Capítulo 30

4 0 0
                                    

Me refregué la cara –con sus respectivas lágrimas– cuando el caballo frenó en seco de repente. Salí volando por encima de un obstáculo con forma de valla. Si bien la adrenalina del impacto me dejó petrificada, pude levantarme mientras notaba que tenía un chichón en la frente. Aunque lo peor era que el animal estaba muy asustado: no acostumbraba a ser montado por chicas estúpidas.
Así que Artemi vino corriendo hacia mí súper preocupada. Luego, me fulminó violentamente con la mirada. Era tan tierna... Era tan tierna que no se podía ni mirarla. Sin embargo, lo cierto es que yo estaba bastante arrepentida: más que nada porque no volvería a montar otra vez. Ella pidió ayuda al notar que casi toda la mitad de mi frente lucía violeta, la nueva Lu le tenía miedo aunque no sabía por qué. El pobre animal retozó como pidiéndome que me subiera; al parecer acostumbraba a transportar gente muy rara. No obstante, su hocico se veía enfadado y su mirada también.
Así que la chica se acercó de repente cuando ambas tragamos saliva.
—¡Rayos y centellas! ¿Quién será la experta en caballos que estuvo a cargo del accidente?
—Artemisa gritó por dentro pero “no dijo ni mu”— ¡Ahora vállanse antes de que venga Yánez y me mate!
—¡No! —respondió ella súper decidida— Logramos un avance y aún faltan diez minutos... ¡Así que exijo que te calmes sino querés que llame a tu jefe!
—¡¿Pero qué le vas a decir genia?! ¡¿Que se te fue la hoya con Machi?!
La psicólogo no respondió, solo prendió su celular. Acto seguido, llamó al empresario.
—¡¿Se llama Manchi por sus manchitas?!... ¡Qué tierno! —Artemisa se pegó en la frente con la palma de la mano. Luego, su amigo al fin le atendió— ¡¿Qué?!
—Hola bro. ¿Todo bien?... Hay una empleada tuya que me está maltratando... supongo que con un juicio va a ser más que suficiente... ¡Gracias de corazón, yo también espero que pague!... ¡Y no! ¡Al final mis fantasías con el bombón de mi vecino solo se cumplieron bien en el medio de mis sueños!... ¡CERRÁ EL CULO!
—No me importa que me hechen, igual odio este trabajo... ¡Voy a ir a Brasil a estudiar astronomía como quiero desde hace tanto!
—¡Qué bueno porque ya me cansé de tu cara!... ¿Por qué no me contás un poco más sobre esta chica medio nazi, Lu?
—¡Carolina Hilter es la más PERRA de las PERRAS: su mamá la mandó a una escuela de ZURIPANTAS!
—Si bien entiendo tu enojo, te agredecería ser más precisa.
—Emm... Si mal no recuerdo la conocí hace un par de meses. Me la llevé puesta sin querer porque estaba distraída, me respondió que era una tonta y que para nada servía... Yo me quedé petrificada ante su acoso repentino; no dije nada cuando Mati me preguntó qué me pasaba. Así que lo engañé como siempre mientras íbamos al bar.
Y continué contándole todo como si no hubiera un mañana. Pues ponerlo en palabras me hacía sentir mucho mejor: le dije que era una malnacida y que sin embargo me hacía sentir muy mal conmigo misma; que siempre encontraba un defecto en todo lo que yo pensaba –lo que aunque fuera una estupidez, me hacía creer que mi ideología no servía para nada–. Que le contaba a su novio de mi adicción a las cartas: algo que no era del todo cierto pues yo jugaba de vez en cuando. Básicamente hacía lo que fuera con tal de menospreciarme, y un día llegué a la conclusión de que el problema era de ella. Pero luego pensé en su vida totalmente controlada: en su pareja estable, en su riqueza extrema; y también su cuerpo tallado como escultura del Louvre. Eso sin contar su pelo ondulado, ni su risa esplendorosa; yo quería todo eso mientras que odiaba a lo ya propio: porque mi cabello liso era simplemente horrible, mis carcajas desentonaban como una trompeta rota. Ella tenía todo lo que a mí tanto me faltaba, y eso la dejaba en un lugar casi casi perfecto... mientras que yo prácticamente me veía inempeorable...
Así que terminamos la sesión después de que
