La Escuela 2

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LANA CASTINGER

Había un patio con juegos de básquet y vóley, miré y nadie observaba mis acciones o se deba cuenta de mi presencia, así que saqué una pelota de encestar y me dirigí al arco para embocar. El sol estaba pesado sobre las nubes de la mañana, sentía que mi piel picaba, por lo tanto, saqué mi saco colorinche y me desprendí tres botones de mi camisa haciendo que mi pecho se dejara un poco a la vista, pero no lo suficiente como para observar algo que no quisiera

Unos gritos masculinos se escucharon, eran unos chicos que se acercaban a mí, eran más pequeños de edad, porque de altura todos superaban mi 1.55 centímetros menos mi hermana. No podía entender como era posible que esos jóvenes fuesen tan altos y de buen parecer. ¿Dónde han estado todo este tiempo?

-¿Nos das tu número?- mis ojos se abrieron como platos-

¡Ni en mi lugar de origen habían sido tan directos o, mejor dicho, me habían dado bolilla o pedido mi número!

Largué una carcajada, la verdad para ser sincera era divertido de cierta forma para mí, eran unos adolescentes en pleno desarrollo que sus hormonas estaban en las nubes.

-Que hermosa eres sonriendo- dijo uno de ellos muy tímidos-

Sentí un calor extraño que ascendía desde mi vientre hasta mis mejillas. ¡Eran terribles chamuyando! 

-Esperá- dije levantando mi mano derecha para que este se detuviera- Jueguen conmigo, al encestar uno de ustedes ganas y si no gano yo - mi cara sonrió con picardía-

Los tres chicos comenzaron a jugar, eran muy buenos, sin embargo, yo había estado en las Olimpiadas Escolar y había ganado la medalla de oro, obviamente no era por demostrar que era bastante buena en esos deportes. Ellos tenían una ventaja, por su altura y largas piernas, hasta que tuvieron un error que fue su perdición, una desventaja que me dio la oportunidad de realizar el jaque mate perfecto. El pitido del timbre sonó como un torbellino enfurecido.

-Bueno, chicos, fue un placer ganarles- dije recogiendo mis cosas-

Pude oír el suspiro exagerado de sus labios finos y pálidos, medios cabizbajos caminaron devuelta hasta lo que sería su curso.

Al entrar a mi aula, pude divisar al joven que estaba de espaldas hacía ya un tiempo, tenía el cabello azul oscuro al igual que sus ojos, tenía puesto una campera negra con capucha, un montón de chicas estaban a su alrededor hablándole o mejor dicho, gritándole en su oído; sin embargo, este las ignoraba como si fueran desconocidas. Me dispuse a mirar fotos de mis hermanos y mis amigos, la verdad que los extrañaba más que nada y a él también, se llamaba Mateo y era más guapo que ver un amanecer, lo necesitaba. Pero los daños están todavía y trato de no pensar en ello, su imagen busca mis sentidos en busca de algún momento que sea agradable para los dos y mi mente no los encuentra. ¿La razón?

El director entró en el aula, todos se pusieron de pie, e inclinaron su cabeza con reverencia, él solo sonreía en mi dirección, todos me miraron. Me ponían nerviosa que hicieran eso, y más cuando no decían nada y yo como tonta esperando algunas palabras.

-Señorita Castinger- me llamó- ¿La están tratando bien? O ¿Necesita algo en el que le podamos ser útiles? – acarició su vientre ansiosamente- 

-Señor, estoy muy a gusto, y no, gracias de todos modos- sonreí-

¿Qué más podía decir?

Este me imitó el gesto y nos comentó que la profesora de historia estaba enferma y que nos portáramos bien, para luego marcharse.

Pude oír el murmullo de unas chicas que estaban en grupo que se quejaban constantemente de lo injusto que era el director, es decir, que tuviera más consideración conmigo, que era extranjera que con ellos. 

No quería volver a lo anterior, quería distraerme con algunas cosas que volaran mi mente, por lo tanto, miré por la ventana y me dispuse a deambular por los pasillos de la escuela, en mi mochila había llevado un conjunto de calzas cortas deportivas con tops cortos hasta más arriba del ombligo, lo suficiente como para poder hacer deportes muy cómodo y sin obstáculos en los movimientos.

Me parecía curioso que los chicos se tapaban los ojos al pasar y algunas chicas se sorprendían al pasar, me sentía muy rara más de lo normal que era.

-Tienes que taparte- apareció el chico misterioso- si no pensarán que eres una cualquiera-

Sus palabras me dejaron pensando ¿Ser una cualquiera? ¿Por qué me tomó el flaco este? Ni me conocía y ya decía que parecía una cualquiera. Debería de hacerse ver con un psicólogo. 

-¿Por qué decís eso?- me di vuelta bruscamente-

Detestaba que las personas juzgaran a primera vista como si los conocieran o que no se vieran ellos mismo, porque él bastante mal educado era al ignorar a esas niñas.

-Mirá a tu alrededor, ¿acaso ves alguna chica o profesora vestida así?- señaló a la distancia-

-Yo no tengo por qué cambiar lo que soy, por lo que los demás piensan, si les gusta bien y si no, problema de ellos- mi respuesta seca lo dejó de la misma forma que él me había dejado-

No es como si estuviera desnuda o mostrara partes intimas mías.

Algo molesta, bueno mejor dicho muy embroncada di media vuelta y me retiré del lugar, mi respiración se agitó haciendo que otra vez pasara lo de siempre, mi garganta y pecho ardían como si hubiera fuego y brazas dentro, de mi nariz un largo hilo de sangre salía, en mis manos y cuello mis venas se marcaban con una gruesa forma. Mis piernas cayeron raspándose con el caliente suelo y mis ojos se apagaron al igual que la luz del sol al ocultarse, unos brazos fuertes me tomaron como bebé que mama y me atrajeron a un duro, cálido y cómodo pecho, con un exquisito perfume a la cordillera de mi patria, trataba de permanecer consienten sintiendo la brisa suave sobre mi pelo, pero no, después terminé por perder toda la conciencia... mirando por última vez un rostro asustado.



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Espero que les guste.

Una argentina en AsiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora