60. Con las cartas sobre la mesa

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Si aquello que estaba viviendo no era una pesadilla, se le parecía mucho. Comencé a notar unos sudores fríos recorriéndome la espalda. La respiración se me agitó considerablemente y empecé a experimentar una sensación de inestabilidad. Mientras todo esto sucedía, Ildefonso me miraba en silencio, sin mostrar siquiera un sentimiento que me hiciera pensar que nos había descubierto o, si fuera así, poder adivinar cuál era su opinión al respecto. Seguía teniendo miedo de preguntar. No estaba segura de querer saber más, pero la curiosidad acabó tirando de mí y tuve que hacerle la cuestión que tanto trabajo me costaba.

- ¿Y entró? –pregunté en un susurro, aunque sospechaba que la respuesta ya me la había medio dado cuando había dicho que no terminó por disculparse.

- Sí –se limitó a decir.

- ¿Hasta dónde entró? –inquirí nuevamente sin darle demasiada información por si no había llegado a ver nada.

- Hasta la puerta de la sala –espetó con cierto reparo y noté que se erguía en señal de incomodidad.

Casi me da un síncope en ese mismo instante. No me estaba poniendo las cosas fáciles, estaba dando muchas vueltas al tema y no iba derecho a la cuestión de qué había presenciado. Hubiera preferido que acabara con aquella agonía y hubiera dicho claramente: "Sí, las vi, besándose. Y ahora las voy a denunciar y las apresarán". Hubiera sido más rápido y menos indoloro que estar estirando la cuerda para sacarle todas las palabras una por una. Pero, por otro lado, una parte de mí no quería creer que lo hubiera visto, prefería no tener esa constancia y no atestiguar que el fin de nuestra relación pudiera estar cerca. El corazón me iba más deprisa que nunca e Ildefonso seguía en su misión de encogerme el estómago a medida que se desarrollaba esa inusitada conversación.

- Por favor, Ildefonso, le pido que sea claro. Diga ya de una vez todo, porque estoy a punto de sufrir un colapso –le rogué al tiempo que cerré los ojos deseando que todo aquello fuera un mal sueño.

- Tiene razón, disculpe. Es que no es fácil para mí tampoco tratar este asunto –dijo jugando de nuevo con su sombrero.

- Imagínese para mí –apostillé en un momento de nervios.

- Las vi juntas –dijo después de tragar saliva y lo soltó de corrillo, sin masticarlo- A doña Maite y a usted –aclaró como si hubiera alguien más a quien pudiera haber visto entre esas cuatro paredes- Besándose –añadió en susurro casi inaudible- Que le repito que no tenía que haber entrado, pero la puerta estaba abierta y al no escuchar nada decidí pasar... -empezó a divagar con excusas, pero yo ya no le escuchaba.

Ahí estaba, confirmación oficial. Por si no tuviéramos bastante, Ildefonso nos había cogido en un renuncio. Ahora era yo la que estaba hecha un mar de dudas. Si nos había visto, ¿qué podíamos hacer? ¿Guardaría el secreto o nos denunciaría? Y, de ser así, ¿por qué venir a contármelo? Tenía tantas incógnitas en la cabeza que me iba a estallar. Sentí que las fuerzas escapaban de mí, que las piernas me flaqueaban producto de la tensión y los nervios del momento.

- Mire, Ildefonso yo... No sé cómo explicarle.

- No me tiene que explicar nada –dijo cabizbajo y bastante serio- No es necesario.

- Pero quiero que comprenda que lo que vio...

- Sé perfectamente lo que vi, Camino, se lo aseguro. No tiene que darme explicaciones.

- Pero...

- ¡Bueno, ya estoy de vuelta! –dijo mi madre entrando intempestivamente de la terraza mientras yo maldecía no poder mandarla a paseo- Camino, hija, ¿no le has ofrecido nada a Ildefonso?

"Cállate"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora