Capítulo 9

11 0 0
                                    

No respondí. Solo me alejé de allí lo más rápido posible mientras me levantaba las bragas. La prioridad había sido satisfacerme a mí misma y pues no me arrepentía ni en lo más mínimo.
Escuché una voz familiar en el comedor y me asusté como nunca. Era Ginebra Papadero, mi mejor amiga desde que tenía cinco años: se veía rebelde e intrépida como ya se había hecho costumbre. Llevaba una escasa pollera bordó y una blusa aguamarina con escote; a Mati siempre le parecía que así “pedía a gritos una PIJA”. A mi mejor amigo nunca le había caído bien tal mujer sensual. Sin embargo, lo cierto es que en el fondo se notaba que lo atraía. Era buena. Muy buena. Toda una experta. Aunque yo también la odiaba en secreto… y permanecía en silencio... 
—¡Tanto tiempo sin verte Lu! ¡Estás más linda que nunca! —Hice una mueca de desagrado cuando ella frunció el ceño confusa— ¿No te alegra que me cuele en tu casa? Generalmente me das un abrazo.
—No… —Se acercó al sillón para luego derribarse a mi lado. Por un momento recordé que era la mejor psicóloga que estudiaba derecho en el mundo. Necesitaba hacer algo para escaparme, usar mi ingenio como solo yo podía— Digo sí pero… Solo… Solo… ¡Solo es que estoy perdida por un chico y pensé que eras él!
—agregué al fin. 
—¡A mí usted no me engaña, señorita “Erupción de Venus”!
—No miré para abajo. Se sobreentendía que la escena del crimen estaba hecha pedazos— ¡¿Sabés que me podés decir lo que sea Calavera?! ¡Literalmente lo que sea! —Me encogí de hombros. Cuando esto sucedía Ginebra se ponía un poquito muy insufrible. No es por ser una HIJA DE PUTA ni nada por el estilo; pero en ese preciso instante, la quise callar de una buena vez con un botón de “silencio”. Lamentablemente, esa función no venía incluida en la Papadero de ese momento— ¡Si enterraste un cadáver te voy a ayudar a desintegrarlo! ¡Si te hacen bullying en la facu me voy a encargar de que el matón reciba su merecido! ¡Si quedaste embarazada de Trump te voy a conseguir una vasta remuneración económica!
—¡Ya entendí! —respondí desternillándome de la risa. Lo que más me gustaba de ella era que siempre le ponía humor a todo. Le salía tan natural que mi hipótesis se basaba en el hecho de que tenía un don: uno el cual se agradecía bastante en la mayor parte del tiempo. Ahora bien, a veces era tan molesta que la querías acuchillar en el páncreas hasta que dejara de respirar. De todas maneras, no había nada mejor para mí que su magnífica presencia: era única, distinta; me hacía sentir normal— ¡Pero lo cierto es que estoy bien, en serio! ¡Sabés que si me pasara algo serías la primera persona a la que le pediría ayuda! 
—No hace falta tener un master en “Psicología aplicada” para darse cuenta de que eso, literalmente; es lo que diría alguien que efectivamente necesita ayuda. Aunque bueno… supongo que va a salir a la luz mediante una cuestión de tiempo. 
Era tan sabia y a la vez tan estúpida: la mezcla perfecta entre un ELLO y SUPERYÓ. La niña más niña del mundo cuando así las circunstancias lo requerían; y la adulta más madura del universo en el caso de que fuera preciso transformarse. No obstante, quedaba más que claro que a veces le fallaba el parámetro y se hacía la tonta mientras yo le hablaba en serio. A la nueva Lu no le daba lo mismo hacer las cosas más o menos; siempre me había exigido con furia hasta obtener resultados sublimes –algo de lo que muy probablemente la culpa la tenga mi padre–. Sin embargo, me pude distraer por lo que pareció un eón y disfrutar de la compañía de mi tan querida amiga. Ginebra solo aparecía con ímpetu cuando automáticamente se causaba una ruptura en mi existencia en este mundo. Pues por un efímero instante, volvía a ser una simple niña a la que no le preocupaba rendir los exámenes finales. Por un corto lapso de tiempo, me alejaba de mis sumamente tóxicos pensamientos. Ella solo… era excelente… 
Le conté a mi amiga del chico raro y me respondió que debería hablarle. Una expresión de disconformidad se apoderó de mi rostro. Por consiguiente, agregó que muy probablemente él gustara de mí; y que era una gran oportunidad para que probara cómo se sentía el “estar con un chico bueno”. Hice una mueca de intriga logrando que sonriera con ganas. Tenía razón y no había nada que pudiera hacer para negarlo. Pues en el peor de los casos lo dejaría con su amiga “Manuela” y me buscaría una mejor opción. Suspiré profundamente cuando Ginebra se me anticipó. 
—¿Ahora me vas a contar el porqué del “rapidín”?
—musitó nerviosa. Mi papá ya se había ido hace rato y estábamos solas en el departamento. 
—Los “rapidines” duran entre dos y tres minutos… ¡Pero sí es probable que me siga sintiendo una extraterrestre! —exclamé efímeramente. Hubo un extraño silencio hasta que Papadero se atrevió a responder.
—¡Sos rápida, eh! ¡Para mí es imposible que salga un líquido al menos luego de un cuarto de hora! 
—“La práctica hace al maestro”… Supongo… ¡¿Vas a decir algo de mi enfado o te vas a quedar mirándome como estúpida?! 
—Es que honestamente Lu, no sé qué decirte. Entiendo tu sufrimiento y quiero que sepas que vamos a pasar por esto juntas pero… —Alcé una ceja extrañada— Pero...
—Me dejé caer sobre su hombro, esto no iba para nada bueno— Pero creo que tu actitud es un poco… infantil… ¡Sin ofender! 
—¡No, no! —respondí de brazos cruzados mientras me mordía el labio furiosa con tal de no partirle la cara de un puñetazo— ¡Tenés toda la razón del mundo Ginebra! 
—¡Qué bueno Lucrecia!
—contestó sorprendida—¡Pensé que te ibas a enojar y… —La interrumpí.
—¡MALDITA SEA! ¡¿Justo vos me vas a venir a hablar de madurez?!                                                                           

Maldita reina de Francia: una obra sublime (Sin editar)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora