[❗] NOTAS PRE LECTURA.
✎Un intento chungo de una versión de Cenicienta en la urbanidad y mezclada con Halloween.
✎Miguelito, Hirito y Normancito hacen cameo aquí.
Hubo alguna vez, en la urbanindad tecnología de San Fransokyo, un joven quinceañero de descendencia asiática llamado Kubo; este chico vivía donde su abuelo y sus tías, tras la muerte de sus padres, en un templo sintoísta. Su abuelo, Raiden, y sus tías, Karasu y Washi, no tenía mucha considerando con el menor al ser un niño nunca esperado ni deseado entre ellos. El azabache siempre tenía que levantarse temprano a limpiar los rincones del templo, ir a la escuela, regresar a atenderlo y hacer sus tareas. Kubo no tenía tiempo para sí mismo y escasos amigos.
Un día, barriendo la entrada del templo, llegó corriendo uno de sus amigos, Miguel Rivera —moreno, castaño y sonriente—, con las buenas nuevas de una fiesta de disfraces por la cercanía del Día de Brujas. ¡Claro que le gustaría ir! Pero, lo más probable, era que su abuelo le negara la salidas poniendo excusas de trabajos.
—No te preocupes, Kubito. Tú ponte chulo que yo te saco.
Y así hizo. Se colocó el roto kimono blanco que le perteneció a su madre, dándole retoques cortando hasta ser una especie de camisa, pantalones de lino, una pulsera de tobillo roja y confeccionó una corona con las flores del jardín. Sólo le quedó esperar. Llegó su salvador disfrazado como una calaverita de azúcar, saltando una de las bardas del templo, escabulléndose y llegando hasta su habitación. ¿Ahora qué procedía?
—Tú te sales y ya, vuelves antes de cierta hora y tuviste vida social por una noche —afirma el mexicano, decorando el rostro de su amigo con el maquillaje de mamá Cass— ¿Cómo a qué horas debes de venirte?
—Suelen cerrar a las doce... mejor dicho, yo.
—Pues a las doce te dejo en casita. Ya fuímonos.
Ambos adolescentes salen a hurtadillas por el acceso de la cocina al jardín y del jardín a la calle. Esto era emocionante, ¡su primera fiesta de disfraces! Aunque no supiera socializar, estaría con Miguel y Hiro todo el rato.
Cambio de planes. Algún idiota se le dió por meter wisky en la bebida fructuosa de miles de jóvenes hormales y ese lugar parecía club de strippers con cantina. Asqueroso olor, gemidos de fondo, bailes sensuales y posibles orgías; sí, quizás un prostíbulo. Miguel no paraba de picar la mejilla de Norman, argumentando que era Hiro; mientras el mencionado se había ido a bailar con un extraño a la pista. Encantadora la noche.
No resistió más y salió al patio de la enorme casona de Villavicencio —la que organizó eso en primer lugar—, incluso si hacía más frío ahí que allá. Ya estaba mareado. La hierba se incrusta en las plantas de los pies, mojándolos de rocío y picando; se acuclilla debajo de un árbol y espera a que Miguel lo llame preguntando si ya se había ido hasta la Tierra de los Recordados. Se distrae con un gato que pasa. Por donde salió, también sale un muchacho vestido todo de negro, con sombrero alargado y botas estilo vaquero —a su parecer—.
—¡Nando! ¡Fernando San Juan, ¿dónde verga es que...?! —El muchacho voltea hasta donde está y se detiene en seco— ¡Oh, lo lamento! No sabía que...
—No hay problema, de todos modos ya estoy acostumbrado a esas palabras —Sonríe, levantándose con el gato negro.
—Oyes, ¿haz visto un wey de camisa blanca, pantalón café y con un paliacate en el coco?
—Creo que no, jeje.
El recién llegado tose con cierta incomodidad. Kubo sigue acariciando a Salem —ya le puso nombre, ahora es suyo—.
—Ya veo. ¿Y qué haces acá?
—Ya me aburrí de oler borrachos —explica sereno—, preferí salir.
—¿Con el frío? —El contrario asiente— Que locura.
La música de fondo empieza a escucharse más desde afuera, una canción lenta de un artista que haya mencionado Coraline que no recuerda en ese preciso instante. El moreno le tiende la mano, invitándolo a dar vueltas y sólo moverse de un lado a otro en un cuadrito.
—¿O no sabes bailar?
—No salgo lo suficiente para aprender —Toma su mano—, supongo que puedo aprender de tí.
Uno, dos; uno, dos. Un compás a destiempo en la brisa otoñal, con las hojas cayendo a crujir y con gente adentro volteando el lugar patas arriba. No era nada romántico, de telenovela o fantástico; pero sí ameno y especial. Divertido. Paran cuando el de menor estatura se queja de un dolor.
—Maldición —habla después de sentarse en la entrada a la cocina, revisando que tenía incrustado un pedazo vidreo—. Jodidos descuidados.
—Espera aquí, traeré el botiquín.
Y así como se fue, regresó de rápido; asistiendo el retirar esa cosa y colocando una venda en su pie. ¿Por qué estaba descalzo? Esa es una locura.
—Soy un kodama, ellos no usan zapatos, son espíritus del bosque.
—Pues este necesita unos —El castaño se retira los botines y se los entrega; antes de que el otro niegue, agrega:—. Tengo unos tenis en una bolsa que dejé arriba, no te preocupes... Ahora que lo pienso, no sé tu nombre.
—¡Es cierto! Soy... —El tono de llamada de “Parece que va a llover” lo detiene de todo. Contesta— Moshi, moshi?... ¡Miguel!... ajá, ¿qué ocurr...? ¡Qué ya son las cuánto!... Ajá, sí; voy para allá. Adiós.
—¿Ocurre algo?
—Debo irme ya —El azabache se coloca los botines y se levanta de prisa—. Te debo tus botines, amigo. Si necesitas buscarme, busca a Miguel de 2°D, ¿sí?
—Pero...
Y el azabache huye de escena con los zapatos y el corazón de Leo. Debían volver a encontrase si los quería de vuelta a ambos.
¡Buenas noches desde acá!
Espero esto haya sido de su agrado, fue hecho desde la comodidad un sillón después de una tacita de té y galletas.
Leí zapatos y pensé en el clásico de Cenicienta; pero, luego, no me convencía hasta llegar hasta esta idea de fiesta de disfraces. Donde Cenicienta es quien obtiene las zapatillas y el príncipe debe ir por ellas.
ESTÁS LEYENDO
𝘾𝙝𝙤𝙘𝙤𝙡𝙖𝙩𝙖𝙙𝙖
Fanfictiondescontinuado. 𝐂𝐇𝐎𝐂𝐎𝐋𝐀 + 𝐓𝐀𝐃𝐀: Si Teodora y su hermano eran el Café con Leche, y Miguel y Hiro el Arroz con Frijoles; ambos eran la Chocolatada. Pequeñas o largas historias de una pareja de homosexuales que no será 𝘤𝘢𝘯𝘰𝘯 jamás, mas q...