Capítulo 11

1 0 0
                                    

Me desperté sin muchas ganas de ir a la facultad. Solo quería quedarme durmiendo hasta que se terminaran las clases. Luego podría levantarme y desayunar tranquila. Justo en ese momento, mi celular comenzó a sonar como una bomba atómica. Pues el tono estaba al mango -incluso más fuerte que la alarma del despertador-. No tenía ni la más pálida idea de quién podía ser, hasta que un recuerdo me vino a la mente y abrí los ojos apabullada. Esto iba a ser de cualquier modo menos bueno.
—Hola Lu… —musitó una dulce voz— Sé que ayer nos peleamos y que ya no me querés hablar. Pero recuerdo que hace aproximadamente una semana, habíamos quedado en juntarnos hoy media hora antes de ir a la facu así te explicaba eso que no entendías de psicometría… Tal vez podrías perdonarme y venir de todas formas, traje algo muy interesante que te quiero enseñar.
—¡Obvio estúpi... ¡Digo, cómo sea! ¡Aunque eso no significa que hay confianza entre nosotros! —Hice una mueca de pura confusión— ¿Cómo sabés que me levanto dos horas antes de que empiecen las clases? ¡A Matías se lo digo siempre pero nunca me escucha! 
—Sí... —susurró mientras una leve risa se desprendía de sus labios— Si mal no recuerdo me lo contaste el día que Fontana se rió en frente de toda la clase porque te gustaban las pantuflas de perrito.
—¡Odio a ese tipo!
—exclamé medio frustrada— ¡Es el profesor más CHUPAPITOS de toda la UBA! —Hubo un silencio en el que no se oyó una risa. Estaba completamente segura de que Fischer me hubiera dicho que era TODA UNA PELOTUDA; y que debería aprender a cerrar el pico si quería llegar a ser alguien en la vida. Sin embargo, con Víctor fue distinto— Creo que… Gracias por escucharme, supongo… —Emití más descolocada que nunca. 
—¡No hay de qué! ¡De hecho, me gusta cómo hablás!
—¡¿En serio?! Digo, Matías suele decirme que soy como un dolor en el ano. No le agrada mi parloteo, le parece insoportable. 
—Sí… —Mi corazón comenzó a correr de repente. Por un instante pensé que era un ataque de ansiedad— ¿Nos vemos en el bar que está al lado de la facu a las siete y treinta? 
—¡Magnolia!
—¡¿Qué?!
—¡Dale, no puedo esperar! ¡Chau! 
Corté la llamada instintivamente. Me sentía tan mal y tan bien a la vez que no podía ponerle una emoción de las que ya existen: como si me acabaran de lastimar en lo profundo aunque con un cuchillo de cuarzo. No sé bien si tiene sentido pero lo cierto es que fue sublime. Él me rompía y me desarmaba a pesar de que yo hiciera todo lo posible por evitarlo. Así pues, no me era posible ser “careta” por lo menos a su lado; ni aunque en el fondo me engañara hasta a mí misma por excelencia. 
Me di una ducha en la que la lujuria no pudo vencerme. Estaba tan sorprendida que no me quise masturbar. No obstante, en mi mente se proyectaron un montón de preguntas: ¿Qué se supone que haría para sacármelo de encima? ¿No me podría seguir evadiendo de mis problemas? ¿Cómo DEMONIOS me seguiría rompiendo? ¿Al fin me sacaría del caparazón que con tanto empeño y cuidado yo había construido?
Por un instante me imaginé a Dios observándome desde el cielo, si sus tiempos eran perfectos Lu no podía dejar la carrera. Porque después de varios años de sufrimiento continuo, al acabar me reconocía de una forma nunca antes vista. Pues muy en el fondo la verdad es me quería. Muy en lo profundo confiaba en mí misma.
Así que lloré un poco para equilibrar luego de tanto la balanza. Anhelaba que mi papá me despreciara sin cordura, estaba harta de su cariño y de sus “te quiero” y de sus “¡¿Quién es la Lu de mi corazón?!” Pues yo era mía, mía, y absolutamente mía.
Grité con furia, sin tener compasión por los vecinos. Cogí la almohada del sillón y la estrellé contra la tele. Salí al balcón y puteé a Néstor por contarme sobre su hija; mientras que el viejo del departamento de al lado me respondió que se sentía solo. Por consiguiente, cerré la cortina y volví a entrar en mi caos interno. Fui a la cocina y saqué un vino que tenía guardado. Agarré un hielo y un vaso y lo bebí a fondo blanco. Grité un poco más hasta que ya fue suficiente. Mati también necesitaba ayuda y ese era el modo de evadirme.
Me sentí medio adolescente cuando empezaron a venir recuerdos, todo por lo que había pasado y ni siquiera un reintegro. Estaba tan súper mal que dudé de la voluntad divina.
Tal vez Jesús era una mentira y en realidad yacía sola... quizás la vida solo se trataba de una pesadilla sin sentido...
—¡Cómo sea! —pegué un alarido en mi mente. Me cambié y después de arreglarme ya estaba lista. Me tomé el subte línea B y luego usé otros medios. Noté que una chica rezaba en el colectivo cuando la miré indiferente. Su rosario era muy lindo, pero no significaba nada.
Así que bajé y caminé hasta la facu mientras el frío me lastimaba los huesos. Un niño rubio me observó con cara de TARADO. Los transeuntes se chocaban sin ni siquiera disculparse.
Evidentemente, la ciudad mejoraba un poco de noche: Pues Buenos Aires fue testigo de las historias más nefastas y flasheras del universo.
Era imposible coexistir sin que te diera una patada en las BOLAS; sin embargo, también se te hacía imposible ignorar su inigualable belleza. En esos bares pasaban cosas que… que generaban a un grupo de amigos por el resto de cuyas vidas… 
Tragué saliva y entré. No recordaba la última vez que me había puesto tan nerviosa de repente.                                    

Maldita reina de Francia: una obra sublime (Sin editar)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora