33. Quien tiene un amigo tiene un tesoro

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Cinta me miraba en silencio esperando a que le diera mi autorización. Finalmente, aunque la idea de dejarla ahí parada se me cruzó por la mente, la invité a pasar. No sabía si Camino había reconocido por la voz de quién se trataba, pero confiaba en que se mantuviera escondida porque no tenía claro en qué grado me estaba visitando su amiga.

La hija de los Domínguez se metió hasta la sala y empezó a mirar de un lado a otro el contenido de mi estudio. Era la primera vez que estaba allí, por lo que supuse que le intrigaba todo lo que la sala albergaba. Tenía tantos nervios por aquella inesperada visita que ni le ofrecí sentarse, así que nos mantuvimos las dos de pie, una frente a la otra. Cinta me miraba seria, expectante, cuando era ella la que había venido a interrogarme. Mientras tanto, yo solo quería que soltara ya todo lo que tuviera que decirme, aunque no había que ser muy inteligente para suponer que era sobre Camino.

- Supongo que se estará preguntando qué hago aquí –dijo muy tranquilamente, pero sin cambiar ni un ápice su semblante serio.

- A decir verdad, sí. Me sorprende que hayas venido a verme –respondí intentando mantener la compostura y que no se notara que su presencia me ponía nerviosa.

- ¿No ha hablado con Camino? –me preguntó muy directamente.

- ¿Con Camino? –no supe qué responder: si negar la obviedad o mentir descaradamente, así que respondí con otra pregunta- ¿Por qué?

- Lo digo porque vengo del restaurante y no está ahí. Y pensé que podría estar aquí.

- ¿Entonces la vienes a buscar a ella? –continué con otra pregunta intentando ganar un tiempo que, por otro lado, me resultaba innecesario, puesto que prefería no abordar el tema directamente.

- No, quería hablar con usted -dijo tragando saliva y con mucha solemnidad- Hoy tuvimos una conversación, digamos, reveladora –sentenció mientras se quitaba el sombrero y lo dejaba junto a su bolso encima de una mesa- Aunque creo que usted se debe imaginar por dónde voy, ¿no?

Me tenía completamente descolocada. En los cinco minutos que llevaba conmigo no sabía discernir cuáles eran sus intenciones. Por un lado, me parecía que estaba molesta, como si fuera a reclamarme que hubiera pervertido a su joven amiga. Por otro lado, la veía lo suficientemente tranquila como para pensar que no iba a montarme un escándalo, pero no paraba de dar rodeos al tema y me estaba poniendo francamente nerviosa.

- Me puedo hacer una idea -dije divagando todavía más.

- Mire, doña Maite, no me voy a andar por las ramas, porque las dos sabemos de lo que estamos hablando aquí y me parece que no necesitamos formalidades –apuntó aligerando la presión de su semblante- Camino me ha contado la clase de... bueno... de relación que tienen ustedes.

- Comprendo –dije un tanto avergonzada- Y has venido a reclamarme, ¿no? –inquirí completamente convencida.

- No exactamente –aseveró y consiguió que su respuesta me provocara una sensación de inquietud y extrañeza.

- No te comprendo, Cinta –me sinceré.

- Mire, conozco a Camino desde que ella y su familia vinieron a este barrio. Y quiero que sepa, si no lo sabe ya, que no lo ha pasado nada bien en el pasado y que, en mi opinión, se merece todo lo bueno que pueda sucederle en este mundo. Ella tiene que ser feliz, ¿me comprende? –dijo mirándome fijamente a los ojos.

- En eso estamos más que de acuerdo, Cinta –le aseguré- Siempre he intentado que todo lo que hiciera fuera por su bien.

- Y si esa ha sido su intención desde el principio, ¿por qué empezar una relación como ésta si está condenada al sufrimiento? –me preguntó con gesto serio.

"Cállate"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora