66. Mate

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En cuanto dijo aquella frase, mi cerebro se desconectó por completo de la conversación. Sentí cómo mi rostro palidecía y me desencajaba del todo. La tensión arterial se me volvía a disparar como en instantes atrás. Aquella amenaza no podía ir en serio. Felicia había puesto trabas a mi relación con Camino de todas las formas y colores, desde no dejarla pintar hasta no dejarme instruirla o hablar con ella de ciertos temas. Me desdeñaba como el que desdeña a su peor enemigo, pero no imaginé que aquel odio que me tenía fuera capaz de lanzarlo también en contra de su hija.

- ¿Sería capaz de acusar públicamente a su propia hija? –le espeté con una mirada desafiante.

- No me ponga a prueba.

- ¿Sería capaz de enviarla a la cárcel antes que dejarla a hacer lo que quiere? –insistí.

- Sería capaz de cualquier cosa para alejarla de usted –contestó como si aquello no fuera de extrema gravedad.

- ¿Es que no tiene un poco de corazón? –pregunté de nuevo- ¿No le importa el sufrimiento o la felicidad de su hija?

- ¡Cállese, ramera! –bramó- No se atreva a juzgarme usted cuando su comportamiento con ella ha sido tan asqueroso.

- Tal vez usted no comprenda lo que es el amor, doña Felicia, pero yo no he hecho otra cosa más que amar a su hija con todo mi corazón.

- No venga a darme lecciones de moralidad precisamente usted –me dijo desviándome la mirada con expresión de contrariedad- ¡Usted no sabe lo que es el amor!

- Sí, si lo sé. A diferencia de usted yo sé lo que es querer a alguien sin condiciones –le espeté- Porque traté de alejarme de ella, se lo juro que lo traté, aun sabiendo que aquello nos hacía más daño... ¡Pero fue imposible! Teníamos que amarnos.

- ¡Cállese, le digo! No vuelva a decir semejante desfachatez delante de mí y ni se le ocurra pensar que yo no quiero a mi hija. ¡Lo hago todo por ella! –me respondió.

- ¿En serio? –inquirí- Mire, doña Felicia, yo entiendo que usted es una mujer de otra época, incluso yo misma la he defendido en muchas ocasiones, pero no me diga que quiere a su hija si estaría dispuesta a denunciarla –apostillé con severidad.

- Usted no es madre, no sabe lo que es querer a un hijo con la fuerza de un cariño que te nace de dentro, de las entrañas. No sabe lo que es cuidarlo desde que es un bebé, darle todo lo que tienes hasta el punto de sacrificarte por él para tratar de que tenga un futuro mejor –me dijo de forma desafiante- No sabe lo que es llorar con él, reír con él, sacarte el mendrugo de la boca para ponérselo en la suya y tratar de que no cometa errores para que tenga una buena vida. Si eso no es amor, ya me dirá usted qué es –me dijo finalmente.

- Tiene razón, doña Felicia, yo no soy madre. No puedo comparar su amor con el mío, pero estamos hablando de la felicidad de Camino. Y una madre siempre quiere que su hija sea feliz. Que tenga una buena vida lo comprendo, pero, ¿a costa de romper sus sueños? ¿De alejarla de todo cuanto anhela? –inquirí- Puede que yo no sea madre como usted, pero sería capaz de todo por proteger a Camino. Por intentar que fuera feliz, que se sintiera realizada haciendo lo que desea. Aunque yo no formara parte de su felicidad, sería capaz de hacer lo que estuviera en mi mano para que lo lograra. –Felicia me contemplaba en silencio mientras yo hacía el alegato de amor más sincero de mi vida- Eso es amor para mí. –recalqué en un intento de que reconsiderara su amenaza.

- Pues si tanto la ama como dice, váyase de aquí y no vuelva nunca más –me espetó a escasos centímetros de mi cara- De lo contrario, aténgase a las consecuencias.

No dijo más que eso, me volvió a mirar con una expresión de profundo odio y salió de mi estudió llevándome de un empujón por el camino. Me sentía en un callejón sin salida. Ahora que tan bien estábamos Camino y yo, que estábamos empezando a imaginar cómo sería un futuro artístico para ella, venía Felicia a rompernos nuestros sueños delante de las narices. Tan enfadada estaba que lancé al suelo los botes de pintura que encontré más cerca de mí.

"Cállate"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora