15. "Cállate"

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En cuanto me tomé aquel café con las señoras, volví derecha a mi reclusión en el estudio. Necesitaba ponerme a pintar para espantar todos los pensamientos que me llevaban nuevamente a ella. Verla de nuevo y sentirla tan lejos hizo que me diera un pellizco al corazón. No me gustaba sentirla tan distante conmigo, por eso la buscaba tanto con la mirada, intentando disculparme por todo lo que había sucedido. Pero, en realidad, yo era consciente de que era mejor dejar las cosas así entre ambas.

Mientras pintaba en mi mesa de trabajo, la mente se me fue otra vez al momento en que me besó. Aquel instante de intimidad se me repetía una y otra vez en la cabeza, como si mi subconsciente no quisiera que lo pasara por alto. Un escalofrío me recorrió el cuerpo al rememorar la calidez de sus labios, la intensidad con la que nos buscábamos aquel día. Ladeé la cabeza intentando borrar aquella imagen, pero me era imposible apartarla de mí. En su lugar, me vino otro recuerdo todavía más perturbador, el del momento en que Camino se desnudó para mí. Aquel día me deslumbró con su belleza, pero también con su atrevimiento. No era la jovencita que yo pensaba, era una mujer hermosa, deseable y mi mente se encargaba de recordarme lo mucho que la extrañaba y que necesitaba estar cerca de ella.

Mientras evocaba a mi amada alumna, el timbre de la puerta me sacó de mi ensimismamiento. ¿Sería ella? Siempre que la pensaba acababa viniendo a mí, ¿por qué ahora no? Rápidamente me incorporé y fui a atender al misterioso visitante, no sin antes atusarme un poco la bata y desear con todas las fuerzas de mi ser que fuera Camino la que estuviera tras la puerta. En cuanto abrí, la sonrisa que llevaba preparada para recibirla se esfumó de inmediato. No era ella, era Felicia.

- ¿Qué hace usted aquí? –inquirí sin siquiera disimular mi decepción.

- Quería verla –me dijo con su habitual semblante serio.

Sin más remedio, le permití el paso al estudio y entre el silencio propio del momento tan tenso que yo presuponía que nos esperaba, las dos nos quedamos frente a frente esperando a que la otra dijera algo. Al final tuve que ser yo la que rompiera aquella incomodidad.

- ¿Qué quiere de mí? –pregunté.

- Que hablemos de mi hija –me dijo sin rodeos- Camino está mal, está muy mal, como hace tiempo que no estaba. Quería saber si ha pasado algo en sus clases que yo no sepa.

Aquella bomba me cayó sobre el alma. ¿Qué podía contestarle yo a Felicia que pudiera tranquilizarla? Nada. Yo tenía toda la culpa del estado de ánimo de la joven, de principio a fin. No podía contarle lógicamente lo que había pasado entre nosotras, pero tampoco tenía una argumentación que fuera coherente con su estado de ánimo. Y, al mismo tiempo, me causaba una pena profunda saber que yo había provocado aquel desanimo en ella.

- No ha ocurrido nada entre nosotras que allí haya podido alterar a Camino –mentí como buenamente pude.

- ¿Entonces a qué se debe ese comportamiento tan raro? Triste, indiferente a los demás.

Me dolía tanto que me reprochara ser la culpable de su estado de ánimo que tuve que irme para otro lado del estudio, a hacer como si trabajara o algo, y así evitar confrontar la realidad con Felicia. ¿Quién más iba a ser la causa de ese comportamiento que yo? Sin embargo, no quería que me viera afectada ante su conocimiento.

- No soy yo quien debería responder a eso –dije como método de defensa a sus ataques.

- Tampoco es usted tan ajena como pretender aparentar –me espetó y juro que sentí las palabras de Felicia como una daga en el corazón.

- Yo no pretendo aparentar nada, ¿por qué me habla así? –le contesté un tanto airada ante sus acusaciones.

- ¿Cree que no me percaté de la frialdad con la que se trataron en el restaurante? ¡Por el amor de Dios, si ni siquiera se miraron a la cara!

"Cállate"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora