Maite volvía a ser la Maite de antes y eso me tenía muchísimo más tranquila. A pesar de que los celos hubieran logrado alterar su ánimo, con cariño y amor, logré mitigar sus dudas y confiaba en que los temores que tuviera no fueran producto de algún acto que yo hubiera podido hacer inconscientemente. A fin de cuentas, el joven Ildefonso no había manifestado abiertamente tener interés alguno por mí, así que por lo pronto nos estábamos moviendo por conjeturas.
Me hallaba sentada en la terraza del restaurante, disfrutando de un rato de calma tras mi jornada laboral del mediodía, mientras sostenía en mis manos el cuaderno de pintura que me regaló Maite. Sabía que madre no quería que pintara, pero no podía impedirme disfrutar de mi tiempo libre haciendo lo que más me apasionaba. Aproveché que andaba de visita en casa de Rosina y decidí, carboncillo en mano, dibujar cuanto se me venía a la mente.
En ese instante, recordé las palabras de Maite, aquellas que me decían que tenía que guardar imágenes de lo que fuera encontrando por la calle y luego plasmarlas al papel. Así lo hice y comencé a retratar un jardín que había disfrutado el día anterior en la compañía de Cinta. Aquel boceto me estaba quedando completamente realista y me sentí muy satisfecha de él a medida que iba trazando cada línea con el carboncillo. Nunca pensé poder dibujar algo de cabeza y que lograra plasmar casi a la perfección la realidad que había podido contemplar. Sin duda, el mayor mérito era de mi profesora, que me había logrado enseñar en sus clases que, si yo me lo proponía, podía conseguirlo todo. ¡Ay, sus clases! ¡Cómo echaba de menos aprender sobre arte, belleza y verdad!
Mientras seguía contemplando los matices de aquel boceto e intentaba perfeccionarlo con mi técnica, la voz de un hombre me sobresaltó. En cuanto alcé la vista y vi quién era, cerré el cuaderno por completo.
- Buenas tardes, señorita Pasamar –me dijo con ligera formalidad el joven- ¿La interrumpo?
- Ildefonso, buenas –respondí titubeante mientras me incorporaba dejando el cuaderno sobre la mesa- No, no, solo que estaba distraída. ¿Qué le trae por aquí?
- Bueno, venía a ver a unos amigos que viven un par de calles más allá y decidí pasearme un rato –dijo con afabilidad- No esperaba encontrarla aquí, señorita Pasamar.
- Camino, puede llamarme Camino –le dije mientras él me esbozaba una gran sonrisa de complacencia- Aquí es donde trabajo, no sé si estaba al tanto –le respondí sospechando que su encuentro casual no había sido tan casual como me estaba diciendo.
- Algo sabía, sí, no le voy a mentir. Pero no esperaba encontrarla así –se sinceró.
- Es mi momento de descanso. Hasta el turno de las cenas, me quedo reposando o matando el tiempo en algo.
- Y hoy le ha tocado el turno al arte, intuyo.
- Sí –dije con media sonrisa mirando al cuaderno.
- ¿Ese es su cuaderno de pintura? –inquirió el joven con mucha curiosidad.
- Sí –respondí algo nerviosa aún- Ahí paso la mayor parte de mi tiempo, siempre y cuando el trabajo me lo permite, claro está.
- Si no es mucho atrevimiento, ¿podría verlo? –preguntó mirándome fijamente a los ojos- Como sabe soy un apasionado en arte y me gustaría ver su obra.
- Apenas son unos bocetos y tampoco quiero hacerle perder su tiempo –contesté con cierto reparo.
- Dudo mucho que me haga perder mi tiempo, pero si no quiere mostrarlos, no insistiré.
No sé bien por qué lo hice, pero tras un instante de dubitación, cogí el cuaderno de pintura y se lo tendí para que admirara mi trabajo. Ildefonso tomó asiento en aquella mesa y yo hice lo propio mientras le seguía con la mirada. Su semblante afable se tornó concentrado cuando empezó a pasar hojas de aquel cuaderno. A medida que avanzaba por cada uno de los bocetos, Ildefonso se tomaba su tiempo para analizar la calidad del trazo, la representación de las luces y las sombras o, incluso, la técnica escogida para captar aquel paisaje. Hacía comentarios muy interesantes y acertados y puedo decir que, por la forma de expresarse, no pude evitar pensar en Maite. Debía sentirme feliz al comprobar que otra persona era capaz de valorar mi obra de aquella manera, sin embargo, solo podía sentir un enorme anhelo de compartir esa misma escena con mi amante. Por un momento, hasta pude imaginármela por completo en mi mente y suspiré un tanto frustrada al pensar que aquello era algo más que imposible tal y como estaban las cosas con mi madre.
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"Cállate"
أدب الهواة"Cómo una sola palabra puede cambiar el curso de una vida. Un momento, un instante y una forma de actuar marcada por unas simples sílabas. La palabra 'Cállate' marcaría mi destino para siempre, pero no solo una vez. La primera, para dejarme encerra...