Prólogo

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Siempre pensé que después de la muerte habría una reencarnación, que viviría una vida digna, que no había podido vivir ahora. Aunque nunca pensé qué mi pensamiento era erróneo. En mi vida pasada fui alguien normal, alguien que no destacaba demasiado y tal vez por aquella razón, me encerré en un lugar donde era feliz, en libros que contaban historias, sobre amores, sobre guerras, pero jamás pensé que me vería envuelta en todo eso. Porque según las teorías que había leído la reencarnación era una cosa del futuro, nunca hacia el pasado.

Pero aquí estaba con mentalidad de un mundo futuro y viviendo en un mundo pasado, en donde no había edificios, no al menos los conocidos como rascacielos. No había carretera, no había coches, pero sí había carruajes y un montón de caminos polvorientos. Las ciudades se componían por un montón de casas pequeñas, posiblemente en cada una de ellas viviera una familia humilde y su vez, todo aquello estaba gobernado por un duque, el cual tenía condes y ejércitos a su disposición. Todos ellos estaban dispuestos a luchar en su nombre y si era necesario perder la vida por eso.

Todo esto, es lo que había descubierto durante mi estancia en este lugar. De hecho, me sorprendía las pocas cosas que sabía de este lugar, de esta época. Sin embargo, poco a poco me estaba amoldando, me estaba acostumbrando a ser una noble. Tal vez, debía de dar las gracias a los profesores que mi supuesto padre me había puesto desde que llegué a ese lugar, desde que nací como su hija.

No sólo descubrí todo aquello, sino también descubrí cómo se movían aquellas mujeres, muchas parecían amables, pero en realidad muy pocas eran de aquella manera. Tal vez porque necesitaba fingir que eran delicadas, que eran buenas mujeres, que serían buenas esposas y en realidad todo aquello no era más que una máscara que llevaban encima, porque no podían decir sus verdaderos sentimientos, no podían elegir. Muchas veces eran una simple moneda de cambio, Utilizado por sus padres para poder conseguir más poder. Tal vez yo también era una de ellas o al menos eso es lo que pensaban, pero desde luego ninguno de ellos sabía quién era en realidad.

Había llegado a ese mundo, a esa realidad hacía 18 años. Estaba segura que no encajaba demasiado o que al menos no era como la hija que ellos esperaban. No me interesaba nada de lo que debería de interesarme, la costura, los vestidos, el maquillaje eran cosas que simplemente pensaba que estaba bien si lo utilizaba algún día, tal vez una fecha especial Aunque lejos de aquella realidad, mi padre me había puesto un tutor que me enseñaba todo lo que las mujeres de la época debían de saber, ya que habían pensado que debía de casarme co uno de sus viejos amigos. Uno de los condes del duque. Sin embargo, mis planes estaban lejos de convertirme en eso.

Entre mis planes no estaba casarme con alguien que no amaba, con alguien al que no había visto el rostro y de hecho estaba segura de que aquel conde no sería atractivo, ni joven. Sólo tenía que ver a los amigos de mi padre para saberlo, los únicos jóvenes que había cerca de él, eran los soldados que eran enviados por el duque. No obstante, si que acepté aquellas clases, no porque lo deseara, sino porque convencí a mi padre de que me dejara aprender el arte de la espada. Que saber defenderme en aquel mundo, era como asegurar mi supervivencia propia. Aún recuerdo como le costó más de un año permitime entrena, pero tras dar el visto bueno, mis tiempos libres y mi vida después de esas clases se redujeron a aquella espada que aunque al principio era pesada y casi no podía levantarla, ahora maneja como parte de mi.

Poco a poco fui recordando lo que era amar la lucha, lo que mi cuerpo sentía en la otra vida, cuando hacía esgrima, cuando hacía artes marciales, cuando me esforzaba como si de aquello fuera a depender mi vida, pero jamás conté con que un coche me ateopellaria, que tendría un final tan triste como ese.

No obstante, esa vida no estaba tan mal, después de tanto tiempo viviendo allí me había acostumbrado a cada pequeña cosa y mis días se resumían en la parte trasera de aquel castillo, con esa espada y con esas dagas. Esta vez, iba a protegerme con todo lo que había aprendido tanto en esta vida como en la otra y tenía claro que aquella boda no iba a llevarse a cabo, cuando el rey viera toda mi potencia, cuánto valía como guerrera me dejaría permanecer como condesa, como la siguiente en la línea de sucesión en el linaje de mi padre. 

Las alas de la libertadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora