01 ; Cendrillion I

202 20 19
                                    

❝Aquellas almas destinadas tienen
que encontrase, donde sea y cuando 
sea❞














La Luna zafiro adorna a la perfección la oscuridad del firmamento nocturno, con apenas manchas pequeñas de puntos que resultan ser las estrellas. La carroza traquetea de manera meliflua, acrecentando aquella inquietud. No lo parecía, a simple vista; su mueca neutra era aquella cara indescifrable para sus acompañantes.

Pensaba en aquél sueño abstracto, ese mismo donde no es más que alguien en un prado silencioso y vacío, corriendo detrás de alguien que resulta más enigmático que su propia apariencia. Quiere llegar a él o ella con todas sus fuerzas, intenta gritar pero nada se escucha, sólo silencio; antes de poder saber más se despierta sudando frío. Y así ciertas noches.

—¿Todo bien, Kubo? —pregunta uno de sus acompañantes, el menor de ambos, poniendo la mano en la suya— Pareces algo nervioso.

—No es nada, Miguel; sólo pienso.

—¿Pensar? ¿Por qué pensar ahora? ¿Hay algo que te roba el aliento?

—Miguel ya déjalo en paz —interrumpe el restante con su voz grave y autoritaria—, y debes de empezar llamándolo: principe Kubo de las islas japonesas.

—Eso da igual, Marco; al final, Kubo sigue siendo nuestro Kubito —asegura, con una sonrisa.

Ambos morenos canela discuten, normal para todos lo hermanos que tiene diferencias. Intenta sonreír aunque sea un poco para disimular; «todo estará bien», se dice. Le resulta icónico como los dos, siendo tan parecidos, fueran almas distintas en su totalidad.

—Todos sabemos el plan: entramos, Miguel ubica a ese charlatán bueno para nada y te lo atrae —señala hablando de su persona—, hablan, conviven, bla bla bla; ganas su confianza y se la clavas junto a la daga.

—Confía en mí, príncipe Kubo.

El chico no puede evitar soltar una risilla tenue y acariciar con cierto cariño los cabellos castaño oscuro del menor. Le tenía cierto cariño a él y a Marco.

—Recuerda que sólo tienes antes de la media noche, o si no...

—Creo que ya lo entiende, Marco —Esta vez interrumpe Miguel y ambos vuelven a pelear.

Empieza a recordar todo lo que puede antes de terminar su vida entre extraños. Como era un chiquillo sin hogar, sin aparente familia, porque no recuerda; tratando de ganarse sustento con historias y un shamisen.

Iba a morir mirando las estrellas, de no ser que él lo hubiera encontrado. Un hombre alto, temido por varios, que se hacía llamar “El Charro Negro”; lo salvó de seguir comiendo basura y pasar frío. Pero nada era gratis; a cambio, él trabajó para satisfacerlo.

Trabajaba, lo ayudaba, le contaba un sin fin de historias y él le otorgaba educación de primera y una "familia". Todo parecía estar mejor; hasta que le enseñó a asesinar. Se volvió su asesino personal, entrenado en el arte del engaño, sigilo, armas y pelea para eliminar a aquellos que atentaban contra su trabajo. Y este iba a ser su última noche, matando a un chico que su Señor detestaba a muerte.

«“Te encargo que mates a Leonardo San Juan, caballero vándalo de la familia Villavicencio. Él jugo conmigo y hoy me toca jugar con él”», le ordenó con una sonrisa ladina y macabra.

Ese tal Leonardo era un simple chico que hacía de las suyas: atrapando espíritus, dando dinero robado a pobres al puro estilo Robin Hood y sirviendo a la familia más rica de Puebla. «“Sé que no me fallarás, tengo plena fe en tí, Kubo. De lo contrario, acabaré con tu vida yo mismo”»; y ya estaba amenazado. Su vida o la de un extraño.

𝘾𝙝𝙤𝙘𝙤𝙡𝙖𝙩𝙖𝙙𝙖Donde viven las historias. Descúbrelo ahora