Capitulo 2 SE ABRE LA CAJA DEL DESEO

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Mi primer amante, mi maestro del sexo cibernético

Conocí a Gabriel a través de redes sociales, me dijo que era separado, tiene tres hijos varones, uno de una relación anterior al matrimonio, y los otros dos hijos de su reciente mujer de la cual se separo. Es un hombre atormentado por el desamor, su mujer lo había desplumado literalmente, se había quedado con todo, casa, coche, dinero de la cuenta, ahorros, todo, lo dejo pelado. El a consecuencia de un accidente cobro una indemnización con la cual se pudo comprar una vivienda, y rehacer su vida, esto lo dejo jubilado y con mucho tiempo libre. Empezamos a hablar todos los días, yo le dije que estaba casada, que me iba más o menos bien, pero enseguida tome confianza con él, y le dije la verdad, estaba hecha polvo, y me desahogue con este hombre. El había insistido en varias ocasiones en ir a su piso a tomar un café y hablar de nuestras experiencias, pero yo no me atrevía, notaba que quería ligar más que hablar conmigo ¡pensé una mujer casada siendo invitada por un hombre recién separado a su piso! ¿Qué puede querer este hombre sino sexo? así que le daba largas, y más cuando me entere que le tiraba a mis amigas y a todo coño andante. Gabriel me dijo que buscaba pareja, en eso no me engaño, fue sincero, y que como yo era una mujer casada pues que a mí no podía tirarme los tejos, eso hizo que confiara más, y decidí una tarde aceptar su invitación para tomar café, lo único que a mí me dejo un poco mosca fue que en nuestras conversaciones me dijo que yo era una mujer muy sexy y que le gustaba mis labios, incluso llego a decirme —¿Qué pasa si beso esa boca? –A lo que yo le respondí –eso no se pregunta, a mi me gusta que me roben un beso cuando un hombre me desea.

Empezamos con tontunas así, las conversaciones subieron de tono pero no traspasaba más de meras tonterías de ese tipo como lo del beso, así que considere que era todo bastante inocente, aunque algo dentro de mí pensó que tan cándido no era esta situación porque yo no dejaba de ser una mujer casada que iba al piso de un hombre divorciado, lo malo de vivir en un pueblo que aunque te tomes un café en una cafetería con un amigo ya piensan otras cosas, entonces accedí como he dicho antes a esa invitación en su piso, yo estaba muy nerviosa, temblaba todo mi cuerpo, porque no sabía lo que me esperaba aunque lo intuía, jamás le he puesto los cuernos a mi marido, y proposiciones no me han faltado, pero nunca he accedido a ello, y con Gabriel tampoco estaba por la labor de ponerle los cuernos a mi marido, pero por otro lado sí estaba dispuesta a ir a esa cita y arriesgarme a ver lo que sucedía.

Me puse un vestido bastante veraniego, hacía calor, me maquille lo justo, no quería que Gabriel se diese cuenta de que iba demasiado arreglada como para una cita, así que decidí ponerme guapa pero que pareciese lo más natural posible. Tan nerviosa estaba que ese día ni comí, se me taponaron los oídos de los mismos nervios, el cuerpo me temblaba. Cuando subí al piso y me abrió no sabía ni que decir ni que hacer, lo único le sonreí, le dije —hola, —y él me dijo —pasa.

Me invito a su cocina que estaba preparando los cafés y hablamos de forma normal, eso me tranquilizo un poco, aunque seguía bastante cortada por la situación, Gabriel me recibió con unos pantalones cortos vaqueros y nada por arriba, o sea semidesnudo, se disculpo por recibirme de esa forma y me dijo que le gustaba andar así por casa, aunque normalmente lo hacía en calzoncillos, pero que por respeto se puso el pantalón. ¡Que por cierto su piso estaba impoluto, se notaba que era muy limpio este hombre, eso me gusto!

A Gabriel lo conocí en un momento de mi vida de imperiosa necesidad de lanzarme a vivir lo que tenia enterrada tanto tiempo por seguir las normas que dicta la sociedad. Ahora voy a ser yo, la mujer, la que desea ser feliz.

Gabriel me contó su historia, en la cual había tenido un divorcio tormentoso resultándome un hombre muy sensible, ¡y que decir que no estaba nada mal físicamente!, aunque en ese momento todos los hombres me parecían guapos, cualquiera que se fijara mínimamente en mí y me diera un mínimo de atención.

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