48. Truco o trato

1.1K 71 51
                                    

Durante unos minutos, doña Felicia y yo nos miramos a los ojos esperando a que una de las dos fuera la que dijera la primera palabra. Como si ambas esperáramos que el movimiento errático de la otra iniciara una hipotética guerra y culminara con la victoria de la que había sabido esperar pacientemente. Por la velocidad a la que latía mi corazón, deduje que mi tensión arterial estaba alcanzando cotas insospechadas y no sabía cuánto tiempo más iba a poder aguantar tanta tensión.

- Pues usted dirá –apunté intentando que fuera ella la que iniciara aquella tan temida conversación.

- Creo que sabe de sobra que no me agrada nada la relación que tiene con mi hija, ¿verdad? –apuntó como si aquello fuera lo más novedoso del mundo y yo asentí en silencio, pero sin bajar la guardia- Desde que usted ha entrado en la vida de mi hija, Camino ha sufrido un cambio que no considero para nada beneficioso –prosiguió.

- Eso depende de cómo se mire.

- Lo digo yo, que soy su madre y sé qué es lo que le conviene –me espetó de malas formas- Déjeme seguir, si no le importa.

- Como usted quiera –dije cediendo a su intransigencia.

- El caso es que yo pensaba que alejándola de usted lograría que su influencia se minimizara y volviera a ser la que era antes. Que reanudara su afabilidad y que se centrara en las cosas que de verdad importan.

- ¿Como cuáles? –inquirí con ironía.

- Como la de casarse y procurarse un buen futuro. No hay nada más importante que eso para una señorita de bien.

- Entiendo –dije mordiéndome la lengua para no decir lo que de verdad pensaba realmente- ¿Y no ha sido así?

- A decir verdad, conociendo el carácter de mi hija en los últimos tiempos, pensaba que iba a poner más reticencias a estas dos opciones –me dijo mientras se paseaba por mi estudio mirando detenidamente los cuadros tapados- Pensé que trataría de continuar a escondidas con la pintura o que, incluso, patalearía un poco más. Pero me ha sorprendido ver que, poco a poco, Camino ha ido dejando de lado los sueños de grandeza que usted se encargó de meterle en la cabeza.

Aunque la observaba en silencio intentando no volver a interrumpirla, aquello me hizo gracia. Si doña Felicia supiera que aquello no podía estar más lejos de la realidad y, sobre todo, si tuviera constancia de todo lo que Camino y yo habíamos estado haciendo a escondidas, seguro que no pensaba tan abiertamente que su hija había cambiado en su manera de pensar. Afortunadamente, me tranquilizó comprobar que la mujer estaba más engañada de lo que yo pensaba. O al menos, eso deduje de su último comentario. Sin embargo, seguía sin entender qué podía haberla llevado hasta mi estudio si tan segura estaba de que yo ya no ejercía esa influencia maligna sobre su hija. Tal vez no era más que un burdo intento de regocijarse de su victoria sobre mí y de hacerme sentir mal. Pero su forma de presentarme el asunto me decía que se trataba de algo más allá, como si quisiera hacerme algún tipo de petición especial. Así que continué escuchando su disertación a la espera de obtener una respuesta.

- Desde que usted apareció, Camino comenzó a experimentar unos cambios que hacían que estuviera de mal humor, como si la frustración hablara por ella. Inconformista y exasperada. En ocasiones, hasta intransigente con todo a lo que siempre había aspirado –bufó, seguramente al recordar los momentos pasados de su hija- Pero, afortunadamente ahora está más serena e incluso diría que más dócil.

- Celebro que haya logrado lo que quería apartándola de la pintura –dije con una mueca, a sabiendas que todo era una impostura de Camino para no llamar la atención, tal y como acordamos.

- Eso pensaba yo también –sentenció- Hasta que me encontré de golpe con algo que no esperaba y que me hizo replantearme muchas cosas.

- ¿El qué? ¿Adónde quiere llegar? –inquirí.

"Cállate"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora