Parte 16

2.4K 361 40
                                    

— ¡Apaga esa maldita cosa del demonio! —

Cleopatra no quería perder el control, de verdad que trataba de no hacer, pero cuando esa maldita cosa metálica no se calla sus nervios están a flor de piel y su humor es peor que el de mil demonios de la duat. Solo..solo quiere silencio, que todo el maldito mundo se calle, pero su grito fue tan fuerte que las personas de la cafetería dejaron sus horribles tazas de café para mirarla a a ella, si a una Cleopatra fuera de control.

Sintió vergüenza y su cara se puso tan roja como si hubiera pasado todo el día debajo del enojado sol de Egipto, más aún cuando tiró las tazas de café al suelo y un desastre se armó en el suelo.

— Cleo no puedo apagar el televisor, la cafetería está llena porque los clientes vienen a ver la boda del primer ministro —  Grace dejo una par de tazas de café a la mesa continua y la tomo del brazo — ¿Que te pasa? Estas actuando como una loca que odia la televisión, eso es bastante extraño. ¡Cleo estamos en el siglo XXI! —

— ¡Es que esa maldita cosa...! —

— No podemos apagar el televisor, vamos, ganaremos un par de libras de propina y te invitare a cenar — Cleopatra asiento sin muchas ganas y soltó un gruñido furioso al escuchar de nuevo al televisor — ¡Ya se que te pasa! ¡Tu estás celosa! —

— ¡No! — Cleopatra movió su largo cabello negro cuando pasó con nuevas tazas de café en sus manos — Déjame hacer este horrible trabajo. No sé cómo la gente quiere tomar esto, ¡apesta a estiércol de camello! —

— Estas celosa — Grace se burló de ella con una sonrisa de lado. Camino entre las mesas, la cafetería está tan llena de personas que la cafetera dejará de funcionar por tantas tazas de café —  Aceptalo. No es malo decir que te enamoraste del primer ministro y él esta a punto de casarse —

Cleopatra la fulminó con la mirada, peor ella no nació para esto, no nació para repartir tazas de café y pretzels calientes por mesas tan pequeñas, no nació para caminar como fantasma de la duat entre miles de personas y menos para que los hombres le agarren el trasero al pasar. ¡Es una reina! Una faraóna, una diosa. Esta tan harta de todo, de tener que usar ese corta falda que hace que sus piernas entren frías todo el tiempo, odia el olor de la cafetería y odia trabajar. Las reinas como ella no trabajar, dan órdenes y planean guerras, no entregas tazas.

Pero lo que más odia Cleopatra, son a los hombres ingleses, en particular a ese primer ministreo que camina animadamente hasta el altar en la iglesia de Westminster.

— ¡Si! — Cleopatra camino hasta el mostrador, le hace falta el aire y la gente sigue llegando a la categoría solo porque pueden ver la boda por televisión, esta harta, furiosa y tiene el corazón roto — Estot furiosa, harta de ver esa horrible boda por televisión. ¡Quiero cortarle la cabeza al primer ministro por jugar conmigo! —

Grace dejó las tazas sucias en el lavamanos y abrió la boca con los ojos horrorizados al verla. Quizá Cleopatra no debió gritar y mucho menos decir que quería su cabeza, pero los ingleses no están acostumbrados a ella y quien juega con su corazón se muere. Si tan solo aún fuera la faraona de Egipto habría mandado a Cameron a la peor de las torturas.

Cleopatra jamás se había sentido así, Julio César era la definición de la protección, pero necesitaba enamorarlo para poder ser reina, con Marco Antonio fue atracción sexual pura y con este miserable hombre Inglés... es como si su corazón se rompiera cada vez que ojos miran el televisor y lo miran sonriente de la mano de otro mujer, de su próxima esposa.

No ha podido dormir bien, sus cabeza duele y los recuerdos del pasado la atormentan, pasa las noches con un cuchillo debajo de su almohada esperando a su asesino y se sienta en el alféizar de la ventana esperando ver a ese hombre Inglés de la cual esta perdidamente enamorada.

Poco queda de aquella reina que deslumbrada a todos con su oro, su belleza y su seducción, ahora solo es una simple mesera, más pobre que un esclavo y más sensible que una flor de loto. Cleopatra nunca llora, le enseñaron que las lagrimas son para los débiles, pero no pudo soportar más y las lagrimas se derramaron por sus mejillas, esta furiosa por mostrar su debilidad muy sin pensarlo dejo caer la taza de café caliente sobre ella.

Sintió tanta vergüenza de ser tan tonta como una sirvienta que corrió hasta el baño sin mirar a nadie más. Limpio su ropa con agua fría para que el café caliente no siga quemando su piel.

Tantos años dominando a los hombres más fuertes de la antigüedad para terminar enamorándose de un Inglés.

Se pasó las manos por el cabello, Cleopatra lo único que necesita es acortar que jamás volverá a Egipto y que vivir en Londres es su castigo.

— ¿Cleo esta aquí? — abrió tantos los ojos al escuchar esa voz que corrió hasta el mostrador de la cafetería de nuevo — ¡Por dios Cleopatra, pensé que no te volvería a ver! —

Pero todo el mundo en la cafetería dejó de ver la televisión, para mirara al primer ministro con su elegante traje de novio recargado en el mostrador de la cafetería con el rostro agitado después de salir corriendo de su boda. Cleopatra miró el televisor por un momento, la novia de Cameron tiene el rostro lleno de lágrimas, pero ese mismo hombre que tiene delante de ellas, no parece preocupado, tiene una sonrisa divertida, como si hubiera cometido una locura.

— ¡¿Que haces aquí?! — Cleopatra lo fulminó con la mirada — ¡Vete!

— ¿Que me vaya? No puedo hacerlo — Cameron negó con la cabeza. Esta consciente que toda la maldita cafetería está pendiente de ellos — No quiero irme. Se que no quería verte, que por un momento creí que estaba loco y que tu eras una demente, pero... eso que vi vimos tu y yo no fue una mentira. — Cameron se acercó al mostrador y habló en voz baja — Por dios, tu eres la reina de Egipto —

Cameron desabrocho los primeros botones de su camisa. Esta cometiendo una locura, lo sabe muy bien, seguramente todos los invitados piensen que esta loco por salir corriendo de su boda. Seguramente si lo está, está tan loco que cree que esa mesera es la reina de Egipto, pero esos días en el pasado no fueron mentira, verla con esa Corona hecha de oro puro no lo ha dejado dormir. Ella es Cleopatra y es su reina.

— ¡Me tiraste de esa barca! Jamás volveremos a Egipto —

— Si volveremos y lo haremos ahora, claro que no saltaremos de un puente — Cameron la tomo de la mano, tiene todo preparado, su auto está afuera de la cafetería y tiene el dinero suficiente para ir a un viaje de aventura, pero Cleopatra parece asustada cuando la lleva afuera de la cafetería, la tomo del rostro y la beso en la mejilla, lleno de emoción, de adrenalina por no casarse — Usted faraona y yo, iremos a Egipto a recuperar su reino. ¡Ahora mismo! —

Erase Una Vez Cleopatra. (Saga Faraones de Egipto Libro 1) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora