Parte 65

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Cleopatra

Cleopatra se miro delante del espejo y admiro esa belleza egipcia que porta desde su nacimiento, ya está cansada qué desde que despertó en Londres se ve de la misma manera, en sus rasgos poco queda de aquella sensual mujer que hizo temblar los cimientos de Roma.

Sin duda ya no tiene la piel morena quemada por el sol, pero  tomando en cuenta que pasó siglos muerta cubierta de vendas y encerrada en un sarcófago es ta bien, por eso su piel es tan blanca qué puede ver sus venas. Movió su cabeza logrando que sus mechones de cabello se acomodaran perfectamente detrás de su espalda, tan negros cómo la misma boca de un dios.  Cleopatra aplicó un poco más de maquillaje sobre su rostro recordando las técnicas de maquillaje que usaban sus sirvientas egipcias para dejar sus ojos tan enigmáticos cómo los de una diosa, no usa esos colores marcados y lleno de vida, pero por lo menos es algo que le recuerda que aún sigue siendo una egipcia.

Hay dos cosas que no cambiaron en ella a pesar de estar muerta tantos años, lo primero son los rasgos de su rostro, sigue teniendo esa nariz puntiaguda, esos labios anchos, esos pómulos rosados y sus ojos negros, y lo segundo es la ambición que la carcome por dentro, ella siempre se ha presionado por obtener mucho más, en él pasado ambisiono a ser la reina de todo Oriente, de controlar Roma y hacer que Egipto fuera la potencia del pasado, y esa misma ambición los llevó a la muerte a Marco Antonio y a ella, pero aún no ha cambiado, murió por esa hambre de poder y eso jamás se alejará de ella.

Se vio delante del espejo vestida con esa ropa moderna, así podría parecer cómo una mujer del futuro, pero tiene un alma tan vieja que esas pequeñas arrugas alrededor de sus ojos podrían contar toda la historia del mundo. Cleopatra bajó sus manos y se tocó el vientre inflamado, sino fuera por esa ropa todo el mundo podría decir que tuvo una hija, pero nadie debe descubrirlo, si quiere que Olimpia siga con viva el mundo sólo debe saber que es hija del primer ministro, pero no de ella.

Nadie debe saber que tiene una conexión con esa niña.

— Es hora de irme — Se dijo a misma antes de apagar las velas que ilumina su habitación como si aún viviera en el pasado — Dioses de mis antepasados bendigan mi camino, cuidenme de mis enemigos y conduzcan mi camino para llegar a ser reina de nuevo —

Cleopatra caminó por la habitación para acercarse a la cama y cerrar esa maleta llena de ropa, esté día piensa irse de nuevo a Egipto, él abuelo ha iniciado una expedición incluso más peligrosa que la anterior, pero esta vez no está embarazada, no es un estorbo y ya puede matar a sus enemigo,  está vez las cosas saldrán cómo lo esperaba.

Bajó la maleta y respiró ampliamente saliendo de la habitación sin mirar a atrás, ya qué las despedidas no son nada buenas para ella y muy posiblemente si ve a ese ingles no podrá irse. Estaba por bajar esas largas escaleras de madera  cuándo unos fuertes lloriqueos la detuvieron por completo, Cleopatra bajó la maleta y giró su rostro en dirección a la habitación de la cual salen esos desgarradores llantos.

La nodriza no está en la casa, no hay sirvientes, ni algún guardia que atienda a esa bebé, la casa está en plena soledad, es fría y la lluvia choca contra la ventana, quizá asustando a esa bebé, si la dejará, Cameron llegaría hasta la noche y esa niña se quedaría horas llorando como una bebé abandonada hasta que su padre llegué y la salvé.

Pero tan sólo es una bebé que no debe pagar por sus errores del pasado.

— ¡Olimpia deja de llorar! — pidió como su fuera una oración al viento, porque si esos llantos se calmaran podría irse de Londres y olvidarse de la vida que formó aquí estos meses, pero los llantos aumentaron aún más, así que Cleopatra cerró los ojos y se pasó las manos por el cabello — ¡¿Porque soy así de sensible con esta niña?! —

Erase Una Vez Cleopatra. (Saga Faraones de Egipto Libro 1) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora