27. Lo más lejos, a tu lado

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¡Qué misteriosa me había parecido siempre la vida! Aquella mañana había comenzado llorando a mares porque iba a abandonar Acacias y a despedirme para siempre de Camino y, sin embargo, horas después de aquello, estaba entre sus brazos disfrutando de la calidez y la pasión de sus labios. Siempre había intentado guiarme por el corazón en cada decisión que había tomado en la vida, pero justamente para una en la que dejaba hablar a la razón, llegó aquel torbellino de chiquilla a ponerme el mundo del revés y demostrarme que me estaba equivocando por completo.

Dejé que la razón se marchara de mi lado en cuanto la escuche pedirme que quería yacer conmigo una vez más. No lo vi venir, sinceramente, me pilló a contrapié. Pero lo deseaba tanto o más que ella, así que, mientras que nos besábamos con anhelo, me dejé llevar hasta el dormitorio con mucho cuidado de no darnos las dos de bruces contra el suelo. Sus manos, que me tenían atrapada por la cintura, se lanzaron a quitarme la boina que yo llevaba y yo hice lo propio con su pequeño sombrero. Seguidamente, las mías fueron a posarse sobre su rostro mientras que nuestros besos se hacían más profundos e intensos. En cuanto noté que una de sus manos me rozaba sutilmente en la zona baja de mi espalda, no pude evitar soltar un pequeño gemido contra sus labios y supe que estaba sonriendo porque lo noté a su contacto con los míos.

Al llegar al pie de la cama, nos paramos en seco y comenzamos a descalzarnos ambas. En cuanto me liberé de mi calzado, fui a desabrocharle la camisa mientras ella hacía lo mismo con la mía. Nuestras bocas volvieron a encontrarse tras el breve espacio que habían estado separadas. Su lengua, necesitada de la mía, no paraba de recorrerla mientras que mi pulso se aceleraba con el roce de sus manos por encima de mi corpiño. Retiré su camisa por completo y dejé que mis manos fueran hasta el cierre de su falda, del cual me liberé sin mucho trabajo, y esperé que la gravedad hiciera su efecto hasta desprenderla por completo. Ella hizo lo propio con mis pantalones, pero con la diferencia de que se deslizó con ellos hasta el suelo, dejando a mis labios huérfanos de sus besos. A medida que iba retirando aquella prenda, Camino dejaba un beso por cada parte de mi piel que quedaba al descubierto. Era tan dulce su tacto y tan hermosa verla entregada ante mí que no pude evitar suspirar.

En cuanto volvió a subir hasta mi altura, alcé mi mano hasta los tirantes de su corpiño y los retiré dejando besos en sus hombros desnudos. Me puse tras ella y, poco a poco, fui desabrochando la prenda permitiendo que la piel de su espalda se mostrara ante mí. Mi amante era increíblemente bella y yo me moría por llenar aquella espalda de caricias y besos. Conocía al detalle cada milímetro de su tersa y suave piel, así que me dispuse a recorrerla con mis labios mientras mis manos se posaban en sus pechos descubiertos. Siguiendo un sendero que iba desde su cuello y bajaba por toda su espalda, mis besos recorrieron todo el camino que hallaron a su paso y mis manos acariciaban con dulzura la piel de sus pechos, tal y como en su día moldeaban aquel torso desnudo que imaginé era el suyo. Enseguida pude comprobar que su piel se erizaba al contacto de mi cuerpo sobre ella y un pequeño gemido de placer que se le escapó intempestivamente hizo que me mordiera el labio de satisfacción.

Sorpresivamente, la volteé y me quedé mirándola a los ojos mientras ella permanecía con la boca ligeramente abierta. Seguidamente, se lanzó a la mía y me besó dejándome un pequeño recado en forma de mordisco en mi labio inferior. Como respuesta, sus brazos me rodearon con firmeza y recorrieron cada parte de mi espalda todavía cubierta intentando dejarla libre de toda marca. Entonces, sus manos se lanzaron a mi corpiño y me lo retiró con tremenda efectividad, quedándome yo ahora completamente desnuda. En ese momento, Camino tomó asiento al borde de mi cama y me invitó a que me sentara sobre ella. El primer contacto de mi intimidad desnuda con la tela de sus enaguas me hizo estremecer y noté cómo mi temperatura corporal comenzaba a ascender. Mientras tanto, su boca se deshizo de la mía y empezó a besarme por el cuello de forma tan sensual que un gemido ahogado se me escapó irremediablemente.

"Cállate"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora