28. Loca en todos los sentidos

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Finalmente, Maite había desistido de marcharse a París y yo solo podía pensar en estar con ella el mayor tiempo posible. Tenía miedo de que, si la dejaba sola y me marchaba a casa, se escapara de mi lado nuevamente. Logré, con mucho esfuerzo, que me dejara pasar la tarde con ella y fue uno de los momentos más maravillosos que he pasado a su lado. Había estado tan cerca de perderla, que cada beso que nos profesábamos era tan intenso como si fuera el último. No quería soltarla, no quería dejar de acariciar su cuerpo por miedo a pensar que estaba viviendo un sueño y ella ya no estaba a mi lado.

Pero, en cuanto abría los ojos, ella estaba frente a mí, disfrutando de cada caricia y cada mirada como yo. La deseaba hasta un punto que me quemaba la piel sin que me tocara. Todas las noches me despertaba en mitad del sueño y me imaginaba durmiendo con ella, acariciando su piel, recorriendo con mis labios todo su cuerpo. Era tan real que podía sentir hasta el aroma de su pelo en mi almohada. Hubiera dado la mitad de mi vida por pasar solamente una noche entera a su lado y saber lo que era dormir abrazada a ella.

Al menos aquella tarde pude disfrutarla por completo, sin reservas, sin miedos. Desnudándonos mutuamente, saboreando cada uno de nuestros cuerpos en un juego de amor y pasión. Aquella segunda vez fue todavía más intensa que la anterior, porque Maite dejó atrás todos sus miedos y me llevó con ella al camino del placer. Jamás había experimentado tantas sensaciones juntas y ella era la única que podía hacerme vibrar de semejante manera. Sus labios y su lengua habían hecho todo lo que habían querido por mi cuerpo y, mientras tanto, yo yacía en su cama totalmente expuesta a sus deseos. Exhausta tras aquel despliegue de enorme actividad, no pude más que mirarla más enamorada que nunca. Era un verdadero ángel, con sus cabellos sueltos y su mirada y sonrisa traviesas. Maite tenía ese encanto especial que lograba hacer que me derritiera con tan solo un leve vistazo a sus ojos. La amaba tanto y con tal intensidad que mi corazón se quería salir de mi pecho. Mientras yo me recuperaba, ella reposaba con tranquilidad sobre mí y me acariciaba con dulzura, al tiempo que yo hacía lo propio con sus cabellos.

Tras reponerme un poco, decidí tomar las riendas de la situación y me volví hacia ella, dispuesta a saciar mis ganas de amarla como si no existiera nada más. La obligué a tumbarse y me coloqué sobre ella con mucho cuidado. Nuestros cuerpos desnudos se rozaron inevitablemente con este movimiento y pude ver que en sus labios se volvía a dibujar una sonrisa traviesa.

- ¿De qué te ríes? –pregunté con mucha curiosidad.

- De que no me esperaba menos de usted, señorita Camino.

- ¿Se burla de mí? –dije besándola por el cuello y noté que su risa se tornaba suspiro al notar el contacto de mis labios.

- Ni mucho menos –volvió a suspirar cuando la besé en el lóbulo de su oreja izquierda- Jamás me reiría de usted, la amo demasiado –respondió en un susurro.

Al oír aquello me detuve instantáneamente y me quedé mirándola a los ojos durante un segundo. Todavía no me acostumbraba a escucharla decir con tanta naturalidad que me amaba y siempre que lo hacía, terminaba por provocarme un cosquilleo de satisfacción por todo el cuerpo. Me mordí el labio y sonreí ampliamente antes de lanzarme nuevamente hacia ella, esta vez a encontrarme con sus labios. Mis manos recorrían sus pechos acariciándolos con dulzura, haciendo que mis palmas se impregnaran de su forma y no la olvidaran jamás.

Mis labios se lanzaron en una nueva cruzada por su vientre para después girarla con mucho cuidado y acudir a su espalda. Me encantaba su silueta y aquella parte de su cuerpo me parecía tan atrayente y sensual que me desviví por colmarla de atenciones, caricias y besos. Divisé algo que no había descubierto la última vez: un pequeño lunar bajo su omoplato izquierdo, muy cerca de su columna que se convirtió en el objetivo de mis labios en cuanto lo vi. Me encantaba detenerme en cada punto de su espalda que me llamaba la atención: un lunar, un pliegue, una curvatura nueva... Era mi pasión descifrar con mis manos, mis labios y mi lengua cada lugar de su anatomía. Así que me pasé un buen rato dejando que mis labios jugaran por su espalda y mis manos la recorrieran con suaves caricias impartidas por mis yemas.

"Cállate"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora