Capítulo 4

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Nos quedamos un rato más saltando en la cama elástica. A ambos nos hacía falta. O por lo menos no teníamos otra forma mejor de descargar nuestra ansiedad... ni entretenernos...
Matías estaba sudando como un puerco. Y a mí no me gustaba cuando era sí mismo. Así que le ordené que se bajara a causa de que su olor me repugnaba.
Él se cruzó de brazos y me pidió que lo obligara. Por ende, le metí una buena patada en la entrepierna suponiendo que con eso sería más que suficiente.
Su impresión ante mi acto fue simplemente sublime. Aunque se debería acostumbrar a la nueva Lu tarde o temprano.
Mi mejor amigo se tocó el pelo eximiéndose de atacarme. Pero no podía insultarme por más que así lo quisiera; sin embargo, el dolor de mi reacción no era para menospreciar... ni nunca lo había sido...
Me acaricié el brazo nerviosa al notar que en serio estaba sufriendo. Luego, intenté decir algo aunque él se me anticipó.
—No te preocupes amiga... ¡Hitler va a recibir su merecido!
—¿Y qué hay de tu hermana? —pregunté mientras hacía un mueca de pato.
—Creo que en algún punto estoy orgulloso de ella... ¡Pero no se lo digas porque sigue siendo una rara! —agregó súper divertido.
Yo, por mi parte, lo miré con desaprobación. Para la nueva Lu sería toda una epopeya lograr que ambos se entendieran; no obstante, haría todo lo que estuviera a mi alcance –y lo que no también–. Pues no es algo ético ni prudente el desenvolverse en un mundo donde hay hermanos
menospreciando a sus hermanas peculiares.
Desde pequeña había logrado la mayor parte de mis objetivos
–aunque quizás de adolescente no tantos–. De todos modos, llegaría al fondo del asunto sin ensuciarme las manos. Solo era cuestión de platicar con ambos y desplegar un punto en común. Sin embargo, nunca había anotado nada sobre nadie. Así que este sería un desafío del cual muy probablemente saldría mucho más fuerte.
Esta vez yo fui la que se anticipó.
—Hoy hablé por un largo rato con Tamar... ¡Y lo cierto es que no comprendo por qué te parece extraña!
—¡Deberías pasar todo un día con ella! —respondió de mala manera— ¡Usa palabras que ni yo sé lo que significan!
—Excelente parámetro...
—musité por lo bajo— ¡A mí me parece que podría tener algún tipo de trastorno como autismo o algo por el estilo! ¡¿No?!
—exclamé poniéndole un poco de lógica al asunto.
—A veces me asustás un poco con tus hipótesis Lu... ¡El salir defectuoso no pertenece a la genética de los Fischer!
—¡También te diría que el morir joven no pertenecía a la genética de tu mamá; no obstante, ya sabemos lo que pasó!
—¡Ya me tenés harto con eso Calavera! ¡Cortala!
—¡Obligame! —contesté de brazos cruzados—
¡Quiero ver si tenés suficientes HUEVOS como para enfrentar tu duelo!
—¡¿SABÉS QUÉ?! —Un niño Turco se aturdió por el grito— ¡TE VOY A HACER COSQUILLAS EN LA PANZA ASÍ RELAJÁS UN POCO LAS TETAS!
—¡Ni te atrevas!
—respondí cuando ya era demasiado tarde. Su respiración desde tan cerca me penetraba los huesos. Se percibía sutilmente como la tristeza lo sacaba de quicio (algo que solo sucedía muy de vez en cuando).
Justo en ese instante, noté que me estaba lastimando. Si bien mi mente se volvió como un tornado de exasperación en una orgía de ladillas, reaccioné con la poca dignidad que me quedaba.
—¡No me toques, MALDITA SEA!
—pronuncié mientras lo pateaba de costado y sobre el muslo; mejor conocida como
“paralítica”— ¡Estás enfermo de la cabeza y necesitás ir a terapia!
—agregué inconscientemente. Acto seguido, me puse a llorar desconsoladamente a pesar de que los vecinos estuvieran durmiendo la siesta.
Ya no quedaba nada de mí. Ni de él... o por lo menos casi nada de los que solíamos ser...
Mi mejor amigo se acercó y me abrazó tal desamparo. De todas formas, el que necesitaba ayuda en este momento no era precisamente yo.
Hubo un silencio incómodo el cual pasó más lento que tortuga de carga. Luego, nos separamos y permanecimos callados hasta que alguien rompió el silencio.
—¿Estás bien Lu?
—susurró una dulce voz— ¡Yo te advertí que estaba roto y que ya no tenía arreglo! —Observamos a la pequeña aún más sorprendidos que antes— ¿Qué tal si vamos a algún lado antes de que aparezca mi viejo y nos mate a todos?
—¡No estoy llorando!
—Se defendió el ricachón atractivo— ¡Ahora andate antes de que te parta la cara de un llavero!
—Ambas fruncimos el ceño confundidas— Digo, sopapo.
—Interesante —susurré para mí misma— Ya me considero Sherlock Holmes aunque no tenga ningún Watson.
—¡No me das miedo!
—contestó mientras rodaba los ojos lentamente— ¡Tal vez sos más fuerte de puños, pero no de cerebro!
—¡Qué forma más maravillosa que decirle que es un IMBÉCIL!
–Pensé divertida– ¡Aunque me quedo con
“deberías dedicarte al secado de piscinas”!
—¡Vos a mí tampoco!
—respondió él impertérrito.
—¿Alguna vez te viste llorar al espejo? —Mi mejor amigo negó con la cabeza— ¡Qué suerte porque es horrible!
En ese preciso instante, quise chocarle los cinco hasta que quedarme sin dedos. De todas maneras, solo era cuestión de tiempo el que alguien se lo dijera. Quizás irónicamente, a los dos nos había hecho falta desde hace rato. Sin embargo, todavía no llegaba mi momento.
—Pero vos no Calavera... —Musitó asombrada—Llorás hermoso, refinado; como nadie más puede.
—¿Gracias? —Fue más una pregunta que una afirmación— ¡Ahora sí quiero ir a la plaza! ¡Me canto la hamaca del medio! —Agregué con la ayuda de mi presente niña interior— ¡No entiendo bien cómo me siento ahora mismo; aunque mi cuerpo me ruega que le dé un poco de distención!
—¿Acaso no querrás decir “un poco de diversión”?
—Rodé los ojos sabiendo que no había terminado— ¡Eso si tenés cuatro años y te gustan los Teletubbies!
El pasto lucía particularmente húmedo... estaba a punto de descubrir algo impresionante y no tenía ni la más pálida idea... ­

Maldita reina de Francia: una obra sublime (Sin editar)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora