Finalmente, y sin que me diera apenas cuenta de lo rápido que podía pasar el tiempo, llegó el día de la inauguración de la exposición de Maite. Estaba casi tan nerviosa como ella y eso que la que más se jugaba era mi profesora. La expectación había aumentado en los últimos días porque don Liberto y doña Rosina habían enviado invitaciones a todo el barrio para que nadie se perdiera el evento. Mi madre, Emilio y yo también estábamos entre los asistentes, a pesar de que a mi progenitora no le hacía especial ilusión acudir a un acto que tuviera que ver con Maite.
Se pasó toda la mañana refunfuñando con quien le preguntara sobre su asistencia al evento porque iba medio obligada por su amistad con doña Rosina. Aunque mi progenitora siempre había sido de guardarse sus opiniones para ella y mantener las formas en público, medio Acacias sabía ya que Maite y ella no se llevaban bien. Así que era normal que todos quisieran saber si la enemistad iba a ser tan grande como para no dignarse a aparecer por allí. Afortunadamente para mí, la asistencia de ella me permitía a mí también acudir, porque me moría de ganas por descubrir la obra al completo de Maite. Ésta, por su parte, se había negado a desvelarme ni el más mínimo detalle al respecto hasta el día de la inauguración y la curiosidad estaba alcanzando en mí cotas insospechadas. Lo único que Maite se había encargado de adelantarme era que iba a haber muchas sorpresas durante la inauguración y yo, inocente, aunque no lo fuera en realidad, no era capaz de adivinar qué se traía entre manos.
A media tarde, madre, Emilio y yo nos fuimos a casa para cambiarnos nuestros atuendos por otros un tanto más elegantes que pudieran ir acorde con tamaño evento. Con el corazón todavía acelerado, me aposté en compañía de mi familia frente a la puerta de la galería de don Liberto. Allí fue a recibirnos doña Rosina, quien pronto tardó en robarnos a mi madre para cuchichear sobre los asistentes. Emilio, por su parte, fue a buscar a Cinta, que también estaba invitada y que había acudido solamente con don José, ya que doña Bellita todavía estaba convaleciente en casa.
Ahora que estaba sola, aproveché para buscar entre los asistentes a Maite, pero no logré hallarla por mucho que me empeñé en otear todo el espacio que me iba encontrando. Al que sí vi fue a don Manuel, que vino rápidamente a saludarme y a interesarse por mí.
- Buenas tardes, Camino –me dijo levantándose ligeramente el sombrero y con una gran sonrisa- Me encanta ver que finalmente ha venido a la exposición de Maite.
- ¡Cómo perdérmela! Estaba deseando que llegara –aseguré.
- No me extraña –apuntó desviando su mirada hacia un lado- Al final la expectación está siendo máxima y espero que eso repercuta en beneficio de nuestra pintora –me dijo guiñándome un ojo.
- Eso espero –afirmé un poco azorada al ver la forma tan extraña que tenía don Manuel de tratarme.
- Me va a disculpar, Camino, pero acabo de ver a unos invitados muy ilustres y tengo que acudir a saludarlos.
- Claro, vaya, por supuesto –apunté- Que disfrute usted de la exposición.
- Igualmente –se despidió de mí tocándose nuevamente el sombrero- Con Dios, joven.
- Con Dios –apostillé.
En cuanto me despedí de don Manuel, noté que alguien se había parado tras de mí y me susurraba algo imperceptible para mi sentido del oído. Tan pronto mi cuerpo reaccionó a su presencia, se giró por completo para ver de quién se trataba, aunque algo me decía que esa sensación de cosquilleo en el estómago solamente me la podía provocar una persona.
- ¡Maite! –exclamé y tuve que reprimir las ganas de abrazarla en ese preciso instante.
- ¿Acaso esperabas a alguien más? –susurró divertida mientras se aseguraba de que no nos escuchaba nadie más.
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"Cállate"
Fanfiction"Cómo una sola palabra puede cambiar el curso de una vida. Un momento, un instante y una forma de actuar marcada por unas simples sílabas. La palabra 'Cállate' marcaría mi destino para siempre, pero no solo una vez. La primera, para dejarme encerra...