Capítulo 35

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Artemisa me contó que su hermanita menor solía ser maltratada en la escuela. Hasta que un día, le dijo a su papá que se quería matar y el hombre la observó desde cerca impertérrito. Aunque pensó que era una “broma de adolescente loca con las hormonas alborotadas”, y no le prestó la suficiente atención. Sin embargo, la psicopedagoga lo llamó para que hablaran con su madre y les dijo que le tenía que ir a terapia. Y como es de esperarse, su hermana se rehusó pero no obstante terminó yendo a la primera sesión –o por lo menos eso fue lo que me dijo ella–… De todas maneras, un par de días después la encontraron pálida y BIEN MUERTA en la ROJA bañera: había tanta sangre como para alimentar a una horda de zombis… Osea, literal juro (juraba) que con todo eso se podían abastecer a los laboratorios de la UBA por la menos una DÉCADA... Además, tenía las venas cortadas; y no fue muy placentero para ella el verlo… Desde ese momento, Artemi odió al psicoanálisis con todas sus fuerzas: no se podía creer que esa típica sensación de “alivio” que uno siente al ir a terapia; no había hecho efecto en su tan querida hermana: pues a pesar de que no quisiera hablar o le mintiera al psicólogo… ¡Básicamente era imposible que algo así sucediera!... (Igual luego resolveríamos ese extraño misterio). 
Así que quise decir algo aunque Tamar se anticipó. 
—¡No hay forma alguna en este mundo de que algo así suceda… lo más probable es que se haya ido evitando el encuentro!
—¡Les juro por mi CONCHA ROSADA que yo estaba ahí cuando el tipo se acercó a atenderla… no hay forma alguna de que se escape después de eso! 
—Como historiadora y detective del FBI… creo que tal vez hubo un detalle que se nos está escapando… 
—¡¿En serio te vas a poner a jugar a esa MIERDA?! ¡¿Cuántos años tenés, cinco?!
—Bueno… Según mi hermano lo cierto es que tengo esa edad… ¡No sé por qué pero el imbécil siempre me jode con eso! ¡Osea: ya estoy hasta los OVARIOS que me trate como nena! ¡Tengo la misma capacidad de pensamiento que él!... ¡Y no sé vos qué onda Artemisa; aunque mi CHOCHO más bien es tirando a frambuesa!
La admiradora de Freud no respondió. Acto seguido, noté cómo lentamente se le caía una lágrima. Salimos y anduvimos un rato más por el boliche. Ella no quiso bailar y por ende yo tampoco. Antes de darnos cuenta se hizo de noche: osea, ya eran las cuatro de la mañana. El señor Fischer apareció cuando tiró de su amiga. Luego nos contó un par de anécdotas en las que eran protagonistas. Tamarindo no se podía creer que su padre 
–en la juventud– hubiera sido un hombre tan majo… así que exclamó sorprendida al darse cuenta de algo… 
—¡Y por eso es que siempre pelás la manzanas!... ¡Nunca pensé que de joven fueras algo decente! 
—Sí… —musitó la psicóloga mientras hubo un silencio— ¡Tu papá era el tipo más “cool” de toda la secundaria!... Luego, él se mudó a Stuttgart y me quedé en Basilea: ustedes saben que su viejo vivió en todo el planeta… Un verano cuando ya éramos grandes nos juntamos en Ginebra: si mal no calculo... esos fueron los tres meses más felices de mi vida… Después se vino a Buenos Aires porque su padre había encontrado un negocio rentable. En realidad lo mejor –desde mi punto de vista– que no hacía falta tener mérito para acceder a la facultad (en Suiza las notas te condicionan el futuro: los más “capaces” son los que acceden a los trabajos calificados). Ahí fue cuando la conoció en la facultad de abogacía. Recuerdo estar en un parque y que me la presente; era un día nublado y más que nada lluvioso... —Artemisa se tocó el mentón como ella sola podía— ¡Juro que nunca lo había visto tan feliz en mi vida! 
Nadie dijo nada. Hubo un silencio. Pues yo quería en ese instante ya irme a mi casa; y eso que la noche recién estaba en pañales. La psicóloga se fue a buscar un refresco: hacía mucho que no bailaba y no estaba en estado. Tomé del brazo a Ginebra e hice una seña con el ojo… ella me siguió hasta que llegamos a un lugar más privado…
—¿Qué te parece si nos metemos en la pista de baile?... Habíamos hecho una apuesta si mal no recuerdo… 
—¿Y qué se supone que apostaríamos exactamente?
—preguntó con una sonrisa de oreja de oreja— ¿Qué tal si lo hacemos de un modo indecente? 
—Soy todo oídos… —respondí mientras notaba que esta era una mala idea… mi mejor amiga siempre se pasaba de la raya… 
—La que pierda se va a COGER al chico que la otra le encuentre… Por cierto… ¿Dónde está tu amigo el de la piel de color? 
—¡Cierto! —exclamé súper sorprendida de que me hubiera olvidado— ¡Si me ayudas a buscarlo te acepto la apuesta!                                                                           

Maldita reina de Francia: una obra sublime (Sin editar)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora