41. Daños colaterales

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Menuda semana de estrés llevaba con los últimos preparativos de la galería. Don Liberto me visitaba día sí, día también en el estudio y yo di gracias a que ninguna de sus visitas coincidiera en el tiempo con la presencia de Camino allí. Afortunadamente, mi joven alumna terminó antes de lo esperado mi retrato y pude incluirlo finalmente en la exposición, tal y como había ideado.

Seguía maravillándome la calidad de su cuadro. No podía expresar con palabras lo que significaba para mí ver a Camino retratar de esa manera lo que yo representaba para ella. Porque más allá de que aquello fuera un lienzo impresionista de gran calidad, el hecho de que se tratara de un compendio de todas las cosas que admiraba de mí me hacía sentirme halagada y enamorada a partes iguales.

A medida que se acercaba el momento de exponer, el miedo se iba haciendo patente en mí. No porque tuviera temor ante mi exposición, sino por cómo reaccionaría Camino al ver que se me había ocurrido mostrar el público una obra tan íntima como aquella. Supuse que lo entendería, que comprendería que todo era parte de un plan orquestado entre don Manuel y yo para darle voz a sus obras y lograr que su madre accediera a dejarla pintar de nuevo. Sin embargo, al ver el contenido del lienzo estaba jugando con fuego, puesto que, si llegara a trascender que Camino era la autora, estaríamos en serios problemas.

De cualquier manera, si habíamos llegado hasta ahí, no había posibilidad de volver atrás. Teníamos que jugárnoslo todo a una sola carta y yo estaba segura de que, en cuando Felicia viera que el talento de Camino podía ser equiparado al mío propio y podía conllevarle beneficios económicos, sus reticencias acabarían por disiparse. El resto solamente eran daños colaterales que estábamos dispuestas a subsanar. Sin embargo, todavía no era consciente de todas las consecuencias que nos traería aquel maravilloso plan.

***

La exposición estaba siendo todo un éxito. La mayoría de los asistentes me profesaban comentarios de lo más halagüeños y ya había concedido alguna pequeña entrevista a algún periodista interesado en comentar mi obra en la prensa. Todo lo positivo de aquella exposición contrastaba con la cara de mis vecinos. Los habitantes de Acacias no eran precisamente expertos en disimular la turbación y, por sus semblantes contrariados, era capaz de adivinar que no les estaba haciendo mucha gracia el contenido de mi obra.

Pero, mientras iba atendiendo a unos y a otros, a la que no lograba encontrar entre el gentío era a Camino. Necesitaba saber cuál había sido su reacción ante el descubrimiento de su cuadro colgado al final de la exposición, pero ni rastro de ella. Solamente pude divisar a lo lejos a Lolita y Antoñito acompañados por doña Carmen y don Ramón, quienes me saludaron amablemente desde la distancia.

En cuanto logré deshacerme del último periodista, fui en busca de don Liberto para cotejar con él los buenos resultados de nuestro proyecto en común. Lo encontré charlando animadamente con don José, que también me felicitó vehemente a pesar de que yo sospechaba que el hombre no entendía demasiado de arte.

- ¿Cómo está yendo todo? –inquirí sin dejar de buscarla entre la gente.

- ¡Muy bien, doña Maite! La gente está emocionada. He de decirle que no me esperaba que tuviera tan buen recibimiento.

- ¿Dudaba de mi obra? –pregunté con una sonrisa.

- ¡Para nada! –se sinceró- Pero usted sabe que España no es precisamente el culmen de la modernidad. Ya me entiende.

- Los tiempos están cambiando, don Liberto, y tenemos que aceptar las nuevas corrientes que llegan desde Europa –dije volviéndome a él por primera vez.

- No dudo de que habrá cambios en España en los próximos años, pero entienda que esos cambios van a ser difíciles de implantar. La mentalidad de este país es muy tradicional, doña Maite –me aseguró.

"Cállate"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora