Un nuevo comienzo

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LANA CASTINGER

Miraba asombrada cada detalle del lugar, no podía creer lo gigante que era la casa. 

Estaba cansada hasta los huesos, la verdad que viajar en avión no era algo que me gustara. Mis párpados se sentían cansados y mis piernas debilitadas, hasta que caí en un sueño profundo.

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Sentía que alguien me zamarreaba sin emitir mucha fuerza, levanté con pereza un ojo para mira el autor que interrumpía mi precioso sueño. Mi padre me observaba con sus ojos cielos sonriendo con diversión.

-Levantate hija, ayudanos un poco y acostate, mañana empezás la escuela- dijo un poco serio-

-No quiero pa- dije fregándome los ojos-

Mi padre comenzó a realizarme cosquillas, por mis risas exageradas mi madre nos retó. Por lo menos ellos estaban con energías o eso querían mostrarme, sé que ellos se preocupan y se preocuparán por mí, pero quiero que lo pasen lo mejor posible mientras no estamos en Argentina. Ojalá se adapten con cariño a este sitio desconocido, aunque tengo miedo como va a ser mi estadía y mi progreso, en especial por mis notas, no sé nada del idioma del que resido.

-Papá-llamé su atención-sos un gobernado- reí con gracia-

Mi padre me miro con picardía, amaba cuando su cielo del día brillaba extrañamente con estrellas titilantes.

-Hija, tu madre da un poco de miedo- río haciendo que en sus ojos se notaran unas rebeldes arrugas–

Un montón de gente seria y un poco amargada nos vinieron a ayudar, las señoras eran altas con mejillas gordas y brazos cortos, eran de diferentes lugares; y los hombres eran altos y bien formados, si bien eran guapos, se podía destacar la edad de los individuos. Esto parecía ser sacado de una película de Hollywood, donde la familia billonaria está en una de sus mansiones con gente de distintas partes que le sirven mientras él y su familia la pasan bomba en Hawái. 

La mansión era hermosa, con una vista hacia un lago cristalino con una verde decoración en derredor, el interior no tenía vida, se destacaban las lámparas amarillas y los sillones de dólares, pero la pintura era blanca y parecía más un manicomio que una casa. Las cortinas doradas bordadas a mano provenían de Tailandia de una multinacional muy reconocida. 

-Amor, después pintamos la casa- mi madre me abrazó-

Verla motivada le daba aliento a mi pequeña soledad de no tener a mis hermanos.

El día pasó volando, bajando las cajas y acomodando todo, las señoras del servicio con los hombres contratados se les veía cansados, aunque me preocupaba que mis padres se excedieran demás con el trabajo, sabía que mi padre debía de trabajar muy duro en las empresas que su jefe lo había mandado a vigilar y maximizar cada beneficio para su crecimiento a diferentes países. ¡Amo ese trabajo!

-Vayan a descansar- mi padre dijo en inglés-

La gente sorprendida lo miró y asintieron algo desconfiados y poco convencidos.

El personal de la cocina nos elaboró una cena muy distinta de lo que nosotros acostumbrábamos, el palto se llamaba Namul y Mandu, con unas botellas de agua saborizada; mis padres y yo nunca utilizamos los palillos con lo que se alimentan los residentes del Estado coreano, por lo tanto, nos tuvieron que traer los utensilios del cual estábamos acostumbrados.

-Hija- mamá me llamo- ándate a acostar, mañana tenés que ir a la escuela-

Me despedí de ellos con dos besos en la mejilla a cada uno y gran abrazo como siempre lo hacía.

Al subir las escaleras pude observar lo divina que era mi habitación, con un morado oscuro con estrellas en el techo, la cama era amplia y cómoda, las sábanas eran parecidas a una seda refinada, la mesita de luz estaba decorada con peluches, si bien estos eran muy lindos y abrazables no eran de llamar mi atención, en ese momento recordé a mi pequeña hermana mayor. Mis ojos se humedecieron al recordar a mis hermanos y no tenerlos a mi lado, fui al baño del dormitorio y lavé mi cara, observé mi rostro en el espejo, mis ojos estaban rojos y se resaltaba el verde esmeralda, mi cabellera rubia estaba desordenada y mi piel si bien era blanca, en ese momento se podía comparar con la nieve de la Cordillera de los Andes.

Mis brazos dolían como si quisieran caer sobre algo cómodo y esponjoso, mis piernas estaban hinchadas y coloradas por algunos golpes debido a mi torpeza. De mi mochila saqué uno de mis escapes, mi computadora de la escuela en donde por sus aplicaciones podía escribir lo mejor y tranquila posible, podía descargar mis iras, mis lágrimas de alegría o tristeza, sí, es ahí donde produzco magia para mi misma. Reía como una tonta, mientras recordaba las veces que quise hacer mi debut como cantante, pero esto no es para mí, prefiero las calculadoras y estadísticas en relación con la economía... Aunque a la música lo dejaría como segunda opción en el caso de que las cosas no resulten ¿Verdad?

Hoy más que nada sentía ganas de escribir algunas letras, pero sabía que si lo hacía terminaría hasta tarde porque siempre escribía tres canciones, aunque mayoritariamente mi hermana me ayudaba a encontrar el ritmo perfecto para cada canción.  En mi mente podía escuchar sus consejos con mucha autoridad, confianza y mucha sabiduría en sus palabras.

Sentía como mis dedos se deslizaban sobre el teclado casi ilegible, aunque memorables en lo personal, unas que otras eran apreciadas para mi pasado y pesimismo. Por cada letra una lágrima caía sin mi consentimiento. Suspiré con pesadez, recién había lavado mi cara con agua y ahora estaba lavada de lágrimas y sentimientos demasiados agobiantes y excitantes. Tenía un vaso de agua que habían llevado el personal de la mansión, estaba fresca y tenía unas hojas de menta para que sea más agradable para la garganta. Y la verdad era tranquilizante y relajante. Me asustaba tener que empezar un nuevo día en un país extraño.  Con pesadez me tiré a la cama y me hundí en los sueños navegables de mi mente



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Una argentina en AsiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora