Le resultaba lioso tener que aprenderse, mejor dicho hacer, todo ese recorrido desde su hogar hasta la panadería de su pareja. Esas ocasiones que la ha visitado, en algún lugar se debía perder, tomaba mal una calle o terminaba en donde no. Sin embargo, esperó que esa fuera una ocasión distinta a las demás. Se colgó su morralito, calzó sus chancletas y dedicó una última vista a su pequeño apartamento. Salió de ahí con la misión de encontrarse con su novio.
El maullido leve de una cosa peluda pasándose entre sus piernas lo hace agacharse a atender las súplicas de atención del minino.
—También estoy feliz, Ume. Estará contento de que lo vaya a ver después de mucho, su trabajo no debe dejarle venir a verme por lo pesado que se está volviendo.
Sigue su caminata con el felino siguiéndole el paso. Saluda a los vecinos y la gente que se topa, ya estaban acostumbrados a la sonrisa del japonés desde su llegada al lugar y no dudaban en llenarlo de hospitalidad al verse en un nuevo mundo donde nada es como en su tierra natal. Llega hasta el puente y logra cruzarlo sin problemas ni contratiempos, aquél que separa su residencia y la se su amado; en seguida, corre por las calles y callejones con euforia, chocando con algunos transeúntes y más animales. Pobre Ume que tenía que correr para alcanzarlo.
Después de algunas vueltas a la plaza, encuentra el logo rústico que señala la panadería; le llega el aroma a pan caliente. Con fuerza, abre la puerta principal, sin hacer sonar la campana, y entra a la fachada. La esperaba mejor, más alumbrada, colorida y decorada; sin embargo, los tonos grices eran sus únicas vestiduras. En seguida notó el ambiente pesado y la frialdad calarle el alma. Se adentra más en la casa. Llama a su pareja sin obtener respuesta.
—¡Leo!... No lo sé, Ume; quizás esté dormido.
Pero, ¡cómo podía estarlo si sabía a la perfección que él venía! También, llamó a cuñado y nada. ¿Acaso nadie estaba en casa? Fue cuando, después de tratar de buscar señales de vida, se encuentra con una flor de singular aspecto. Creía haberla visto antes; yacía en el mostrador de la panadería, apagada y aún viva. Era bellísima. Regresó su vista a la entrada de la casa y había otra en un espacio de un mueble. En poco, obtuvo un camino de flores rojizas y anaranjadas esparcidas en los lugares. Dió con lo que esperaba ver.
En el comedor se encontraba el altar típico de Día de Muertos, aquél que solía explicarle su Leoncito lo mucho que amaba montarlo con su abuela —antes de morir—, su hermano y su nana. Nando estaba ahí, de hecho, dándole la espalda; a la par, colocaba un jarrón nuevo de aquella flor especial en combinación del cempasúchil tradicional. Se le notaba afligido, desolado, melancólico. Y es que esos días recordaban la pérdida de aquellos que amaron en vida y sólo les queda seguir amando hasta la muerte. Se acerca a su cuñado y posa sus manos en sus hombros.
—Hey, todo está bien —comenta sereno.
El mayor no responde nada. Se levanta de la ofrenda, haciendo que el asiático quite sus manos, y sale del cuarto sin verlo. No obstante, aún nota las lágrimas que resbalan por sus mejillas hasta perderse. Kubo volvió su vista al altar y apreció las figuras que decoraban las fotos familiares.
Su padre, su madre, su abuela y él. Ahí estaba su foto, esa que se tomó con Leo cuando visitaron Xochimilco. Esta vez había café lechero, pan de muertos, mochis y un bēnto que llevarse de regreso a la Tierra de los Muertos. Tomó el pan y empezó a comerlo en espera de su cuñado y su novio junto a Umeboshi —que se subió a su regazo—.
Desde su muerte, Leo se negaba a visitarlo; y lo poco que lo hizo, derramó lágrima tras lágrima que a Kubo le dolía saber que su Leito sufría en la vida terrenal. Y su primer Día de Muertos ni siquiera se presentó a su altar una vez lo acabó, no supo de él en esos días. Esperaba que fuera distinto esta vez, que quisiera verlo y recordarlo como juraron. ¿Acaso ya no lo quería? Nando regresa con una veladora encendida. La deja al lado de su foto y habla:
—¿Sabes? Él está muy mal ahora. No quiere saber de tí; pero es porque es un cabezota, ya sabes tú muy bien —Hace una pausa—. Pero te extraña muchísimo, como no tienes idea; está cansado de amargarse la vida que prefirió encerrarse para que dejaras de venir y entiestecerlo. Así, según él, sería mejor.
Kubo también lo sabía. Sabía que Leo ya no lo esperaba.
—Creo que olvidó lo melancólico de recordar a la gente que adoramos aquí y allá... por cierto, Teo trajo Flor del Infierno —mencionó sacando una de las flores rojas de su jarrón—; dice que es una manera de representar la añoranza y dar camino al olvido del alma. Supongo que quería hacer sentir bien al chamaco.
—Lo sé.
—Gracias por mucho, Kubito. Gracias.
El mencionado toma una de las flores dichas y se la coloca en su oreja; no iba a olvidar a su novio como él planeaba intentarlo. Seguiría recordándole lo mucho que lo ama desde el más allá y que lo estaría esperando. Tomó sus cosas, las guardó, se despidió se su cuñado y subió a despedirse de Leo. Lo encontró dormido en su habitación, con la cara hinchada y ojeras de mapache que ama. También beso su frente y se retiró en paz.
Luego podría hablar con Doña Toñita y sus suegros; pero, para el bien de todos, ya su tiempo en la casa se había agotado.
El gato maulló cuando lo vió irse y entrar al resto de la familia San Juan, llamando la atención del único despierto.
—¡Umeboshi, gato bobón! ¿Cómo entraste? Ven que te doy de comer.
Y el gato dejó a Kubo por comida.
¡Lloren, sufran, jajajajajaja!
La neta, desde que leí y supe que era la Lycoris Radiata; tuve en mente este capítulo de pérdida y añoranza. Primero, pensé hacerlo desde la perspectiva de San Juanito para terminar en la de Kubito, porque —pensé— sería menos predecible y —quizás— más sorprendente saber la verdad detrás de una visita a su novio.
El gato que se menciona lo inventé en un segundo y, a mi parecer, sería una siamesa que le gusta a dar de pata de perro en vez de ser el guía del Kubo. Además, tengo el HC de que a Kubo le gustan los gatos (💕).
Sin más, me despido para que esperen los últimos capítulos.
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𝘾𝙝𝙤𝙘𝙤𝙡𝙖𝙩𝙖𝙙𝙖
Fanfictiondescontinuado. 𝐂𝐇𝐎𝐂𝐎𝐋𝐀 + 𝐓𝐀𝐃𝐀: Si Teodora y su hermano eran el Café con Leche, y Miguel y Hiro el Arroz con Frijoles; ambos eran la Chocolatada. Pequeñas o largas historias de una pareja de homosexuales que no será 𝘤𝘢𝘯𝘰𝘯 jamás, mas q...