34. Aliados

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No podía creer que Cinta estuviera en casa de Maite. La cabeza me gritaba prudencia, mientras que los nervios me decían que saliera a pedirle explicaciones. No era normal que hubiera aparecido por que sí, cuando nunca había tenido algún tipo de relación con ella. Mis temores me decían que Maite estaba a punto de verse envuelta en un encontronazo por mi culpa y yo, mientras tanto, no podía más que esperar tras la puerta, escuchando y tratando de no intervenir.

A medida que avanzaba la conversación, Cinta iba explicándole a Maite qué era lo que no conseguía entender de nuestra relación. Mi amiga estaba juzgando tan a la ligera mis sentimientos que comencé a sentir una impotencia terrible. Maite, mientras tanto, trataba de hacerle entender, con buenas palabras como siempre había hecho, que no había nada de malo en amarnos como lo hacíamos. Escuchándola hablar defendiendo a capa y espada nuestro amor, la impotencia se iba transformando en un orgullo y admiración todavía más grande hacia mi amada profesora.

Conforme Maite iba explicándole cómo nos habíamos enamorado, Cinta comenzó a claudicar y su frase asegurándole que solo se preocupaba por mi bienestar empezó a tornarse en una oda a la culpabilidad. Sin verla, podía notar que la voz de mi amiga titubeaba frente a la firmeza de las palabras de Maite, quien continuaba con su apología de nuestra historia de amor. Las lágrimas iban brotando de mis ojos mientras mis pies decidieron por mí hacerme salir de mi escondite y llevarme hasta la puerta de la sala. Mi amiga no había reparado en mi presencia cuando empezó a decir que seguramente no había obrado bien conmigo. Aquello me hizo quebrarme del todo al comprobar que, de alguna manera, Cinta estaba empezando a comprenderme y, quizá, a respetarme. De pronto, la mirada de Maite se cruzó con la mía sin que mi amiga se diera cuenta y yo solamente podía llorar de emoción al ver a Cinta mostrarse de aquella manera.

- ¿Y por qué no se lo dices tú misma? –dijo Maite señalándome con la mirada, lo que propició que Cinta se girara y me viera contemplarla en la distancia.

Durante un instante nos quedamos paradas sin saber qué decir hasta que, finalmente, nos fundimos en un abrazo lleno de perdones y disculpas, dejando a un lado la culpabilidad que ambas habíamos llegado a sentir. No sé en qué momento, Maite se marchó de la sala, pero, en cuanto me solté del abrazo de Cinta, me percaté de que nos había dejado la intimidad suficiente para que tuviéramos esa conversación tan necesaria.

- Lo siento mucho, Camino –se atrevió a decir mi amiga con lágrimas en los ojos- No he sabido reaccionar... yo, de verdad que lo siento.

- Yo también quiero que me perdones. Tenía que haber confiado más en ti, pero no sabía cómo reaccionarías y tuve miedo –aseguré.

- Lo sé, no es un tema fácil de compartir y siento haberte presionado para hacerlo –dijo enjugándose las lágrimas- Mira, puede que yo no entienda muy bien qué es lo que sentís, pero Maite me ha ayudado a comprender que no necesitas más piedras en tu camino. Bastante complicado va a ser ya –aseveró con relativa compasión.

- Supongo que lo hacías por mi bien –dije ahora siendo yo la que se retiraba las lágrimas de sus mejillas- Que en realidad solo querías protegerme, ¿no?

- Siempre, Camino, yo solo quería que entendieras que tu bienestar es lo que más me preocupa –dijo cogiéndome de las manos- No quiero que te hagan daño.

- Y te lo agradezco, de verdad que sí. Sé lo difícil que es comprender nuestra situación, pero Maite no me hará daño, Cinta. Ella me ama –afirmé emocionada al poder decir libremente en voz alta lo que sentía por mí.

- Maite tal vez no, pero la sociedad sí –aseguró un poco inquieta- Prométeme que tendrás cuidado, amiga, por favor.

- No te preocupes, Cinta, iremos con mucho cuidado. Te lo prometo –sentencié con firmeza- Entonces, ¿cuento contigo?

"Cállate"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora