56. Visita al museo

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Llevábamos solo una semana de clases y a mí se me había pasado el tiempo volando. Enero de 1914 ya había hecho su entrada en nuestras vidas y, afortunadamente, el agradable tiempo parecía ser un reflejo de nuestro buen humor, pues hacía una mañana espléndida. Aquella situación nueva era tan satisfactoria que me faltaba poco para levitar del suelo mientras caminaba por el barrio. ¿Quién me hubiera dicho que iba a poder seguir enseñando a Camino y, además, quedar en el restaurante con ella a ojos de todos?

Aquella agradable mañana me invitó a tomar café con ella mientras disfrutábamos de una conversación distendida. El día anterior le había puesto un ejercicio para que lo hiciera cuando tuviera tiempo en casa y ella no sólo había cumplido con su misión, sino que lo había hecho con una premura extraordinaria. Mientras el libro de pintura reposaba en la mesa, Camino y yo charlábamos de lo agradable del día y de cómo iban pasando uno a uno todos los vecinos de Acacias. Siempre me había llamado la atención el trasiego diario de aquel barrio y fue entonces que se me ocurrió que podía empezar a crear una obra que le hiciera justicia.

- Estoy muy impresionada de que hayas terminado mi encargo tan pronto –aseguré con una sonrisa.

- No podía evitarlo. A decir verdad, me quedé hasta tarde dibujando –apuntó con una mirada traviesa que yo correspondí con otra de regaño- Además, me moría de ganas de que lo vieras –me dijo con sinceridad teniéndome el cuaderno.

Durante un segundo, lo tomé entre mis manos y antes de abrirlo por completo, no pude evitar deslizar mi mirada hacia Camino. Entonces la vi observándome embelesada, con una sonrisa que le iluminaba por completo el rostro. Cerré el cuaderno y le devolví su mirada con otra interrogante.

- ¿Por qué me miras así? –inquirí curiosa mientras ella bajaba la vista al comprobar que la había cazado mirándome- Parece que no pudieras dejar de sonreír.

- ¿Y acaso te extraña? –me preguntó con una sonrisa todavía más amplia y visiblemente sonrojada por mi pregunta- Es la primera vez que me puedo mostrar en público a tu lado–dijo posando su mano sobre la mía, que reposaba en la mesa- Sin reservas.

La caricia de su mano sobre la mía duró exactamente un segundo, el tiempo necesario en que vi acercarse a nuestra mesa a Ildefonso y la retiré con una velocidad tan extrema que por poco acabo con las dos tazas de café sobre el suelo. Camino agachó la mirada y yo recé para que el marquesito no hubiera visto aquel detalle de complicidad entre ambas.

- ¡Buenos días! No esperaba encontrarlas aquí tan animadamente –apuntó el joven y yo no supe adivinar si aquello iba con doble sentido o era mi inconsciente el que me estaba jugando una mala pasada.

- ¡Ildefonso! Buenos días, ¿gusta en sentarse? –preguntó Camino muy inocentemente, aunque no me hiciera mucha gracia que el mozalbete se sentara con nosotras.

- No se preocupe, se lo agradezco, pero solamente estaba de pasada por el barrio –añadió- Tengo que hacer unos recados cerca de aquí y quise pasarme a saludarla –"Qué atento este joven", pensé con ironía.

- Se lo agradezco entonces –repuso Camino con cordialidad.

- Veo que ha vuelto a pintar –dijo mirando el cuaderno de pintura que todavía reposaba en la mesa- Celebro que al fin sus ruegos fueran escuchados.

- Sabe que tiene mucha culpa en que mi madre cediera y no he podido darle las gracias como se merece –apuntó Camino mientras yo no perdía detalle de una conversación donde había pasado de ser protagonista a mera espectadora.

En ese momento, doña Felicia apareció de la nada para terminar de completar el aforo de nuestra mesa. Como si no fuéramos ya pocos y mi nivel de incomodidad no estuviera empezando a dispararse.

"Cállate"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora