13. Oscuridad

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Mi ánimo cambió exponencialmente en cuanto doña Maite volvió a pisar Acacias. Estaba como en una nube y no sólo mi madre lo había notado, sino yo misma me encontraba mejor trabajando. Solo contaba las horas para volver al estudio y, francamente, se me estaba haciendo eterno el día, pero lo llevaba con mejor humor que hasta ahora. En mi cabeza solo pasaba una frase: la recompensa es mayor que la espera. De aquello no había duda.

Sin embargo, a pesar de la alegría que me produjo volver a ver a mi maestra, algo en mi interior me decía que no todo iba a ser de color de rosa. No sabría explicarlo, pero me parecía que doña Maite me estaba evitando de alguna manera. Y aquello me daba un pequeñísimo halo de inseguridad, porque me hubiera encantado que tuviera tantas ganas como yo de encontrarnos después de todo este tiempo. Sea como fuere, yo no quería preocuparme de más y, cuando dejé mis labores en el restaurante, me vestí con mis mejores galas para encontrarme con ella. Me moría de ganas por vernos a solas, por pintar con ella, por mirarla durante horas y, desde luego, me moría por besarla de nuevo. Aunque, sinceramente, no esperaba que aquello volviera a pasar.

- ¡Camino! –me requirió mi madre cuando yo estaba por ir al estudio- ¿Dónde vas tan elegante y con esa sonrisa tan bella? - "Madre, madre, ¿ya estamos de sabueso otra vez?", pensé.

- A mi clase con Maite –dije con total sinceridad.

- Parece que te has arreglado para tener una cita con un apuesto galán y no para ir a pintar un rato- "Bueno, a ver, para tener una cita quizá, lo del galán ya si eso en otro momento"

- Es que luego había pensado en ir a dar un paseo después de las clases –afirmé con esa agilidad mental que me caracterizaba.

- Ya decía yo –me dijo complacida, como si hubiera descubierto América en ese instante- ¿Y a quién te esperas encontrar en ese paseo?

- A nadie, madre, no sé a quién se refiere- "Luego decía que la que estaba rara era yo..."

- Yo creo que lo sabes perfectamente –me dijo y pude confirmar que se le había metido algo de enjundia en la sesera, pero no sabía el qué- Aguarda, mira quién va a entrar ahora a la mantequería –me señaló con cierta expectación.

- El representante de vinos, ¿y qué? –le contesté con incredulidad.

- Que igual luego se pasa por el restaurante –"¡Pues vaya cosa! Estaba yo ahora para vinos, cuando tenía la cabeza en otro lado"

- ¿Puede atenderlo usted, madre? –le supliqué.

- Pensé que te gustaría hacerlo a ti, hija, así puedes saludarle –definitivamente yo no entendía qué bicho le había picado a mi madre hoy, primero la cita y ahora el de los vinos...

- Ya le saludé el otro día, además que hoy voy con prisa –dije con ganas de irme ya al estudio.

- ¿A qué tanta prisa? ¿Qué más da un minuto más o menos? Maite puede esperar a empezar la clase – "Ah, no, eso sí que no... Aquí ya se ha esperado bastante, madre"

- Lo sé, lo sé –mentí- Además, que ese muchacho habla por los codos. Es un pesado. Emilio sabe los vinos que nos hacen falta, puede atenderlo él perfectamente –sentencié zanjando aquel extraño tema por completo y, tras darle un beso a mi madre en la mejilla, me fui corriendo a ver a doña Maite.

Seguía sin comprender qué se traía entre manos mi madre con el de los vinos, pero no estaba tampoco para pensar en aquello ahora. Quería llegar cuanto antes a verla, no podía esperar más. Y mucho menos iba a posponer ni un minuto de mi estancia en el estudio por hablar con un tipo que no se callaría ni bajo del agua.

"Cállate"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora