5. Recuerdos del pasado

3.2K 145 19
                                    

Conforme los días iban pasando y mis clases con doña Maite avanzaban, más segura me sentía con el pincel en la mano. Estaba tan centrada en la pintura que había días que hasta soñaba con colocarme frente al lienzo. Tal y como me había asegurado mi mentora, lo artístico ocupaba todos mis pensamientos, de día y de noche. La jornada se me hacía eterna entre quehaceres mientras esperaba la hora de ir al estudio de doña Maite. Y, cuando me hallaba en él, el tiempo se me pasaba tan rápido que no quería irme de allí. Estaba tan a gusto entre lienzos y óleos que todo lo que había fuera de ese estudio me aburría soberanamente.

Por no hablar de la amistad que había entablado con mi profesora. Me encantaba escucharla hablar de casi cualquier tema. Su forma de expresarse, de acariciar las palabras con la voz y terminar cada frase con una sonrisa que endulzaba hasta una simple chanza me hacía querer seguir escuchándola. Tenía tanto saber y una visión tan interesante de cualquier aspecto de la vida que me hacía replantearme siempre muchas cosas. Nunca había conocido a alguien como ella, capaz de tener un pensamiento tan progresista y, al mismo tiempo, de hacerme reflexionar a cada palabra que emanaba de sus labios.

Me sentía tan agradecida que me decidí a hacerle un retrato, como regalo y forma de expresarle lo encantada que estaba con sus clases. Me llevó harto tiempo hacerlo porque siempre que estaba segura de haberlo terminado, sentía que alguna de las líneas de aquel boceto no le hacía justicia al rostro de doña Maite. Sin embargo, he de reconocer que no me hizo falta mucho trabajo para reproducir su retrato. Conocía casi a la perfección cada una de las líneas de su rostro ya que, cuando ella no se daba cuenta, yo me quedaba mirándola en silencio, analizando su belleza. Porque, si algo había de reconocer, era que doña Maite era muy atractiva, y una parte de mí deseaba ser como ella, tener esa seguridad en la vida y hablar con la misma inteligencia que lo hacía ella.

Cuando tuve la ocasión de darle el retrato, me entristecí al ver su expresión. No le había gustado, seguro. Se quedó parada, en silencio, diría que hasta nerviosa. Seguramente no se atrevía a herir mis sentimientos diciéndome que aquel retrato no era más que un garabato infantil y sinsentido. Nada más lejos de la realidad. Me aseguró que no era eso, sino más bien que ella no se veía reflejada en semejante mujer tan bella. ¿Estaba ciega acaso? ¿Cómo no podía darse cuenta de lo preciosa que era? Aquello me hizo verla de otra manera muy diferente a como me tenía acostumbrada. Doña Maite no era esa mujer segura que aparentaba, sino todo lo contrario. Tenía miedos e inseguridades como todas nosotras. Pero, ¿por qué? ¿Es que no era capaz de verse más allá? O, mejor dicho: ¿no era capaz de verla como la veía yo?

***

Andaba yo liada en mis quehaceres cuando Emilio me mandó a la tienda de Lolita a ayudar a madre con las compras que le hacían falta para el restaurante. Al llegar, me quedé un poco parada antes de cruzar el marco de la puerta, pues escuché que Lolita y ella estaban hablando de doña Maite y no es que a mí me gustara fisgonear precisamente, pero me interesaba mucho saber el tema de conversación que mantenían sobre mi profesora.

- No me cuadraba a mí que la señorita Maite, tan segura y tan moderna, pudiera haber sufrido mal de amores –aseguró Lolita mientras mi cabeza se ponía en alerta.

- El desamor no entiende de modernidades ni de clases sociales –decía mi madre- Nadie se libra de ese mal, Lolita.

- Pues claro que sí, doña Felicia.

- ¡Buenas! –dije incluyéndome en esa conversación que me interesaba escuchar de primera mano- ¿Qué hablaban de Maite?

- Ehm, bueno, nada, hija, que todos tenemos un pasado –dijo mi madre quitándole importancia a una conversación que a mí me resultaba tan trascendental.

"Cállate"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora