Capítulo 8

6 0 0
                                    

Decidimos volver a su casa porque ya había sido suficiente conversación por una noche. Mi papá me llamó desesperado al notar que no estaba en mi departamento. Rodé los ojos en razón de que tuviera una copia de mi llave y la usara compulsivamente para ir a ver si su tan querida Lu estaba bien; mientras que yo necesitaba ganar independencia cuando antes. Era insufrible que me apreciara tanto, que me mimara y que me tratara como si tuviera cinco años. A veces pensaba que ellos, al menos, no se tenían que aguantar que los mimaran como bebés. Seguramente Mati y Tamar también lo hacían viceversa, pero lo cierto es que los envidiaba y quería a alguien que me dejara hacer todo lo que se me antojase; que no se preocupara por mi bienestar ni me permitiera faltar al colegio porque estaba indispuesta. Pues así y en consecuencia de eso, era una buena para nada.
—¿Es lindo tener a un padre que suele estar sobrio, no?
—¡Y aburrido! ¡Digo, el tuyo por lo menos hace algo más que analizar datos! 
—Jajajajaja… —Se rió mientras un chico la miraba desde lejos— ¡Sos muy graciosa Lu, deberías ser comediante!
—¡¿Alguna vez viste a un actuario?! —respondí de mala manera— ¡Pasa todo el día detrás de una computadora sacando cuentas sobre negocios! ¡No hay nada en este mundo que sea más embole que eso!
—agregué de brazos cruzados. El pendejito se seguía acercando— Si no fuera por su aburrimiento, comerías pan y arroz en vez de milanesas de cordero… ¡Y también pensá en que no es dueño de cinco departamentos en Puerto Madero como el mío! De todas maneras, peor sería que se rascara los HIGOS y se emborrachara hasta quedar inconsciente; y a pesar de que el nuestro trabaje como un cerdo del mismo modo que el tuyo, lo más drástico es verlo beber y fumar como un hombre al que no le queda nada en la vida... ¡¿Acaso tu papá es adicto a alguna sustancia que lo evada de sus problemas?! ¡¿No?! ¡Genial! ¡Entonces no dramatices porque al tuyo le gusta hacer cálculos sobre patrimonios y capitales! 
—No… —musité cabizbaja mientras me encojía de hombros— ¿Por qué se supone que sabés de econo… —El chico nos observó desde cerca— Hola bro —Tamar se dio la vuelta cuando casi se muere del susto. Sus mejillas se enrojecieron levemente mientras él sonreía conforme con su reacción— ¿Cómo te llamás galán? —pregunté divertida. 
—Marco Pérez, mucho gusto. Tamu mira videos de eso para saber qué hacer con sus dólares y Francos Suizos… No pude evitar escucharlas, me asusté al verla alterada… —“¡Ta muy bueno!” pensé para mí misma. Era bastante más alto que ella y su piel se aparentaba a un color caramelo. De la cabeza más grande le salían un montón de tirabuzones claramente más oscuros. De la otra me tuve que quedar con la intriga. Ella se volvió a sonrojar cuando el chico agregó— Ahora me tengo que ir a comer... ¿Después nos vamos a volver a ver, no?
—Lamentablemente no soy adivina… ¿Por qué la pregunta?
—Digo, ¡Nos vemos más tarde! ¡Chau! 
—Todavía no me presenté… —El preadolescente se frenó en seco. Su cuello estaba curiosamente sudado— Soy Lucía Cavera. Encantadísima de conocerlo señor “le voy a meter la lengua a Tamar bien hasta el fondo de la garganta”. 
No respondió. Solo se alejó rápidamente perdiéndose de repente entre los autos. Ella me fulminó con la mirada cuando yo le acaricié el hombro porque al fin había llegado su hora; al fin su vida cambiaría y sería tan feliz como lo había imaginado desde hace rato. Yo, por mi parte, debería seguir esperando. Mi plan de mudarme a Basilea con el chico de mis sueños estaba muy lejos de concretarse: en parte porque era pobre y no me alcanzaba ni para comprar un alfajor de los ricos; pero más que nada porque no tenía ningún pretendiente con el que perder la virginidad. 
Nos saludamos y volví a mi dulce hogar exhausta. Gracias a Dios, mi padre no continuaba tirado en el sillón. Así que me pegué una buena ducha con el shampoo de coco y magnolia que tan sublimemente olía. No me quería masturbar: supongo que simplemente no me apetecía en ese momento. Cómo sea, el punto es que estaba enfadada con mi padre por tratarme como si tuviera cinco años; y también con mi madre por permitírselo desde un principio. El agua me masajeaba los hombros. Solo los hombros. Mientras que el sonido de la corriente de agua me apaciguaba desde lo más profundo. No había bocinas ni ambulancias ni gritos ni lágrimas; solo el sonido del agua desplomándose sobre mi espalda. Era como luego de tanto tiempo volver a ser una niña, aunque a la vez pertenecer a emociones más bien adultas. Como sufrir con puro ímpetu pero descargarse dibujando: con nada más ni nada menos que crayones de cera.
Cuando justo en ese preciso y diabólico instante, el chorro me dio sobre el pubis. Abajo del pupo y arriba de los bellos púbicos. Era una bestia y no tenía el control de absolutamente nada. Muchísimo menos de la lujuria, obviamente. Solo quería que todo volviera a ser como antes; que mi mejor amigo estuviera bien y que no necesitara de mi ayuda para desprenderlo de sus emociones reprimidas. Pues yo ya no era la Lucía de antes. De hecho, nunca volvería a serlo. Todo se me había ido al CARAJO hace rato y lo cierto es que no tenía NI LA MÁS PUTA IDEA de qué hacer al respecto. 
Mi cuerpo era lo único que podía controlar. Porque también era lo único en lo que era una experta. Me aterraba el hecho de pensar en cuántos “experimentos” me pude haber ahorrado si hubiera tenido al menos unos pocos más amigos de pequeña. Y pues así todo lo sucedido había pasado en la estúpida razón de ser “rara”. ¿A quién DEMONIOS se le hubiera ocurrido que por el simple hecho de estar sola me terminaría volviendo una “artesana de la paja”? 
—¡JESUCRISTO! —grité al sentir que estaba a punto de “correrme”— ¡Cómo extrañaba hacer esto, MALDITA SEA! 
Entonces, unos pasos se escucharon desde afuera de la puerta. Maldecí en mi mente al darme cuenta de que muy probablemente era mi padre. El sonido fue aumentando mientras me vestía apresurada y cerciorándome de no venirme por accidente. El hombre se acercaba cada vez más y yo estaba en la intimidad del modo más literal posible. Así que decidí apagar la luz y hacer cómo que no estaba mientas me frotaba con ganas. El pensar en que mi padre me podía descubrir en cualquier momento no hacía más que ponerme cachonda. Solo debía esperar un minuto, luego podría acabarme. 
—¡Lucía! —exclamó una voz áspera y sumamente autoritaria— ¡¿Qué se supone que hacés en el baño con la luz apagada?!
Cuando casi como por arte de magia, eyaculé sobre la alfombra mojándola por completo.     
—¡Ahhhhhh! ¡Ah! ¡Ah! ¡Ah! ¡Ahhhhhhhhhhhhh! —Hubo un silencio en el que mi padre me observó impertérrito— Oopsy Doopsy… —musité sin poder mirarlo a los ojos.                               
—¿Dónde estabas Lu?
—preguntó en un efímero suspiro— ¡Ahora vas a buscar el trapo de la cocina y limpiar el piso hasta que quede cómo nuevo, PERVERTIDA HIJA DE PUTA!                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                      

Maldita reina de Francia: una obra sublime (Sin editar)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora