4. ¿Qué estás haciendo, Maite?

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Desde que Camino empezó a dar las clases, los días se me hacían más amenos y cortos. Me pasaba horas pensando cuál sería la siguiente lección que iba a aprender. Aquella joven tímida y retraída era una esponja y escuchaba cada una de mis enseñanzas con verdadero interés. Su talento era tan desmesurado y sus posibilidades tan amplias que me encantaba verla exprimir todo el conocimiento que le aportaba plasmándolo grácilmente en cada pincelada.

Por otro lado, estaba segura de que ella se sentía feliz de tomar aquellas clases, pues cada vez llegaba antes de su hora y, con frecuencia, tenía que recordarle que la lección había terminado para que se marchara a casa. En ocasiones, nos quedábamos charlando después de cada clase, sobre arte, sobre el barrio, cualquier tema podía ocuparnos hasta casi la hora en que tenía que regresar al restaurante. A pesar de su juventud y cierta inexperiencia, Camino tenía buen tema de conversación, una inteligencia emocional enorme y un sentido del humor envidiable. Todas sus cualidades me hacían reír y no podía negar que disfrutaba de su compañía. A su lado, podía sobrellevar mejor la soledad que me invadía el resto del día.

Una de aquellas jornadas, decidí dar un giro a nuestras clases. En realidad, no sabía cómo se lo tomaría, pero me apetecía mucho cambiar la dinámica habitual y, además, no sabía por qué, pero quería sorprenderla y sacarla de su zona de confort.

- ¡Vaya! ¡Qué pronto has llegado hoy! –afirmé como si fuera novedad, aunque, en realidad, ya se había vuelto una costumbre.

- No podía aguantarme las ganas de ponerme delante del lienzo –me dijo un poco sonrojada.

- Eso es que te están gustando las clases –apunté sonriente y un tanto orgullosa al ver que mis lecciones estaban estimulándola.

- No puede hacerse una idea de cuánto –se paró y me miró por un segundo con una calidez que me llegó muy dentro- Creo que he encontrado la verdadera vocación de mi vida. Me pasaría el día entero en clase.

Aquella afirmación me llenó de emoción. Definitivamente, con mis clases había logrado encauzar la pasión por la pintura de Camino. No sólo conseguí llenar su cabeza de técnica y conceptos artísticos, sino también dotar su alma de inquietudes. No podía sentirme más orgullosa de ella.

- A mí me pasa lo mismo, a veces hasta sueño que descubro colores nuevos –aseguré mientras ella volvía su vista al lienzo en blanco- Y para celebrarlo, hoy vamos a dar una clase diferente.

- ¿Diferente? –preguntó mientras me miraba con una luz radiante que le brotaba de los ojos- ¿Qué vamos a pintar?

- Nada, deja los pinceles que nos vamos. Voy a llevarte a un sitio muy especial.

- ¿Y dónde vamos? –me preguntó algo sorprendida.

- Donde están los más grandes: al museo. ¿Has estado alguna vez?

Noté que la idea la había dejado turbada. Sabía que le gustaría la salida, pero algo me decía que le daba cierto reparo ir al museo. Pronto supe por qué y me sentí mal por no haber pensado en ese detalle. Para entrar al Prado había que seguir un estricto código de vestimenta. Y Camino no llevaba sus mejores galas precisamente. No es que yo tuviera reparos en su forma de vestir, pero la realidad era que así no la iban a dejar entrar. Me llegó a decir que cambiáramos el día de visita, pero yo me había empeñado en acudir aquel día, así que pronto se me ocurrió una idea para terminar saliéndome con la mía.

- No te preocupes, voy a por alguno de mis vestidos, seguro que podemos hacer algo. Recoge las cosas mientras yo te lo traigo.

No tardé ni dos minutos en volver con uno de mis vestidos favoritos. No sabía si mis prendas encajarían en su figura, puesto que mi silueta no se parecía a la suya, pero era difícil que algo no le pudiera quedar bien a Camino. Lo extendí sobre su cuerpo y comprobé que el modelo iba a la perfección con sus líneas, que, por otra parte, eran casi perfectas.

"Cállate"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora