieza serena y yo asiento frunciendo el ceño. Eso ya lo sé, no necesito que nadie me lo recuerde.—empieza una nueva etapa en su vida y tú deberías hacer lo mismo. Dejar el pasado atrás y empezar desde cero. Sin dramas ni complicaciones. Una mujer libre de tristeza y de cadenas.

Su mirada es intensa y a medida que habla se ha ido acercando hasta que nos encontramos a escasos centímetros y sus manos sujetan mis temblorosos hombros.

Abro la boca para decir algo, pero de ella solo salen ruidos incoherentes. Si antes mi mente era un torbellino, ahora es un coche que se estrella contra un muro y todo se paraliza.

—Me tengo que ir.—es lo único que se me ocurre responder antes de darle la espalda y dirigirme a la cocina para picotear, aunque el hambre se me ha ido completamente.

***
—¡La mesa cuatro! ¡Era en la mesa cuatro!—exclama uno de los cocineros contratados del catering.—¿Acaso la gente no sabe distinguir el caviar del arroz negro? Menuda panda de incompetentes...

Es un hombre corpulento, en todos los sentidos de la palabra. Va vestido con la característica túnica blanca de los cocineros y el gorrito tan gracioso que le hace parecer un elfo. En su rostro se pueden apreciar los primeros estragos de la edad y su barba bien cuidada está surcada por unas cuantas canas.

Diría yo que, por su actitud egocéntrica, es el chef de la casa.

—¿Y usted que narices mira? Vaya a ponerse el uniforme y sirva las copas de champán a los invitados.—dice de mala gana meneando el cuchillo de un lado a otro.—¿O es que a caso tengo que hacerlo todo yo?—se queja al no percibir movimiento por mi parte.

DOBLE MENTIRADonde viven las historias. Descúbrelo ahora