Capítulo 32

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Tragué saliva mientras me acercaba despacito hacia Gabriel: me acababa de sacar una mala nota, y de eso solo yo tenía la culpa. Él caminó un par de pasos logrando que lo siguiera; mi examen sobre sus manos era toda la advertencia. Así que lo miré con ternura esperando que fuera piadoso y me dejara
–aunque no valga– el hacer un recuperatorio: algo que si bien con mi padre no me funcionaba desde pequeña, el profesor era otra persona completamente distinta. Por ende, se vio afectado por mi dulzura pero no obstante siguió serio. Luego, dio un suspiro prologando antes de continuar con su discurso. 
—Lu... Lu, Lu, Lu… ¿Qué pasó el día del examen? ¿Por qué no estudiaste?
—Emm… ¡Si estudié y de hecho mucho más de lo que hacía falta!… ¡Lo que pasa es que me quedé toda la noche despierta! 
—¡¿Ya te dijeron que no estás bien, no CARAJO?! ¡Pedí ayuda porque si no no te vas a graduar este año! ¿Okey?... ¡Ahora jurá que nunca más vas a faltar a mi clase! 
—¡¿Solo a tu clase?! ¡¿Y qué hay del resto?! —Me reí por lo bajo mientras el profesor se pegaba en la frente con la palma de la mano. Por lo que pude observar parecía enojado: como si fuera su hija en vez de su alumna… o su amante (bueno, ¡ni qué que fuera Alberto Fernández!)…— ¡Para tu información ya empecé una nueva terapia: una que no tiene nada ver que con el tonto psicoanálisis!... Ya sé lo que vas a decir pero cree… —El señor Fontana me interrumpió muy indignado por el comentario… esto podía ser de cualquier modo menos bueno...
—¡Si vos sabés que todo eso solo son puras PATRAÑAS! ¡El psicoanálisis cura y eso ya está comprobado!
—Pero… —Volví a ser fuertemente interrumpida.
—¡Y más te vale que no les pagues a todos esos estafadores!
—¡¿Y entonces qué me decís de la profesora de matemática?! ¡Ella está en un círculo vicioso y del que no puede salir solamente con Sigmund!... ¡Si conocieras a Artemisa seguro que cambiarías rápidamente de opinión!
—¿De qué artemisa se supone que me estás hablando? ¡¿La diosa griega de los montes y también las colinas?! 
Lo cierto es que yo no podía creer que él me estuviera faltando el respeto. Por consiguiente, le respondí dejando claro mi menosprecio hacia su persona.
—¡¿Sabés qué Gabigol?!... ¡ANDATE BIEN A LA RE PUTA MADRE QUE TE RE MIL PARIÓ! 
Acto seguido, salí corriendo como si no hubiera un mañana: en mis ojos había lágrimas mientras que en mi rostro se apreciaba la furia que de esa forma en mi ser vehementemente se introducía. Me tomé el subte y volví a la casa de Ginebra. Llegué y noté que no tenía una copia de las llaves. Maldecí al aire al darme cuenta de que debería esperarla hasta que al fin volviera de su MALDITO trabajo. Pateé la puerta un par de veces lastimándome el dedo meñique en lo más hondo de sus huesos. Pues si no servía al menos en algún punto para la psicología; yo estaba completamente perdida en la vida: no podía dejar de repetirme la palabra “Artemisa” una y otra vez en lo más profundo de mi mente… Sin embargo lo que sí podía hacer era rezar
–aunque obviamente en ese instante yo no estaba dispuesta a hacerlo–.
Así que permanecí llorando hasta que apareció el vecino: se veía triste, y asustado; pero más que nada confundido. De todas maneras, se acercó a mí y me preguntó si me pasaba algo. No hacía falta que dijera nada para que el muy genio reflexionara, y en consecuencia se diera cuenta de que no exactamente. Por ende, me invitó a su casa al notar que no tenía las llaves. Yo asentí con la cabeza medio insegura de seguirlo: al parecer su intención era buena así que yo no tenía de qué preocuparme. Me tomé un té cuando ya me sentía mejor: quedamos con Tamar y con Gine para hacer algo más tarde.
La preadolescente me comentó que al parecer    –después de tanto– ya había pasado algo buenardo con el chico. Así que lógicamente estaba muy entusiasmada; y por qué no, súper contenta de aprender que también ella –tanto con sus manías como sus vastas peculiaridades– podía ser querida a pesar de que
–de hecho– no estuviera del todo acostumbrada. Iríamos a un bar que su rico padre había ganado mediante un juicio: al parecer tenía en el medio una inmensa pista de baile –así que lo cierto es que en realidad era más bien como un boliche–. A mí me gustaba bailar siempre y cuando tuviera la oportunidad de hacerlo; aunque con esto no doy a entender que me encantaban las fiestas –de hecho, en el fondo no había nada que detestara más que las fiestas–, pero lo que sí es verdad es que me gustaba moverme: pues llamar la atención era desde pequeña mi pasatiempo favorito. 
Mi mejor amiga llegó cuando volví a su departamento, no se veía con muchas ganas de salir a la noche. Sin embargo, me prometió que sería la primera en encontrar pareja de baile. Acto seguido, me preguntó qué tal me había ido en la facu. Yo mentí como en ese tiempo ya era toda una costumbre. Luego, le hice el mismo cuestionamiento solo que con su trabajo. Ella también decidió intentar engañarme; no obstante, yo ya sabía que su jefa era una ZORRA increíble. En razón de esto, decidimos ver una película sobre la vida de Shakespeare: ese tipo era un PUTO GENIO del mismo modo que Albert Einstein. Ginebra se puso a llorar al final de “Romeo y Julieta”: yo no me podía creer el hecho de que ella no supiera el final. Cuando justo en ese preciso momento, la cosa se puso fea y nos pusimos a hablar de sexo. Así que conste que esto va muy PUTO en serio; pero yo no entendía cómo podía ser que una mujer fuera tan simplemente rebelde: y mucho menos teniendo en cuenta que tenía veintidós (pues no sé qué se podrá esperar de Tini Stoessel entonces). Mientras que yo –solo por mi humilde y sumamente tonta parte–… deseaba a un chico el cual literalmente estaba en un manicomio… 
Y como consecuencia de estos absurdos pero ciertos contratiempos, me puse el outfit perfecto para salir a cazar algo bueno: tanto que Masche hubiera dicho que me “convertiría en héroe”… aunque según yo mi mejor amiga –a diferencia de lo que opinaría el futbolista– solía convertirse más bien en la atrayente de Gatúbela… 

                  

Maldita reina de Francia: una obra sublime (Sin editar)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora