CAPÍTULO 41

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Corro de un lado a otro de la casa buscando los planes que Samuel me ha pedido esta tarde para el próximo proyecto, pero estoy segura de habérselo dejado antes de salir de la oficina.

—¿Lo tienes?—me apremia desde el otro lado de la línea.

—Estoy en ello, pero estoy segura que te los entregué con la caja negra.—insisto revolviendo la pila de papeles desordenada encima la mesa.

—La caja negra se la has dejado a Nadia en recepción.—me recuerda frustrado.—¿En qué planeta estás, Violetta? No puedo trabajar con alguien que no se acuerda en dónde deja las cosas.

—¡Lo siento! ¡Estoy intentando llevarlo lo mejor que puedo!—exclamo tirando en el sofá pasándome una mano por la cara.

Para no acordarme de Tiago, me he sumergido de lleno en el trabajo y estoy más involucrada que nunca en la creación de nuevas técnicas de mercado y he empezado a conocer mejor a algunos de los trabajadores más importantes.

Lo malo es que eso implica tener que trabajar muchas horas junto a Samuel y muchas discusiones por claras desavenencias y, además, no resulta tan factible para olvidar a Tiago.

—Pues hazlo mejor. Mañana tenemos que zanjar el asunto, así que llega un poco antes para que por la tarde ya se haya acabado.—espeta para después colgar y dejarme con la palabra en la boca.

Suspiro pesadamente y me dejo caer de forma descuidada en el respaldo del sofá mirando fijamente al techo mientras de fondo se escucha el constante murmullo de la televisión.

No sé por qué decidí meterme en todo esto. No, espera sí, si que lo sé. El motivo tiene nombre y apellido y por mucho que trate, olvidarle me está costando más de lo que me gustaría admitir.

—¿Por qué tengo que meterme en estos fregados?—me lamento en voz alta hablando sola cuando suena el timbre.

Que raro, no espero a nadie a las diez y media de la noche y como sea un vendedor de teletienda lo voy a meter a patadas al ascensor. Bueno, eso es mentira porque a la hora de la verdad no le haría daño a una mosca, (así me he quedado, sola) pero soñar es gratis.

A pasos de plomo, llego hasta la puerta y cuando la abro me quedo pasmada.

—¿Christopher?—mi voz suena tan sorprendida que hasta creo que ha subido dos tonos.

—El mismo.—responde este con claramente entretenido.—¿Puedo pasar?

—C-claro.—me apresuro a hacerme a un lado y dejar que su "embriagadora" fragancia entre a mis fosas nasales.

Desde que ocurrió nuestro incidente en el bar donde me emborraché y nos besamos, no hemos vuelto a hablar del gema e intentamos mantener una distancia prudente aunque a veces esta queda algo desdibujada por el hecho de que Christopher es la única persona que sabe por lo que realmente estoy pasando y me ayuda en todo lo que necesito.

Y es exactamente por eso que me sorprende que se aparezca por aquí a estas horas de la noche.

—Así que este es el famoso apartamento.—habla pensativo.—No es tu estilo.—decreta tras breves segundos de inspeccionar el lugar.

—¿Y cuál es mi estilo?—inquiero siguiéndole el juego sin saber por qué. Supongo que porque necesito relajar mi mente y la lectura no me funciona.

—Más austero, humilde.—habla volviendo a observándolo todo.—Más cálido. Si no fuera porque estás tú viviendo, pensaría que está en venta. No hay nada que me muestre que antes de ti hubo otra persona. No sé, un recuerdo, algún signo de vida.

En eso tiene razón, desde un principio me sorprendió que no hubieran retratos con la familia o otros objetos con valor sentimental, pero bueno, así debe ser la vida de los ricos.

DOBLE MENTIRADonde viven las historias. Descúbrelo ahora