1. Una torpeza para empezar

12.1K 274 53
                                    

Sus manos grandes me tomaban con tanta fuerza que apenas podía moverme ni medio centímetro. Una de ellas me tapaba la boca para que cualquier sonido que pudiera articular no saliera de mí. La otra, por el contrario, se movía por mi cuerpo intentando escudriñar lo que había bajo mi vestido. Por mucho que me resistía, apenas podía hacer movimiento alguno para separarme de aquella sombra, aquel hombre que me había interceptado y estaba sobre mí, tendido, tratando de lograr por la fuerza lo que ni por asomo a mí se me hubiera ocurrido mostrarle.

Juro que aquel momento se me hizo tan eterno como si del mayor de los castigos se tratara. Podía sentir su olor, el sudor que desprendía, su aliento contra mi piel. El calor de su cuerpo contra el mío me produjo tal escalofrío de rechazo que acabé por gruñir contra su mano. Él lo tomó como muestra de pasión y continuó adentrándose entre mis enaguas e intentando, de forma violenta, lograr lo que andaba proponiéndose. Susurraba obscenidades que mi mente trataba de borrar, sin embargo, se me grababan a fuego mientras las lágrimas avanzaban por mis mejillas como única respuesta a lo que me estaba sucediendo. Volví a intentar desprenderme de su cuerpo o, al menos, de su mano para poder gritar y pedir auxilio.

- ¡Cállate! –me espetó con violencia mientras apretó más fuerte su mano contra mi boca y se dejó de contemplaciones para terminar su faena y acabar matándome en vida a mí.

***

Nunca olvidaré esa palabra. A decir verdad, la he llevado grabada en mí desde aquel terrible día. Aquella noche no iba a ser menos. Una vez más volvía a despertar empapada en sudor y la misma escena me acompañaba cuando lograba conciliar el sueño. Mi subconsciente siempre me despertaba cuando aquella palabra volvía a repetirse en mí. Hacía ya mucho tiempo desde que viví el que consideraba, sin duda, como el peor momento de mi vida. Los sueños volvían de forma recurrente para recordarme que, a pesar de mis esfuerzos, ese día no iba a desaparecer de mi memoria tan fácilmente.

Suspiré profundamente intentando olvidar por un instante aquel mal sueño y me infundí el valor que pude para volver a la tarea de dormirme. Me hubiera gustado decir que resultó fácil, pero, como siempre, cuando me sobrevenían los recuerdos me costaba harto trabajo volver a conciliar el sueño. Cada vez que cerraba los ojos, la imagen de aquel señorito de Valdeza volvía a mi mente. Afortunadamente, ya había recuperado el habla tras el shock que supuso para mí ser atacada de forma tan vil, sin embargo, los sueños eran otra prueba irrefutable de que mi olvido no iba a ser tan fácil de curar como mi mudez.

Tras casi una hora intentando volver a dormirme, mi yo racional le repitió al irracional que se durmiera o madre se enfadaría terriblemente si no estaba en condiciones para trabajar a la mañana siguiente. Especialmente, aquella jornada, pues se había comprometido con don Liberto a dar un ágape de bienvenida para una recién llegada vecina a nuestro pintoresco Acacias. Maite Zaldúa, una artista procedente, nada más y nada menos, que de París. La desconocida era sobrina de don Armando y, por ende, respaldada por don Liberto para intentar que su adaptación a nuestra sociedad fuera satisfactoria.

Lo único que me atraía de tan rimbombante visita al restaurante era el hecho de que la susodicha fuera pintora, algo que me intrigaba sobremanera, ya que la pintura se había convertido en uno de mis pasatiempos favoritos desde hacía meses. Pero, a decir verdad, la sola idea de tener que atender a tan postulantes gentes en un espacio tan reducido y todos al mismo tiempo me apasionaba tanto como escuchar a doña Rosina relatarme una vez más la historia de cómo ella y don Liberto formalizaron su relación.

Volví a suspirar, cogí mi almohada entre ambas manos, me giré quedando boca abajo sobre el colchón y dejé que la almohada cubriera mi cabeza mientras me obligaba a poner la mente en blanco de una vez por todas.

"Cállate"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora