CAPÍTULO 43

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Para mi sorpresa, este vuelo se me ha hecho eterno y tedioso. No tenía a ninguna persona que molestara mi hora sagrada de lectura, pero el nerviosismo y la inquietud han podido conmigo.

Desde que el avión ha despegado, he estado teniendo un cierto malestar en el pecho y no logro identificar a que se debe. ¿Será el hecho de que me he ido de Washington sin una buena despedida con Christopher?¿Serán los nervios de volver a encontrarme con mi mejor amiga? No lo sé, pero de lo único que estoy segura es que voy a pasar los mejores días de mi vida y desconectar del mundo como nunca antes.

La gente a mi alrededor corre de un lado a otro en busca de sus maletas y en busca de sus seres queridos. Que pena que me tengan en medio como una estatua intentando averiguar hacia donde puñetas tengo que ir para salir de este laberinto infernal.

—¡Pelinegra!—y ese grito no puede ser de otra persona que no sea Angie.—Ven y dame un abrazo, rata de biblioteca.—río antes de que su cuerpo se cuelgue del mío y casi rodemos por el suelo.

—Me estás aplastando, salamandra con complejo de persona.—le devuelvo la pulla.—¿Acaso has comido demasiados bollos?—me burlo cogiéndole por el brazo y a Angie inmediatamente se le cambia la expresión, pero es tan rápido el cambio que creo que me lo he imaginado.

—Yo controlo que no se pase y me deje sin desayuno.—interviene Leonardo bromeando e interrumpiendo mis repentinos pensamientos.

Me lo quedo mirando algo sorprendida (en el buen sentido de la palabra) porque no está siendo un palo seco como lo conocí. Ahora es más alegre, no tan serio.

—Cuida tus palabras o no te hago tus crepes favoritos.—le advierte esta apuntándolo con el dedo y a Leonardo se le cambia la cara al instante.

—Eres mala.—refunfuña cruzándose de brazos y frunciendo los labios.

Desde la última vez que lo vi en la boda, se ha dejado crecer un poco la barba y ahora su mandíbula queda aún más perfilada que antes. Por otro lado, su bronceado no puede ser más que producto de la increíble luna de miel que pasaron y le da un toque sensual. Se ve feliz. Los dos.

—Fuiste tú el que dejaste la tapa abierta.—protesta mi amiga mirándolo mal.

Ahora parece que han pasado a discutir de otra cosa y yo me he quedado en la de la comida. Quién los entiende...

—Si vais a discutir como los matrimonios, dejadme fuera.—los interrumpo haciendo que los dos calle y se me queden mirando.—No quiero ver como termina.—pongo una fingida cara de asco. Bueno, no tan fingida o quiero ser traumada con esas imágenes.

—Es que estamos casados.—argumenta Angie desconcertada y abrazando a Leonardo, que le corresponde al instante.

¿Pero no estaban discutiendo?

—¡Ya me entiendes, rubia de bote!—exclamo cogiendo las dos maletas y alejándome de ellos hacia lo que creo que es la salida.

—¡Soy rubia natural!—la escucho gritarme de vuelta y escondo una pequeña sonrisa en los labios.—¡Y la salida está al otro lado, listilla!—me paro en busca de alguna señal que pruebe que se equivoca, pero no. Todas indican que la que se está equivocando aquí soy yo. Que bien.

—Ya lo sabía.—aseguro pasando por su lado enganchándome al brazo de Leonardo para que me guíe al coche y dejar de pasar vergüenza.

***
—¿Y que tal todo por las Américas?—sigue taladrándome Angie con sus preguntas.

Llevamos unos diez minutos de viaje y literal que no ha parado de hacer preguntas. En una de esas se va a quedar sin aire. Leonardo ha preguntado un par de cosas, pero nada del otro mundo, supongo que las viejas costumbres nunca mueren.

DOBLE MENTIRADonde viven las historias. Descúbrelo ahora