Compromiso

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Los días fueron pasando y el día del compromiso había llegado. Aquella fiesta en la que Hoseok me daría a conocer, una estupidez según mi punto de vista, pero al parecer importante para la sociedad.

Dejando eso a un lado, nuestra relación había crecido en esas semanas, cada noche iba a su despacho para verlo trabajar. Por otra parte, Tae había partido hacia su nuevo hogar, y desde luego pensaba ir a visitarlo cuanto antes, sin embargo, sabía que esa noche lo vería.

- Jimin. ¿Quieres ser mi rival por un rato? – pregunté tras verle en la entrada.

- Tendrá que ser en otro momento, Hoseok me pidió ayuda.

- Suga, tú... - pronuncié cuando me detuve al ver sus ojos negros en mí.

- ¿Crees que lucharé contigo? – chasqueó su lengua y después se marchó.

- Vale, no te necesito. – pronuncié tras ir hacia la parte de atrás y comenzar a luchar, cuando mi espada chocó con otra.

- ¿Me echabas de menos? – Solté mi espada y al reconocer a Tae, lo abracé con fuerza. – Pensaba que vendrías a la noche.

- Ten cuidado la espada. – pronunció tras apartarla de mí. - Quería verte antes de que no pudiera acercarme a ti.

- ¿Por qué no podrías? Eres un Conde, puedes hacer lo que te plazca. – respondí tras acariciar su rostro.

- Ya decía yo que estabas silenciosa. - añadió alguien desde atrás de nosotros 

- Hoseok. – aún seguía llamándole de aquella manera, llamarlo por su nombre me hacía avergonzarme.

- Duque. – se inclinó ante él y después lo miró.

- Bienvenido, el resto están en mi despacho. En seguida voy. – Tae se marchó, por lo que nos quedamos solos. - ¿No tendrías que prepararte para la fiesta? – pasó su mano por mi cintura y después me llevó hasta él.

- Aún es temprano. – pronuncié tras rodear mi cuello con mis brazos y mirarle a los ojos. – Además, quería despejarme un poco.

- Estos días estuviste encerrada en casa estudiando. – acarició mi rostro con su mano libre y después me miró.

- En realidad, leí alguna que otra historia romántica. – respondí con una sonrisa. - ¿No te echarán de menos? – pregunté.

- Puedo hacer lo que quiera.

- Bien, entonces puedes escaparte.

- Ahora mismo no y tú tampoco. – se inclinó hacia a mí y después me besó. 

No podía parar de pensar en que esa noche, estaríamos aceptados por todos. No era que me importaba, pero esa era la manera adecuada para no escuchar ninguna clase de comentario.

- Ve, creo que tus hombres te esperan.

- Y a ti tus doncellas. – respondió antes de alejarse de mí.

- Este hombre, me enloquece. – volví a agarrar mi arma y después volví a moverme en aquel lugar.

- Señorita, ya es tarde. Tenemos que arreglarla. – sequé el sudor de mi frente y después miré a aquella doncella.

- Bien, vamos a prepararnos para esa maldita fiesta. – Dejé mi arma y después entré dentro del castillo. Me introduje dentro del baño y me bañé con aquella agua caliente. 

Me relajé en la misma y después salí para comenzar a vestirme. Había algo que había aprendido durante todo ese tiempo, las gentes de nobleza y realeza, tenía gente que la vestía y realmente me preguntaba para qué.

¿Acaso no tenía dos manos? ¿Por qué tenían que verme desnuda? Pero ese día era un día especial, así que me aguantaría las ganas de decir salir de aquí. Me maquillaron y después me peinaron. Me miré en aquel espejo y realmente parecía tan diferente, que me quedé mirando mi rostro por unos segundos.

Las alas de la libertadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora