64. Tempestad

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Aquel sábado por la mañana no me esperaba que Maite fuera a verme al restaurante. Portaba consigo su cuaderno de dibujo y una gran sonrisa que me hicieron casi desfallecer en cuanto la vi parada frente a mí mirándome fijamente. Tras unos momentos de complicidad, la invité a pasar a tomar un café y le mostré mi tristeza al ver que Emilio y Cinta estaban haciendo todo lo que a mí me hubiera gustado hacer con ella: preparar su boda. Llevaba días fantaseando con aquella idea como si en un remoto futuro pudiera suceder aquello.

Maite siempre me decía que era una ingenua al pensar que en algún momento la sociedad o, incluso, la Iglesia, pudiera ver con buenos ojos una unión como la nuestra. Yo había llegado ya a un punto en que lo que pensara la religión sobre mi amor con Maite me parecía completamente prescindible. A sabiendas de que no iba a poder formalizar nunca mi amor ante los ojos de Dios, no dejaba de fantasear con una hipotética unión ante los ojos de los hombres. Igualmente, era consciente de que aquello era prácticamente imposible para nosotras, pero no por ello dejaba de imaginarlo con total nitidez.

A pesar de esta eventualidad, continué con mi trabajo mientras ella dibujaba en su cuaderno. Maite no solía dejarme verla mientras trabajaba, pero aquel día la hallé más abierta que nunca en ese aspecto conmigo y me hubiera gustado saber qué la impulsó a mostrarse de aquella manera. Sin embargo, había costumbres que sí se mantenían, como el que no me dejara contemplar lo que pintaba hasta que no estuviera acabado. Y aunque no me permitiera ver lo que hacía, me gustaba que siguiera manteniendo la esencia mística de la Maite que conocí.

Pronto se nos acabó el momento de complicidad cuando llegó mi madre de sus recados. Maite cerró el cuaderno de inmediato y ésta casi que ignoró su presencia, limitándose solamente a saludarla con excesiva simpleza. Fue entonces cuando vi que Maite se incorporaba hacia nosotras para tratar un tema de enjundia.

Mientras ella exponía las ventajosas transacciones de la exposición de sus obras, mi madre la miraba como si cada palabra pronunciada se le estuviera atravesando. Y entonces llegó el momento culmen del asunto, que no fue otro que Maite sacando un cheque y extendiéndoselo a mi madre. Era para mí, como muestra de que mi talento había logrado que alguien se interesara en adquirir una de mis obras.

Todavía sin conseguir salir de mi asombro, miré la guerra sin armas que estaban librando Maite y mi madre. Mientras mi amante tenía una sonrisa de plena satisfacción y victoria, mi progenitora permanecía mirando aquel trozo de papel con los ojos como platos y la cara completamente desencajada. Yo no tenía idea de qué cantidad figuraba en él, pero por la forma en que lo miró debía de ser una auténtica barbaridad. Maite me miraba de reojo con sonrisa de orgullo y, aunque yo no podía dejar de sonreír tampoco, no sabía exactamente en qué iba a acabar todo aquel asunto.

- No tenía constancia de que había expuesto un cuadro de Camino con su obra –dijo intentando que no se le atragantaran las palabras.

- En efecto, era una sorpresa, un secreto entre ambas –aseguró Maite- Aunque no creo que supiera cuál de todos fue porque no la vi muy apasionada por el arte aquel día, ¿verdad, doña Felicia? –había que reconocer que Maite soltaba las indirectas que daba gusto, tanto que tuve que evitar reírme por respeto a mi madre- Fue una obra que Camino pintó antes de abandonar las clases –mintió descaradamente, pero no se le notó ni un solo titubeo en la voz.

- Celebro entonces que mi hija tenga tanto talento –respondió todavía contrariada por la tesitura.

- Ya le dije que podría ganarse la vida profesionalmente y esto es una prueba de ello. Con un poco de esfuerzo y clases en Bellas Artes, Camino puede ser lo que quiera ser –apuntó mirándome a los ojos con intensidad.

- Gracias, doña Maite, sus palabras me hacen muy feliz –reconocí por primera vez desde que se desarrolló toda aquella conversación.

Mi madre no añadió nada más a lo dicho por Maite. Estaba todavía en estado de completo estupor y solo me miraba a mí y al cheque indistintamente, como si le costara creer que yo hubiera sido capaz de lograr aquello. Más que por el dinero, me sentí completamente en deuda con Maite por todos los esfuerzos que hacía para lograr que me dedicara a lo que realmente me llenaba. Ese día, mi madre aprendió una valiosa lección: nunca subestimes a un corazón enamorado, pues es tan temerario que no existe riesgo o condicionante que no pueda pararlo. Mientras esto sucedía yo no podía dejar de pensar en una sola cosa. ¿Acaso aquel cheque lograría hacer que mi madre finalmente me permitiera pintar de manera profesional?

"Cállate"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora