—¡¿Ves?! —Rodé los ojos indignada— ¡Eso es exactamente a lo que me refiero! ¡Negás tus falencias a toda costa como si fueras un adolescente! ¡A mí me preocupa que seas tan inmadura y desconsiderada, te faltan varios procesos psíquicos de integración psicosomática!
—¿Alguna vez te miraste al espejo? —Se rió por lo bajo— ¡Si mal no recuerdo siempre te mandás alguna que otra cagada!
Hubo un silencio incómodo en el que solo se escucharon las voces del televisor. Me había herido realmente y lo peor era que estaba en lo cierto. A la nueva Lu no le importaría la opinión de los demás; se centraría en sí misma por un lapso de tiempo indeterminado: en el cual descubriría sus vastas virtudes hasta volverse incluso más egocéntrica de lo que ya lo era. Porque tristemente al fin y al cabo todos vamos a morir por nuestra cuenta. Así que lo único relevante sería qué tal opinase de mí misma.
—¿No somos lo mismo a diferencia de que venimos de distintos lugares?
—Fruncí el ceño descolocada— Si bien ambas nos sentimos inferiores, al menos a vos tus papás te quieren.
—Recordé a Tamar mientras me acariciaba el brazo nerviosa: esto se ponía interesante de una forma peculiar— Quizás a vos te cueste un poco sentirte valorada por el resto; a mí no tanto aunque sin embargo siento que mi papá me odia. No sé bien si la estoy flasheando feo. Pero supongo que en algún punto sufrimos por lo mismo y pues arguyo que por eso nos queremos demasiado. Uno siempre busca que lo hagan reír; aunque incluso mejor si además le tocan la tecla.
—Yo… —musité— Yo sé certera que desde un principio hubo una conexión fantasmagórica. Pero para mí, no obstante, tiene un poco más que ver con la manera en la que nos ayudamos mutuamente. Es decir que si a vos te deja tu chico, podés contar con mis historias de “rechazos imprevisibles”. Mientras que yo, por mi parte; en el caso de que me sienta mal por sacarme un tres; puedo disfrutar de que la profe te rompa el examen en la cara.
—¡Qué bien pensado filósofa! —Sonreí apacible. Ginebra me recompensaba bastante más que mi SUPERYÓ— ¿Sabés que desde mi punto de vista sos la chica más increíble dentro de todo el universo, no?
—Bajé la cabeza cuando ella me la levantó de un tirón. Su mirada me dolía en lo más profundo, pues era confiable aunque también se percibía protectora. Y a la nueva Lu no le gustaba que la mimaran bajo ningún concepto. Por consiguiente, le metí una patada en el vaso dejándola sin aire. Mi amiga se agarró la cintura para luego empujarme hacia atrás con violencia. Así que me levanté con ambas manos cuando exclamó desesperada— ¡Hasta acá llegué Lucía Cavera! —Que me llamara por mi nombre completo le agregaba énfasis al asunto— ¡No pienso permitir que te sigas lastimando a vos misma! ¡Te voy a llevar al psicólogo aunque tenga que agarrarte de la oreja!
—¡Quiero verte!
—respondí tan desafiante como infantilmente— ¡Ahora desaparecé antes de que me contagie tu “bebitis”!
—MALDITA SEA…
—musitó por lo bajo mientras se pegaba en la frente con la palma de la mano— ¡Es por este tipo de cosas que a veces me arrepiento de haberme vuelto tu mejor amiga!
No respondí. Solo señalé la puerta con la mano derecha logrando que se alejara y emitiera un fuerte bufido. Pues la cerró con tanta fuerza que estuvo a punto de romperla. Luego, me tiré en el sofá exhausta y recé un padre nuestro. Si Jesús me escuchaba desde allá arriba tal vez podría recomponerme. Nunca había estado tan furiosa en mi vida: absolutamente nunca. Así que me hice otro “rapidín” hasta que grité como loca. Gracias a Dios, los vecinos ya estaban durmiendo y no escucharon mi desesperación por dejar el sufrimiento de lado. Odiaba cuando las cosas se me salían de control. Simplemente mi psiquismo no podía aceptarlo. Porque estaba enojada con todos y cada uno de los bastardos: con mi profesor por reírse de mí enfrente de toda la clase; con Matías por cebarse y contarles algo privado (es decir que se pasó de la raya); con el buenardo de Víctor por sacarse confianza (conmigo) de los HUEVOS; con Carolina alias Hitler por decirme que era una alienígena; con mi papá por quererme tanto cuando en realidad debería odiarme; conmigo misma por no ser lo suficientemente inteligente como para generar un entendimiento entre Tamar y su hermano; etc, etc, etc. Solo no podía con todo eso y me dolía en el cuerpo. Me atormentaba el argüir que terminaría sola en una cabaña en el medio de la montaña con un montón de gatos y un DILDO de los que dan vueltas en círculos. Pues quería que Él (Dios) viniera y me dijera que todo iba a estar bien. Necesitaba saber que este no sería el estúpido fin. Que la tormenta iba a pasar y que por ende sí había un caldero de oro al final del arcoíris. Es decir, me sentía tan mal conmigo misma que me costaba confiar. Suponer que luego habría paz no formaba parte de mi ser al menos en ese preciso momento. Esperar a que Jesús hiciera algo por consiguiente tampoco.
Cómo sea. Me lavé las manos con agua y jabón y me recosté en mis propios fluidos. Era lo único que siempre tenía a mi alcance. Sin embargo, me prometí a mí misma que no lo haría otra vez al menos en una semana. No obstante, me quedaba más que claro que esa no sería una promesa fácil de cumplir. Pues venía de una seguidilla de hechos en la que mi psiquismo no era capaz de recompensarme por absolutamente nada. Solo… solo quería hibernar por un par de meses y despertar en otro plano: uno donde no hubiera tanta miseria y donde al fin después de tanto; pudiera controlar mis impulsos primarios así como mi tonta bipolaridad; y plantear un “pensamiento creativo” en base a idealizaciones racionales aunque también un poco imaginativas y presuntuosas, del mismo modo que hacer las cosas de una manera más bien lógica. Pero igualmente estruendosa y sublime y por ende elevada.
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Maldita reina de Francia: una obra sublime (Sin editar)
Teen FictionLucía Cavera es la típica chica nerd. Estudia Psicología en la U.B.A y pues tiene un pequeno problema particular con la ansiedad... y también con el bullying....... Pasa algo que la va a cambiar para bien (asi haciéndola madurar de una buena vez): p...