—Woaw… —respondí más sorprendida que nunca. Y eso que yo no era una chica nada fácil en cuanto al asombro se refiere: el 95,5 % de las cosas me parecían ridículamente mejorables— Tenés una capacidad para pensar y analizar lo que sucede a tu alrededor que no es ni medio normal Tam… Y por más increíble que suene; lo cierto es que estoy muy impresionada… —Ella se rió por lo bajo mientras sus mejillas se enrojecían. No acostumbraba a que la halagasen y le generaba una especie de incomodidad descomunal. Por consiguiente, la tomé de la mano para que hubiera confianza cuando agregué de una forma tanto vehemente como exaltada— ¡¿A qué te vas a dedicar cuando seas más grande?! ¡¿Arquitectura de catedrales o ingeniería de la NASA?!
—¿Me prometés que no se lo vas a contar a nadie?
—Asentí con la cabeza a la vez que le apretaba la palma con fuerza expresando lealtad— ¡¿Segura?! —Volví a asentir ahora ya un poco preocupada por su miedo. Pues parecía que escondía algo y que a mí no me gustaría enterarme de su supuesto secreto; sin embargo, la nueva Lu no se dejaba dominar por sus absurdas emociones y por lo tanto sentimientos— Historiadora y periodista… —exclamó al fin. Yo no tenía ni la más pálida idea de a qué se refería específicamente con la primera. Aunque de todos modos, le agradecía al destino que se atreviera a contarlo; pero no a Jesús, sino que solo al destino. Así pues, le pregunté sobre qué se trataba y me empezó a contar un poco sobre la historia de la ciudad: al parecer, Buenos Aires había sido fundada a costa de erradicar a la población indígena que habitaba las tierras de este inmenso país. No obstante, una pequeña parte de la comunidad de estas sectas permanecía tanto activa como vivita y coleando. En razón de esto, Juan de Garay
–segundo fundador de la ciudad de Buenos Aires– logró que luego Fernando VII la declarara capital del recién creado Virreinato del Río de la Plata. Así que Borges escribió que esta urbe –a diferencia de las otras del Nuevo Mundo– no contó con una identidad indígena sino que debió imponer su propio entorno –y los que “humanizaron” el espacio fueron los ganados de origen europeo en vez de los hombres–; mientras que los Tehuelches y los Querandíes fueron duramente reprimidos y en su mayoría exterminados.
—¿Y qué se supone que tiene eso que ver con tu pasión por la historia? Digo, ¿Por qué les tenés tanta empatía a un simple par de delirados?
—No sé Calavera… ¡De lo único de lo que estoy segura es de que me siento yo misma cuando leo sobre eso!
—¡¿Y te gustás a vos misma?! —cuestioné de una forma medio impulsiva y sin terminar de comprender la razón de por qué le apasionaba tanto— ¡Además, no hay nada que puedas hacer para seguir desarrollándolo! ¡Todo lo que pasó ya está escrito desde un montón de miradas y puntos de vista distintos!
—No… porque de hecho siguen habiendo cosas analizables actualmente… ¿Nunca un paciente te dijo que… —La interrumpí divertida.
—¡No soy psicóloga todavía! ¡Aunque me queda menos de un año para terminar la licenciatu… —La preadolescente me tapó los labios de repente; no sé por qué pero me asustó un poco el hecho de verla tan segura de sí misma. Luego, se acomodó el pelo delicadamente cuando agregó con certeza.
—¿Nunca un paciente te dijo que en su entorno solo había miseria? ¿Nunca se te ocurrió ir a hablar con estas personas e investigar que les sucede? Por citar un ejemplo... en Misiones hay mucha pobreza: niños que desde recién nacidos no pueden ingerir la suficiente cantidad de alimentos como para que su desarrollo sea dentro de todo sano; condiciones paupérrimas para dar a luz y vasta falta de trabajo… Ahora bien, si tuvieras un paciente misionero; lo primero que pensarías es que está exagerando sobre la situación de su pueblo… Entonces, ¿No te parecería prudente y como consecuencia gustaría la idea de hacer un análisis de su percepción de la realidad y de su vínculo con el entorno?
—Emm… ¡No entiendo!
—respondí encogida de hombros a la vez que ella se pegaba en la frente con la palma de mano. Juro por Dios que no comprendía el punto de su fascinación— ¿Osea que les harías a todos una especie de entrevista mediante la cual obtendrías un parámetro de su “nivel de disconformidad”?
—Tamar asintió con la cabeza luciendo medio decepcionada de mi peculiar apreciación— ¿Y cómo harías para ayudarlos con sus problemas entonces?
—agregué con una cara de perdida que era un poema. La preadolescente se acercó a mí ahora encogida de hombros; no sabía qué decir ni cómo darse a entender. Por ende, agarró una hoja del escritorio a su derecha con una mano; mientras que con la otra tomó un par de lápices de color. Acto seguido, dibujo una figura de lo que parecía ser una señora de aproximadamente unos setenta u ochenta años. A su lado, había una oreja gigante que le sacaba una extraña sombra desde lo más profundo de su cuerpo. Así pues, un par de perros vagabundos yacían recostados sobre un charco de lodo el cual estaba ubicado a la orilla de un lago. A su lado, dos inmensos signos de preguntas se difuminaban en lo que aparentaba ser una nube del tamaño de una casa de campo… Intenté decir algo pero ella se me anticipó…
—¡¿Qué importa si su realidad no tiene forma de arreglarse?! ¡Lo único indispensable para los mortales es el simple hecho de ser escuchados!
—¡¿Qué loco, no?! ¡Si los hombres se lo permitieran a los otros y se expresaran más seguido, lo cierto es que la tierra no tendría nada que envidiarle al paraíso!
Hubo un silencio en el que solo se oyó la voz del mutismo. Mi mejor amiga abrió la puerta cuando nos miramos atónitas. Acto seguido, Ginebra nos dijo que mi padre quería hablar conmigo en privado. Tragué saliva a sabiendas de que esto iba a ser de cualquier modo menos bueno; sin embargo, me levanté de la cama casi sin miedo. Pues por más estricto que mi papá fuera; la verdad es que en el fondo él era casi tan bondadoso como un gran monje cenobita. En razón de esto, solo di un par de respiraciones profundas y me dirigí hacia el comedor. Lo cierto es que mi papá estaba muy serio y que –a pesar de que no me sorprendiera verlo de esa forma–, un escalofrío recorrió mi “templo” a la vez que yo notaba que
–por suerte–; el resto de los hombres ya se había ido del departamento. Así que me senté en el sillón cuando él se movió un par de “colas” hacia su tan querida hija: hacia su pequeñita Lu a la que muy MALDITAMENTE adoraba… Intenté decir algo aunque volví a ser anticipada…
—¿Cómo está mi Lu?
—preguntó mientras los ojos le empezaban a brillar automáticamente. Yo solo quería callarlo y explicarle que ya tenía más de dieciocho años. Por ende, me levanté de brazos cruzados y respondí tanto furiosa como fuera de mí.
—¡¿No te das cuenta de que ya es hora de que tu pequeña Lu crezca, CARAJO?! ¡Por tu culpa no terminé mis procesos de exogamia e integración psicosomática como el resto de las adolescentes y personas! —agregué cuando casi como por arte de magia; me puse a llorar un poco alegre pero a la vez desconsoladamente.
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Maldita reina de Francia: una obra sublime (Sin editar)
Teen FictionLucía Cavera es la típica chica nerd. Estudia Psicología en la U.B.A y pues tiene un pequeno problema particular con la ansiedad... y también con el bullying....... Pasa algo que la va a cambiar para bien (asi haciéndola madurar de una buena vez): p...