–después de tanto– yo me hubiera desquitado. Me bajé del caballo entusiasmada por montarlo: anhelaba locamente el probarlo en los obstáculos. Artemisa me contó que cuando le dijo a su papá que quería vivir en Buenos Aires, se dio cuenta de que ya tenía un departamento por la zona. Al parecer lo alquilaba un amigo de su padre; aunque lo cierto es que él ignoraba su existencia. Así que vino a la ciudad porque le parecía pintorezca; no obstante, tuvo que dejar a todas a sus hermanas. Luego nos subimos al Mercedez y emprendimos el regreso, gracias a Dios ella me llevó directo a mi nueva casa. No hablamos mucho en el viaje de vuelta porque estábamos pensativas: pero en el fondo yo era consciente de que debería hacerme cargo... De que debería hacerme cargo de mis sentimientos hacia Hitler –lo que sacado de contexto suena mal, aunque en este caso es muy preciso–.
—¿Todo bien Ginebra?
—pregunté al entrar. Ella se veía más o menos pero igual no contestó. Por ende fuimos a su cuarto a ver películas románticas, aunque nos aburrimos rapidamente y nos pusimos cada una a estar con nuestro celular –lo que es una forma de decir; no se preocupen ancianos–.
Al día siguiente me levanté con tal de ir a la universidad. Ella tenía que ir al trabajo, así que también estaba ocupada.
Me di cuenta de que llegaba tarde cuando aceleré mis movimientos. En el subte había una niña con la que puse a charlar, su mamá nos observaba desde el asiento –la cual estaba embarazada–. Pero de todos maneras, la chica se llamaba Nadia: iba a la escuela mientras que su novio se llamaba Eduardo. Yo la escuché quejándose de su compañerita “mala”. Tal vez me sentí un poco estúpida; es decir, identificada. Continuó hablando sobre los colages y como ella era la rara que no los hacía; algo que lógicamente me llamó la atención. Le respondí que no importaba la opinión de los demás, cuando un señor me llevó puesta para luego cagarme a puteadas. En razón de esto, yo le di la mano impertérrita y dispuesta a ayudarlo. Sin embargo, el hombre me tiró con él dejándome plasmada en el suelo. Un chico se acercó con tal de defenderme: los pasajeros nos observaban asombrados por el quilombo. Él me levantó como caballero mientras el hombre me insultaba; a mí me costaba ser completamente aislada de su opinión. Así que tragué saliva incómoda cuando le pedí por favor al chico que siguiera la conversación con la nena. Justo en ese momento, el subte empezó a frenar. Por consiguiente, me di la vuelta a la vez que el tipo seguía bardeándome. El hombre se levantó y vino hacia mí como queriendo golpearme. Noté que estaba medio borracho mientras salía disparada; no era la estación en la que debía bajarme pero no tenía chance. Nadia me miró desde adentro cuando él se pasó de la raya.
—¡Si no serás una típica ZORRA DE BURDEL! ¡Seguro tu novio es tu jefe y te paga con buen sexo!
Aunque yo no miré hacia atrás, solo corrí hasta la avenida. Luego, caminé las diez cuadras restantes. Divisé a Víctor en la esquina cuando mis hormonas se acivaron: llevaba puesto un rosario y se lo iban a COJER duro. Me acerqué a él desesperada mientras lo observaba desde lejos. Igualmente, estaba bastante húmeda debajo... y no tenía los patos tan volados que digamos...
—¡¿Acaso estás loco, cómo vas a ir así?!
—¿Por qué no debería hacerlo, solo son unos hipócritas?
—¡Porque es un ámbito en específico donde no se acepta a la religión... si entrás de esa forma yo te juro que dejo de ser tu amiga!
—¡Mala suerte pues te considero una execelente compañera de vida!
—¡Estás loco!
—¡¿Justo vos me vas a decir eso?!
—¡Estás loco y no sé por qué pero eso me excita!... Osea, mi ALMEJA parece un volcán: todo mi cuerpo me pide ese peceto de tus brazos; quiero despertarme una mañana y tenerte a mi lado... tocarte una y otra vez hasta que quedar satisfecha... —Me acaricié el brazo sorprendida de la falta de timidez con la que confesaba mi atracción hacia él: realmente lo deseaba porque sabía que era bueno –y como consecuencia de esto alguien muy súper confiable–; e incluso lo suficiente como para al fin después de tanto sí morirme por hacerlo— No sé bro si vos sentís lo mismo por mí... aunque te lo tenía que decir porque sino seguiría cargando con ese peso.
—Lucía... —Hubo un silencio en el que solo se oyó el viento— ¡No me engañés para evitar la revelación del cristianismo!








Maldita reina de Francia: una obra sublime (Sin editar)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora