Capítulo 19

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Salí corriendo desesperada a la vez que mi corazón se aceleraba violentamente. Como si eso fuera poco, las manos se me endurecieron y mi respiración se volvió brusca y agitada; sin embargo, no estaba teniendo un ataque de ansiedad al menos en ese preciso momento. Mi papá, por su parte, me siguió rápidamente mientras perdía la cabeza de repente y comenzaba a decir cosas sin demasiado sentido. Por consiguiente, entré en el cuadro de mi mejor amiga y cerré la puerta despavorida. 
—¡Lo que pasa es que no entendés todo lo que una hija significa para su padre Lu! ¡Si tan solo te hicieras una idea de la importancia que tus abuelos no me daban!
—Ginebra se sintió un poco identificada con esto último: a sus progenitores les CHUPABA UN HUEVO lo que fuera de su vida o lo qué hiciera con esta— ¡Tanto descontrol y ni siquiera pude terminar el secundario a tiempo! ¡A los dieciséis ya estaba trabajando porque a nadie le importaba un CARAJO mi futuro! ¡Deberías estar agradecida de que al menos me preocupo por tu estado de ánimo; que eligieras estudiar psicología ya es otro tema aparte! —exclamó para acto seguido empezar a patearla con fuerza. Aunque de todas maneras, La nueva Lu sabía muy bien de qué hacer al respecto… o por lo menos esa era la idea… 
—¡Pero no tiene sentido que seas tan sobreprotector! —La puerta se abrió cuando Tamar se paró de repente y caminó lentamente hacia él. Luego, apretó ambos puños con bronca como queriendo pegarle: toda su ira acumulada en razón de protegerme; fue indescriptible ver el valor que me daba solo a mí y de un modo tan crudo. No obstante, proseguí con mi discurso cuando la aparté delicadamente— ¡Rezo tan loca por odiarte y por más que lo intente no puedo; y eso que ahora soy atea y me requiere un sacrificio!
—¡¿QUÉ DEMONIOS?!
—respondió perdido a la vez que se acercaba a la cama y me miraba de cerca— ¡Sabés que cuando conocí a tu mamá ella estaba infértil! ¡Así que rezamos y rezamos hasta que fuiste nuestro milagro! ¡Desde ese día dejé de reírme de los católicos en el subte! ¡Digo, empecé a ir a misa casi todos los domingos! ¡Recuerdo con lujo de detalles el día exacto en el que te confirmaste: llevabas una blusa azul naval y estabas sublimemente encantada con la idea de transmitirles el amor de Jesús a los demás! ¡Juro por la Virgen que pensé que eso era algo de por vida! 
—¡Entonces juraste mal CABEZA DE PETARDO; resulta que no todo es lo que parece a simple vista! —contesté completamente fuera de mí— ¡Y que yo al fin decidí darme un tiempo con la iglesia!
—agregué tan desesperada como una chica a la que el novio la acaba de dejar por la “más madura” de su amiga en una fiesta de disfraces. Ninguno de los presentes dijo nada hasta que mi padre se dio la vuelta y musitó por lo bajo. 
—Lucía Graciela Carla Elizabeth de las Mercedez… no sos más mi hija. 
—¡Seguro que la oración se las recomendó un cura pervertido con tal de verlos COJIENDO! ¡Por lo que yo sé me tuvieron por error y en la casa de un adolescente de esos que nunca crecen! —Hubo un silencio en el que pasó su cuerpo por la línea imaginaria que delimitaba la habitación del pasillo. La puerta se volvió a abrir por unos segundos aunque al final volvió a cerrarse— ¡Y según mi conocimiento solo tengo dos nombres! 
—¡Siempre soñé con ser actuario y ponerle un nombre sotisfiticado a mi hija! —Mi papá solo trabajaba como asistente en una compañía de seguros –tenía un amigo ricachón que le había conseguido ese puesto porque nadie se lo aguantaba quejándose de su aburrimiento–. Sin embargo, le gustaba que lo engañáramos simulando que era actuario –de hecho hacía un par de cosas relacionadas con los números–. Pero de todas maneras, era un bueno para nada… 
Así pues, hubo otro silencio prolongado que continuó hasta que escuchamos como la puerta de entrada se cerraba y las llaves caían sobre la mesa del
living/comedor –la cual estaba hecha a mano por la buenarda de Papadero–. Justo en ese preciso instante, todas queríamos llorar y ver de películas de Zac Efron a la vez; pues funcionábamos con una suerte de ósmosis que nos unía desde siempre; y porque ese HIJO DE PUTA estaba muy terriblemente bueno. No obstante, la decisión no fue unánime y nos quedamos con Brad Pitt cuando era más joven: digamos que sudé aunque no precisamente por las axilas. Mi vida ya estaba bien en la MIERDA y al menos por el momento no tenía arreglo; sin embargo, fue lindo escapar un poco de la realidad como cuando Lu era pequeña y todo eran rosas y tulipanes: porque no importa realmente si la calle te muerde siempre y cuando tengas un refugio con personas que así puedan ayudarte; y no es como que cualquiera posea la maravillosa capacidad de hacerlo: Ginebra era perceptiva, bondadosa, disparatada e inteligente; mientras que Tamar –por su parte–, tenía todas las características que hacían falta en una persona para que fuera alguien de valor. Ambas me llenaban de su locura y –por ende– también de su sensatez en cuanto a lo que vivir respecta. En razón de esto, daba lo mismo si yo me hundía o me encontraba en las tinieblas: porque a diferencia de Matías, sabían estar; o mejor dicho con otras palabras, entendían que a mí me pasaban cosas distintas que a ellas y que eso no las eximía de estar pendientes a mi lado. Es decir, comprendían que Lucía Cavera tenía unos cuantos “asuntitos” de los cuales simplemente era una sierva; pero en vez de responder a mis reclamos con optimismo por defecto; se sentaban a mi lado y en serio se preguntaban qué CARAJO me pasaba en ese instante en la cabeza: lo genuino no es solo lo que conserva con total pureza sus características propias y naturales; sino que además se nutre de lo que pasa a su lado. 
Así que pausé la película cuando me levanté para ir al baño… estaba bastante excitada pero no podía tocarme…                                                       

Maldita reina de Francia: una obra sublime (Sin editar)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora