42. Conociendo a los Pontones

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La impresión que me produjo ver mi propia obra colgada en la pared tardó un rato en desaparecer. Menos mal que Cinta estaba ahí para ofrecerme su apoyo y ayudarme a salir del impacto inicial que había sufrido.

- ¡Emilio! –espetó mi amiga- Creo que Antoñito te busca –dijo volviéndose hacia un lado y mirando por encima de la gente.

- ¿Dónde? No veo nada... -contestó mi hermano buscando al joven entre los asistentes.

- Por ahí, al fondo, detrás de esa columna –protestó Cinta que claramente quería espantarlo de allí- Mira, ve mejor, que seguro que con tanta gente no te estás dando cuenta anda. Tira, anda tira.

Obedientemente, mi hermano se marchó hacia donde Cinta creía haber visto a Antoñito llamándolo y consiguió lo que pretendía, quedarse a solas conmigo. Pobre de mi hermanito, qué poco conocía los entresijos de dos mujeres cuando nos veíamos en la tesitura de quedarnos en la intimidad para abordar de un tema. Menos mal que Cinta siempre había sido resuelta y sabía cómo manejar aquellas tesituras.

- ¡Camino! ¿Me puedes explicar qué significa todo esto? –me dijo en un susurro.

- Que lo ha expuesto... -me atreví a decir sin dejar de mirarlo.

- No, si que está expuesto ya lo veo. Pero, ¿por qué? –inquirió.

- Es que no lo sé –dije.

- Un momento, ¿que no sabías nada? –apostilló llevándose la mano a la boca- ¡Jesús! Pues ahora sí que no lo entiendo, chica.

A medida que la gente avanzaba por la exposición, iban llegando al último cuadro y, por ende, a donde nosotras paradas. Por tanto, la privacidad para tratar aquel tema se estaba volviendo completamente inexistente. Así que la tomé del brazo y me la llevé a un rincón apartado mientras le manifestaba una y otra vez que no sabía de los planes de Maite. Cinta, por su parte, me decía que aquello era muy arriesgado y que no entendía el fin de tan loco desempeño de los acontecimientos por parte de mi amante.

Mientras dialogábamos intentando comprender los motivos que la habían llevado a exponerlo y yo no apartaba la vista de otro de sus cuadros, Maite vino a nuestro encuentro y decidí, justo en ese momento, gastarle una broma maliciosa. En cuanto Cinta se hubo marchado, comencé mi pose molesta con Maite. Le hice creer que estaba enojada por su atrevimiento, pero, como casi siempre, la risa terminó por vencerme como cada vez que jugaba con ella de aquella manera. A la postre, Maite me explicó que todo aquello era parte de un plan suyo para lograr que mi madre me dejara volver a pintar. Yo todavía no lograba adivinar cómo aquel cuadro, del cual no se sabía que era yo la autora, iba a lograr que mi madre me permitiera pintar, pero dejé que su plan siguiera su curso.

Me encantaba estar con ella en aquel lugar y poder hablar, aunque fuera un tanto a escondidas, de pintura, de nuestro propio arte que estaba siendo expuesto en aquella galería. Era un sueño hecho realidad y me hubiera encantado gritar a los cuatro vientos todas las verdades que me veía obligada a callar: tanto que yo era la autora de su obra como que la amaba por sobre todas las cosas. Justo en ese instante en que mi cabeza pensaba en aquella locura, apareció don Manuel, acompañado de dos caballeros, y nos interrumpió en mitad de nuestro momento de intimidad.

En cuanto los presentó, yo me quedé en un discreto segundo plano, al considerar que aquel momento no me pertenecía. Y, mientras ellos abordaban las presentaciones de rigor, reconozco que llegue hasta a fantasear con el día en que yo también recibiera mis halagos por haber expuesto mi obra. Mientras Maite dialogaba con los señores, yo no podía dejar de mirarla. Estaba radiante, espléndida y yo me sentía orgullosa de sus logros. Fue entonces cuando el caballero más joven me invitó a unirme a la conversación. Supongo que don Manuel no se había dado cuenta de que no me había presentado a los señores y, rápido como pocos, enmendó su error haciendo los honores. El marqués y su nieto me tendieron, respectivamente en ese orden, sus manos para saludarme, pero fue especialmente este último el que dispuso de más tiempo en su toma de contacto.

"Cállate"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora