CAPÍTULO 29

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Llevamos unos veinte minutos en el coche sin saber a dónde me lleva y ninguno de los dos ha dicho ni pío. He aceptado su ofrecimiento porque...¡ni siquiera sé por qué! pero, como siempre, la curiosidad ha podido conmigo.

—Eh...—carraspeo llamando su atención por primera vez.—¿y a dónde me llevas?—veo los edificios pasar, pero en ningún momento aminoramos el paso.

—Es una sorpresa.—sonríe pícaro y aparto la vista.

Es un echo que Christopher me intimida, así que tenerlo a mi lado y solo nosotros dos en un espacio tan reducido, es normal que sienta cierta presión. Inconscientemente, retuerzo los dedos en mi regazo y me muerdo le labio distraída por los transeúntes que circulan despreocupados por las calles.

—¿No tendríamos que estar planeando nuestra próxima estrategia de marketing?—vuelve a interrumpir el silencio causando que me mire desconcertado.—Para contentar a los socios, digo.—aclaro.

—Por eso no te preocupes, tengo algo en mente.—se hace el misterioso elevando las cejas, pero me abstengo de preguntar. Las otras veces que me he aventurado a saber más hemos terminado mal, así que me limito a asentir no muy convencida y seguir apreciando el paisaje de la cuidad.

Unos minutos más tarde nos detenemos frente a un gran edificio de paredes blancas y pocas ventanas.

Me vuelvo hacia Christopher interrogante, pero él solo me dirige una radiante y secreta sonrisa antes de salir del vehículo.

Lentamente y algo desconfiada, lo imito y en seguida lo tengo a mi lado ofreciéndome su brazo con toda la caballerosidad del mundo. Lo observo extrañada por unos segundos antes de aceptarlo y adentrarnos en el gran edificio.

Hay veces como esta en las que su gentileza me abruma y no sé como comportarme a su lado. Mi mano descansa en su antebrazo y noto todos sus músculos firmes debajo su americana gris. Lejos de producirme deseo o anhelo, mis sentidos se ponen alerta y ando lo más rígida posible para tapar esa parte de mí que tanto me atemoriza.

—Bienvenido, señor Brown.—lo saluda una mujer desde recepción cuando entramos.—¿Ha venido usted para la colaboración con la nueva marca?—inquiere la mujer pelirroja ofreciéndome una sonrisa que pretende ser cordial, pero es más rígida que la de Belén Esteban después del botox.

—No, es solo una simple visita.—se limita a responder el aludido con voz firme y cuadrando los hombros.

Sin dejar que la mujer siga hablando, nos guía hasta el ascensor más alejado de la entrada. Extrañada por este peculiar intercambio de palabras, giro mi cabeza de modo que llego a ver a la secretaria y me la encuentro analizándome de pies a cabeza con confusión y a la vez sorpresa.

¿Por qué desde que he entrado del brazo de Christopher todos me miran raro? No son miradas de odio ni de mujer encelada, sé distinguir esas miradas. Son más curiosas, como tratando de adivinar qué hago aquí.

—¿Ocurre algo?—pregunta Christopher cuando me doy la vuelta rápidamente al haber sido descubierta contemplando a la mujer.

—No, todo genial.—me apresuro a responder con voz aguda y me apresuro a adentrarme al elevador y quedarme encogida en una esquina.

Echándome un ojo cada dos segundos y sin estar muy seguro de mi reacción, se se coloca a mi lado a pesar de que haya dejado, implícito, que quería mi espacio personal y esperamos a que las puertas se vuelvan a abrir.

Por el rabillo del ojo, hojeo a este misterio de hombre que tengo como jefe y lo noto tenso. Muy tenso. Aprieta con fuerza la mandíbula y sus manos están echas puños.

DOBLE MENTIRADonde viven las historias. Descúbrelo ahora