CAPÍTULO 44

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La cocina se ha sumido en un completo silencio y solo se escucha mi respiración acelerada junto con el alegre cantar de los pájaros.

—¿Q-qué... qué haces tú aquí?—siseo a media voz. Soy incapaz de elevar más la voz sin echarme a llorar y mi cuerpo tiembla como una hoja al viento.

El aludido abre la boca para hablar, pero antes de que puede pronunciar palabra alguna, Angie aparece en la cocina dando saltitos de alegría y chillando cualquier cosa.

—Ahora que estás aquí, ¿puedes posar para mí?—canturrea ella sin percatarse de la tensión acumulada.

—Pensé que tu modelo seguiría siendo yo.—interviene Tiago con la voz ronca.

Como si alguien me hubiera dado un latigazo, enderezo mi espalda al volver a oír su melódica voz. Hace días que no he oído más de él que lo que los medios muestras y tenerlo justo ahora frente a mí y ser capaz de percibir su olor, su voz...su cercanía. Su persona.

—Para el carro, amigo.—le advierte Leonardo señalándolo y poniendo su ya típica cara serie.—Su único modelo aquí soy yo.—se nota que solo está bromeando, en parte. Pero el echo que todos actúen con normalidad me está sofocando.

Mis ojos de desplazan una y otra vez por los presentes en la sala y el ritmo de mi respiración aumenta por segundos. Me estoy agobiando. Todos se comportan como si realmente no pasara nada, como el día de la boda de Angie y Leonardo, donde todos éramos felices y soñábamos con un futuro lleno de dicha.

—Necesito aire.—declaro con voz ahogada interrumpiendo el "bonito" reencuentro y conteniendo las lágrimas antes de correr hacia lo que creo que será mi habitación.

Solo pedía unos días para olvidarme de todo. Del dolor, de las mentiras, de los amigos que luego no lo son. Solo pedía un poco de paz, pero la llegada de Tiago ha revuelto absolutamente todo lo que pensaba que tenía bajo control.

Cuando por fin llego a una habitación, no me paro a pensar si es la mía o no y me encierro dejando salir a la luz la pena que llevo conteniendo.

Soy un mar de lágrimas incontrolables y lucha por no ser arrastrada por la tormenta. Soy ese barco a la deriva que batalla por no ser engullido ante su oscuridad.

—¡Violetta! ¿Estás ahí?—escucho la débil voz de Angie seguida por unos suaves golpecitos en la puerta, pero no respondo. No podría ni aunque quisiera.—Abre la puerta, me tienes preocupada.—se la pasa insistiendo los siguientes dos minutos, pero no me muevo de la cama.

Abrir la puerta es como dejar entrar a todos los demonios del pasado y, ahora, del presente. Es dejar entrar todas las inseguridades que he creído haber superado y darles la bienvenida con los brazos abiertos.

Es reconocer que me dejé engañar por un hombre que juró amarme para siempre y a la primera de cambio me cambió y abandonó por otra mejor que yo. Una mujer más guapa, más elegante, más carismática. Más de todo.

—Violetta Molina Díaz. O me abres la puerta en este instante o la hecho abajo.—Sentencia firme ya cansada de ser ignorada.

Cuando utiliza mi nombre completo quiere decir que estoy en problemas y que más me vale hacer lo que ella dice, pero esta vez no lo voy a hacer. Ya puede decir o hacer lo que quiera.

—Es tu casa,—rebato con voz monótona.—la vas a tener que reparar tú.

—¡Se acabo! Vas a hablar conmigo quieras o no.—exclama ya cabreada de verdad. Que pena, yo lo estoy más.

Pues no, no me apetece. Pero antes de que pueda añadir nada más, la puerta es abierta de par en par de un solo golpe y me doy la vuelta asustada.

DOBLE MENTIRADonde viven las historias. Descúbrelo ahora