71. Desde París con amor

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Desde el mismo instante en que el tren comenzó su recorrido, me embargó una sensación de vacío absoluta. Me pasé todo el viaje mirando por la ventana y pensando en si estaba haciendo lo correcto. Durante el trayecto, mi cuaderno de pintura fue el único acompañante que tuve y, a ratos, pensé en utilizarlo como terapia de redención de mi propia actitud. Dejé volar mis manos sobre el papel intentando plasmar alguno de los paisajes que me iba encontrando a mi paso. Sin embargo, no me sentía a gusto con lo que iba reflejando a través del dibujo y, sin fuerzas para ello, desistí y me puse a contemplar mis últimas obras.

Y ahí estaba ella, emergiendo nuevamente y saliendo de mi mente para aparecérseme sobre el papel. Aquellos últimos bocetos suyos, tomados desde la mesa del restaurante, era lo que me quedaba de Camino para poder contemplarla cuando me hiciera falta. Era tan hermosa. Podía pasarme horas mirándola y no dejar de maravillarme por cada uno de los rasgos de su rostro. Acaricié el papel intentando sentir lo mismo que cuando podía tocar su piel. Imposible. Cuando se ha tocado el cielo con la punta de los dedos es imposible sentir lo mismo con un boceto.

Cerré el cuaderno y lo dejé reposar sobre el asiento vacío que tenía a mi lado. Seguidamente, me eché la mano al bolsillo y saqué de él una pequeña bolsita blanca. De dentro de la misma extraje un pequeño trozo de tela de color rojo. Me quedé absorta mirándolo durante unos instantes. Aquel lazo rojo se vendría conmigo a París para recordarme durante el resto de mi existencia la unión que existía entre ella y yo. Y es que ese pequeño objeto, que podía parecer insignificante a ojos de cualquier mortal, para mí simbolizaba la historia de mi amor con Camino.

Estuve tentada a enviárselo al restaurante con Casilda, pero, en su lugar, me decidí por mandarle el boceto que replicaba su obra. Quería que, de alguna manera, tuviera un recuerdo alegre de mí, que pensara que podríamos volver a reencontrarnos. Como si aquel cuadro que pintó no hubiera sido en vano, sino una premonición real de lo que podría llegar a ser nuestro futuro, de lo que podría ser nuestra felicidad. Tal vez no fue coherente enviárselo, pero no podía soportar la idea de que pensara que no la había tenido en cuenta para tomar aquella decisión cuando, en realidad, solo pensaba en ella al alejarme de su lado. "En esta vida o en la siguiente", grabé de mi puño y letra detrás. Porque era innegable que yo no iba a poder olvidarla nunca, que se me había grabado tan fuertemente en el alma y en el corazón que podrían haber pasado miles de vidas y siempre estaría unida a ella.

Cerré los ojos y tomé aire profundamente. "Ojalá habernos conocido en otras circunstancias, Camino", me dije. "Donde nadie hubiera sido capaz de ponernos trabas a nuestro amor. Tal vez hubiéramos tenido que vivir a escondidas, sí, pero sin inquinas y malas artes de quienes nos querían separar". No sabía qué me esperaría en París a mi llegada, pero de lo que estaba realmente convencida es de que nada volvería a ser igual. Acacias había sido un lugar de huida para mí. Para alejarme de la vida que estaba viviendo en París, para dejar a un lado mis convicciones que tanto desdeñaba mi familia. Y, sin embargo, aquel variopinto barrio de Madrid no sólo no me hizo reconducir mi camino como se esperaba de mí, sino que me potenció todavía más en la creencia de que jamás iba a poder ser de otra manera. Así era yo, Maite Zaldúa, artista, liberal, sufragista y, por encima de todo, una apasionada de las mujeres. Pero, especialmente de una, la más importante de toda mi vida.

***

A mi llegada a la capital parisina, me encontré con mi buen amigo don Manuel, que venía a recogerme a la estación y a ayudarme con el traslado de enseres. En cuanto me reuní con él, se mitigó ligeramente esa sensación de desazón que me venía acompañando desde España.

- Bonsoir, Maite –me dijo sonriente como siempre- ¿Qué tal el viaje?

- Bonsoir, amigo –le correspondí abrazándolo cariñosamente- Largo y extenuante.

"Cállate"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora