Aquella tarde no esperaba su visita. Aunque ya era costumbre que, cuando mi mente más la echaba de menos, Camino apareciera intempestivamente para hacerme pensar que quizá tenía el poder de llamarla telepáticamente. Desde la exposición no habíamos tenido ocasión de vernos y no sabía cómo sería aquel encuentro tras los acontecimientos pasados. En cuanto se deshizo de todo cuanto llevaba, Camino se fundió conmigo en un fuerte abrazo y pude sentir cómo todos mis miedos y temores se esfumaban bajo el calor de sus brazos.
Adoraba hundirme en su cuello, respirar el aroma de su perfume, el olor de sus cabellos, disfrutar de la delicadeza de su piel y sentir su cuerpo pegado al mío. En sus brazos podía hallar el refugio que no encontraba cuando no estaba con ella. La extrañaba con una necesidad que me recorría cada poro de la piel.
Al escucharla decir que me había echado de menos, no reprimí mi necesidad de corresponder a ese sentimiento. Sin embargo, pronto se dio cuenta de que le estaba ocultando algo. Seguía extrañada de mi actitud el día de la exposición y sabía leerme tan bien que me daba miedo lo vulnerable que me sentía cuando lo hacía. Volví a negar la mayor, quitándole hierro e, incluso, asegurándole que no era nada de enjundia. No me creyó, como era natural. Me sentí emocionalmente acorralada en ese momento, no quería confesarle que me quemaban por dentro los celos, que me sentía insegura de un mozalbete de unos 25 años.
Temía que Camino pensara que no confiaba en ella ni en su amor, cuando, en realidad, lo que me preocupaba era que, al llegar Ildefonso a nuestras vidas, se desarrollaran unos acontecimientos que no pudiéramos evitar. Su forma de insistir, de obstinarse en conseguir lo que quería no me gustó para nada y, aunque Camino no era un trofeo por el que él y yo tuviéramos que competir, algo me decía que su presencia no se iba a ceñir solamente al mero encuentro que mantuvimos.
La evité marchando hacia la ventana, intentando no confesarle ninguno de mis temores por miedo a que pensara que estaba perdiendo el oremus. Pero yo ya había vivido esto anteriormente con Ángela y sabía que en cualquier momento una historia clandestina como la nuestra podría verse dinamitada por los designios de la sociedad en que vivíamos. Ella me siguió hasta la ventana intentando que le dijera la verdad. Y cuando finalmente reuní el valor, no fui capaz de aguantarle la mirada por miedo a que mis celos terminaran por decepcionarla. Consiguió al menos que le confesara mi aversión a Ildefonso y, cuanto más me apretaba las tuercas, yo más acorralada me sentía.
Finalmente, sucumbí a la presión y le confesé que no me gustaba cómo él la miraba a ella, porque, en realidad, él la observaba de la misma manera que yo solía hacer: completamente enamorada. Tan pronto le expuse mis argumentos, le volví a girar la cara para evitar cruzarme con su mirada. Tras mi confesión, Camino pareció comprender lo que trataba de decirle y, sin embargo, logró hacerme tambalear todas mis convicciones con un tremendo alegato final.
- Pero, ¿sabes una cosa? -me dijo acercándose a mí por la espalda y aferrándose fuerte a mi cintura.
- ¿Qué? -pregunté sucumbiendo a su contacto.
- Que entonces no me estaría mirando a mí, sino a ti. Porque tú eres lo más maravilloso de este mundo.
Fue entonces ella la que, con todo el amor del mundo y mediante una simple frase, consiguió disiparme todos los miedos. Por si no estuviera ya lo suficientemente entregada a su amor, Camino me besó con tal pasión que se llevó con sus labios cualquier atisbo de duda que pudiera quedarme. Todas mis inseguridades nacían del propio miedo y la desazón que me producía pensar que alguien más se diera cuenta de lo maravillosa que era. Porque seamos completamente francos: a ojos de la sociedad, entre Ildefonso y yo, ¿quién tenía más opciones de convertirse en el acompañante en la vida de Camino?
- Siento mucho cómo me he comportado -dije un tanto arrepentida- No quería ser brusca contigo, te lo aseguro. Sé que tú no tienes nada que ver en esto, Camino.
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"Cállate"
Fiksi Penggemar"Cómo una sola palabra puede cambiar el curso de una vida. Un momento, un instante y una forma de actuar marcada por unas simples sílabas. La palabra 'Cállate' marcaría mi destino para siempre, pero no solo una vez. La primera, para dejarme encerra...