18. Un halago inesperado

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Ahora que Maite y yo habíamos arreglado nuestras diferencias y que sabía que se quedaría finalmente en Acacias, yo era la persona más feliz sobre la faz de la Tierra. Mi estado de humor había cambiado radicalmente. Y madre y mi hermano no salían de su asombro al ver que la apatía al fin había sido desterrada de mi día a día. Los clientes alababan los servicios que les prestaba y a mí todo me parecía un lugar mejor. En resumidas cuentas, había vuelto a ser la Camino de antes, pero con un punto más feliz. Y ese detalle era el que yo más me esforzaba por ocultar a la gente, tal y como Maite me había aconsejado.

Sin embargo, había un aspecto en todo este asunto que me tenía un poco en ascuas: la forma en que Maite y yo nos veríamos sin que se enterara mi madre. Yo estaba dispuesta a lo que hiciera falta con tal de poder vernos, aunque fuera un rato cada día, pero me molestaba muchísimo que mi madre se empeñara en impedirme pintar. Me pasaba el día ideando excusas o recados con los que escabullirme el tiempo suficiente para pasar por el estudio de Maite y verla aunque fuera un momento. Aun así, decidí tener templanza y hacerle caso a ella en lo de no dejarme llevar por mis impulsos, especialmente frente a mi madre. Maite siempre había sido muy inteligente cuando quería obtener algo de ella, ya me lo demostró cuando se las ingenió para agradarla con mi retrato y que cejara en su intento de impedirme pintar. Así que debía hacerle caso y calmar mis ansias en la medida de lo posible, aunque, para ser sincera, me costaba mucho trabajo no pensar a todas horas en ella y desear volver a tocar su piel.

- Buenos días, señorita, ¿me pone un café? –me preguntó un caballero al que yo no recordaba haber visto por el barrio.

- Sí, enseguida –le contesté mientras vi que se acomodaba en la barra, muy cerca de donde madre estaba haciendo el inventario.

- ¡Vaya! –dijo con gesto de sorpresa al echar un vistazo al restaurante- Qué sitio tan bonito este. Nunca había estado por aquí –espetó el forastero.

- ¿No es de este barrio? –pregunté tendiéndole su bebida.

- No, solo estoy aquí de visita –respondió mientras degustaba su taza y noté que mi madre permanecía impertérrita mientras el hombre y yo dialogábamos como si tal cosa- Pero hace un frío terrible y he pensado que un café podría calentarme el cuerpo y el alma -dijo con alegría.

- ¡Eso está bien! Pues espero que le guste mucho Acacias y que disfrute de su estancia con nosotros –le dije amablemente con una sonrisa.

- Seguro que sí, tiene pinta de ser muy pintoresco –contestó al tiempo que se volvía de nuevo para echar un vistazo al local.

De pronto, su mirada fue a posarse en lugar concreto del restaurante. Quedó tan sorprendido con lo que parecía haber divisado desde la distancia que se acercó a observarlo con mucho interés. Yo, todavía tras la barra, lo seguía con la mirada, en silencio, sin comprender qué podía haber visto de sorprendente aquel hombre en aquella pared de nuestro restaurante.

- ¿Qué es esta maravilla? –dijo el desconocido ante el retrato que había pintado de mi madre.

- Ehm, bueno, es un cuadro –contesté en el colmo de la elocuencia y entonces vi que madre había dejado el cuaderno para mirar a qué se estaba refiriendo el hombre.

- No, si eso ya lo veo... -respondió con una sonrisa y todavía en fase de éxtasis, como Santa Teresa- Pero, ¿quién es el autor? Porque es usted la retratada, ¿verdad? –le inquirió a mi madre que no salía de su asombro ante tal escena.

- Sí, sí, soy yo misma –contestó- El retrato lo hizo mi hija Camino –respondió volviéndose hacia mi con total tranquilidad.

- ¿Es usted la autora, joven? ¡Qué barbaridad! Permítame decirle que tiene un talento increíble para la pintura -afirmó- Las formas, el realismo, la calidad de las pinceladas... -hablaba con tal pasión que me parecía estar escuchando a Maite y no a un desconocido que había entrado a tomarse un café al restaurante.

"Cállate"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora