☀️ ; Llanto.

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Koi no paraba de llorar, Leo ya había intentado de todo para parar su llanto, le dio de comer, lo cambió, hasta jugó con él, y no parecía querer quedarse callado. No le mal entiendan, adora a su pequeña conchita de vainilla; pero, ese niño debía dormir la siesta de la tarde. Se encontraba en la mecedora con el castaño en brazos, quien se aferraba con sus manos regordetas a su camisa. De repente, el chiquillo alza la cabeza y lo mira a sus ojos para voltear a la puerta. Ha escuchado algo, Kubo ya había llegado a casa de seguro.

—¡Leo, ya llegué! —Le escuchó exclamar desde la parte baja de la casa, también, como dejaba las llaves en el cuenco y empezaba a subir las escaleras— ¿Koi ya se durmió?

Lo vio asomarse por el resquicio de la puerta, en seguida, el mencionado se volvió a soltar en llanto. El azabache abrió la puerta del cuarto por completo y se dirigió a sus amados castaños. Besó la frente de Leo, luego, agarró a su bebé es brazos y lo alzó al cielo.

—Deberías de estar dormido, Oli —habla sereno, apega al niño a su pecho y recuesta su cabeza en el hombro—. Se nota que tu padre no sabe cómo manejar estas situaciones, ¿no?

—Hey, que ya he hecho de todo y no se duerme —contesta San Juan haciéndose el ofendido. Kubo rueda los ojos divertido.

—Quítate y déjame enseñarte.

El morocho se levantó y dio paso al experto. Este le pidió que abriera la ventana del cuarto para dejar pasar el aire. Con una fresca habitación, el pequeño Koichi en sus brazos y una calma enorme, empezó a tarareando una melodía sutil. En verdad había extrañado a su hijo, dejar a sus familia para pelear por su nación era complicado, le debía tanto a aquellos que lo apoyaron en su niñez; pero, deseaba poder asentarse sin temor a un día no poder regresar a casa. No se lo decía a su pareja, no quería asustarlo sin razón. Su madre también solía cantarle cuando bebé, lo cargaba —ella le contó— y lo paseaba por la cueva con una melodía tranquila y alegre. Esta era diferente, era más melancólica, le recordaba a su madre, también le gustaría que lo recordara.

❝Hijo del corazón, deja ya de llorar❞


El moreno pudo apreciar como en unas cuantas estrofas, el pequeño empezaba a callarse para apegarse más a su pareja. Era su magia, cualquier nota es una historia, cualquier recuerdo una bella canción. Su rostro sereno le recuerda porqué decidió pasar su vida a su lado, no es perfecto, ni tan dócil ni un amor; pero, esos momentos, eran los que le robaba su aliento.

❝Junto a tí yo voy a estar y nunca más te han de hacer mal❞


Lástima que esos momentos parecía tan lejanos ya. A la edad de 4 años de el menor San Juan, les llegó una carta de auxilio para el japonés, lo necesitaban en su aldea, su abuelo lo necesitaba. Contra cualquier pronóstico, tomó su shamisen, la katana de su padre y se despidió de su hijo y marido.

—¿Regresarás pronto?— cuestionó Leonardo con tristeza. No le gustaba cuando el tuerto se iba tan lejos de él.

—No notarás ni que me fui, Reo —respondió tímido, con esa pronunciación que antes tenía de su nombre. Se dirigió a su hijo, un castaño que se esconde detrás del pantalón marrón de su padre, sólo dejando ver sus ojitos algo rasgados y marrones—. ¿Lo cuidarás por mí?

—¿Y quién cuidará de mí? —pregunta.El azabache le hace la seña de que espere, de entre su morral saca una figura de madera de un gato y se la ofrece. Oliver la toma en sus manos y sonríe, es muy bonita para su gusto, tiene una cara chistosa y amigable. Vuelve sus ojos a su otro padre y asiente.

❝Tus ojitos de luz❞


—Regresaré pronto.

❝El llanto no ha de nublar❞

𝘾𝙝𝙤𝙘𝙤𝙡𝙖𝙩𝙖𝙙𝙖Donde viven las historias. Descúbrelo ahora